Ángel de la muerte

3

Capítulo 3: Lo que nunca fue

 

 

Alex

Han transcurrido dos años desde la partida del hombre que me salvó de una horrible violación.

A lo largo de mi vida en esta zona roja, he llegado a ver cosas espantosas en lo oculto. A veces lo hacen atrás de los arbustos, en otras ocasiones, toman a las víctimas entre varios y las dejan desangrándose en las aceras.

Salir a la calle se ha convertido en un miedo más.

Son las dos de la madrugada.

He pasado meses tratando de recordar su voz, su mirar intenso y profundo, y sus palabras enigmáticas. Las interrogantes navegan a través de mi mente; intento a diario descifrar lo que ha dicho.

«Soy tu ángel, luciérnaga».

De alguna manera, aquel llamado envolvió mi corazón.

Pasé horas en las calles en intentos de hallar su rostro. Tez mestiza, ojos claros.

Nunca alcancé mi objetivo, por lo que me rendí; deduje que había sido un acto de ayuda de la vida que cayó sobre mí cuando más lo necesité.

Las lágrimas resbalan sobre mi piel; cierro mis párpados y mi respiración irregular se apacigua.

No puedo estar tranquila. Seco mi rostro y me despojo de mi cálido abrigo. Camino escaleras abajo junto al chillido de los peldaños con cada pisada.

—¿Mamá?

Tal vez aún no ha llegado a casa; seguro está en uno que otro bar en busca de dinero.

Me adelanto al sentir el hedor de alcohol que embarga mis fosas nasales. Trastabillo en ocasiones antes de adentrarme a la cocina, donde puedo atisbar el cuerpo inamovible de ella sobre el suelo.

Corro deprisa y caigo a su costado.

—¿Mamá? ¡¿Mamá?! —remuevo su pálido cuerpo—. ¡Por favor! ¡Responde! —suelto sollozos de desesperación—. ¡No me dejes sola!

Cubro mi cara con mis palmas y me siento tiritar debido al llanto.

No sé qué hacer en este momento. Entro en un estado de conmoción. Su tez canela palidece cada vez más, las cisuras se reparten en ella, sus mejillas están hundidas y unas bolsas de extenuación componen su mirada. Líneas negras se ven en su piel.

Los minutos transcurren lentos. Me recuesto en una de las sillas sobre el suelo helado y dejo que mis ojos vaguen perdidos. Me siento frívola e inmersa en un abismo. Los sentimientos en mi interior se entrelazan y me destrozan.

Pronto, unas ondas de fuerza se hacen presentes.

Una figura inverosímil se posiciona frente a mí.

Jadeo alejándome, asustada.

—Alex... —es una voz que difiere de todas las que he oído.

Me detengo estática y admiro su venerable silueta. La iluminación se cierne sobre él.

—¿Qué cosa eres? —inquiero, pues posee un par de alas refulgentes. Aún me mantengo a metros de distancia.

—Haniel vendrá junto a ti, pronto.

Se agazapa al lado de mi madre y coloca su mano sobre ella.

Un halo de fulgor resplandece, la aureola la rodea dándole una caricia de restauración. Su cuerpo levita y me encojo anonadada por lo que mis ojos atestiguan. Mis pupilas se posan sobre el ser que me observa con profundos iris color esmeralda.

Transmite un mensaje que no comprendo.

—Algún día volverás a recordar...

Mis párpados caen rendidos, despojándome en manos de la inconsciencia.

°°°

Despierto y asimilo mi entorno, sin entender el porqué de donde estoy.

Aquel astro resplandeciente decora el azul ya a altas horas del anochecer. Froto mis párpados acostumbrándome a la luz, y escucho un fuerte estruendo en la parte inferior de la cabaña. Tomo mis zapatos y bajo acelerada. El ulular de los búhos y la neblina le dan un aspecto siniestro al lugar.

Miro los rincones del hogar y me percato de que no hay nada.

La comida en la alacena ha desaparecido, los retratos han sido llevados, los pocos monederos que tenemos también.

Mi corazón es sacudido con ímpetu y comienzo a transpirar.

Mi estado empeora cuando encuentro una pequeña nota de papel desgastado en el recibidor.

«Adiós, Alex.

Es momento de que sigas tú sola.

Atte.: Alayna»

Cubro mis labios al soltar un fuerte sollozo con el líquido salado que resbala a través de mis mejillas, el cual deja un rastro de aflicción. Caigo sobre mis pies, encogiéndome al sentir mi mundo estremecerse.

He creído que todo estaba bien, pero mi mente decidió cegarse de la cruda realidad.

Percibo unos robustos brazos cubrirme, cálidos. Comienza a sisear mi llanto y acaricia mi cabellera marrón.

Logra que el sosiego alcance mi alma exhausta de tantas emociones.




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