Ángel de la muerte

4

Capítulo 4: Resurgir como un Fénix

 

 

Resurjo de entre las nubes como un Fénix de sus cenizas.

Han pasado cuatro años desde aquella vez en las oscuras calles de un barrio apartado de Paradis, donde la tiniebla de la noche quiso absorber la inocencia de Alex.

Me he conformado con observarla desde lejos, aunque tengo muy pocas oportunidades de hacerle compañía. Me he dado cuenta de que ha rechazado los estudios y ha comenzado a vivir del trabajo en una biblioteca de la ciudad.

Su madre ha desaparecido, por lo que ha tenido que tomar las riendas de su vida.

Sobrevuelo hasta escuchar las patadas que deja sobre un destartalado basurero.

—¡De todas formas era un asco de trabajo! ¡No lo necesito! ¡En definitiva...! —sus hombros decaen y sorbe por la nariz—. Sí lo necesito.

—Hey... —se vira con brevedad hacia mí y la sorpresa se dibuja en sus ojos. Me permito acercarme a ella sin premura, sin presión.

—No me toques.

Ahora es una mujer; su voz es diferente y es mucho más firme que antes. Aprieta los puños a sus costados, y me mantengo a centímetros de su silueta.

—Sólo permíteme... —susurro al momento en que mi mano se posa sobre su cabello al transmitir a su mente una visión.

Te protegeré, pequeña, ese es mi propósito.

Siempre confiaré en ti, Han.

Soy tu ángel, luciérnaga.

La energía que ejerce en ella provoca un sutil mareo en su cuerpo, por lo que la sostengo entre mis brazos y, cuando está sosegada, sus luceros me inspeccionan por completo.

—Eres tú... —murmura.

Sonrío. 

Aún me observa a la espera de que responda; sin embargo, me siento algo desorientado, perdido en aquellos acaramelados diamantes que tiene por ojos. Puedo percibir la batalla que retumba en su interior.

—¿Me recuerdas, Alex? —sus ojos se vuelven vidriosos, cristalizándose debido a la impresión de todos sus recuerdos.

Por un lacónico instante, me preocupo por que tuviese miedo de mí.

—Pero... ¿Cómo? —titubea.

—Hay mucho que explicar.

Se aleja dándome un empujón.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

—Lo averiguarás, pronto. Acompáñame.

Se cruza de brazos.

—No iré a ningún lugar contigo.

—Pero…

—Vete por donde viniste, por favor —demanda y toma su camino.

Decido darle su espacio, y asciendo dedicándole una última mirada.

Me detengo en un punto en el que pueda contemplar toda la ciudad, a sabiendas de que la veré caminar hacia su hogar. Las estrellas centelleantes decoran el firmamento y alucino con mostrarle la belleza del espacio, donde podría despejarse de todo lo que la acongoja y sonreír.

Avanza con celeridad; su maleta cuelga de su hombro con firmeza. Su cabello ondea con el viento y su piel tersa puede ser vista desde donde estoy. Circula por algunas vías hasta adentrarse en su cabaña, en la cual vive sola.

Me introduzco por medio del ventanal de su habitación al vislumbrar su silueta en la hilera de la puerta, hasta escuchar sus pasos yendo escaleras arriba. Entra sin reservas, pensativa, ida en su ensimismamiento. Su cuerpo se mueve con presteza y acomoda todo lo que debe en su lugar.

Aún sin haberse percatado de mi presencia, se dirige hacia el baño y regresa posterior a unos minutos. Se desliza dentro de sus cálidas sábanas y recuesta su rostro sobre el almohadón.

Contempla con añoranza la luna y cierra sus párpados.

—Sé que estás ahí.

Sorprendido por su afirmación, abro mis ojos aproximándome hacia ella. Mantengo mis extremidades ocultas.

—¿Por qué no lo habías mencionado? —me acuclillo al lado de su cama y la miro incorporándose.

—Si quisieras hacerme daño, hubieras tenido la oportunidad de hacerlo. —Entrecierra sus párpados y acerca su rostro al mío. Musita con suavidad lo siguiente—. Si fueras humano, tampoco hubieras logrado entrar a través de mi ventana sin ayuda ni escaleras... ¿Cómo lo hiciste? —arrastra las palabras con un deje de escepticismo.

—¿Confiarás en mí?

Profundizo mi mirada sobre ella.

—¿Te alejarás si lo hago? —alza una ceja, inquieta.

—No.

Sus facciones suavizan su gesto y me mira con aprensión. Se inclina y clava sus fanales mieles en los míos.

—Te escucharé, y decidiré si pondré mi fe en ti. —Hace una pausa y endurece su semblante—. Me han decepcionado más de una vez, espero no añadirte a la lista.

Me levanto y extiendo mis costados cediéndole la vista de las fulgurantes alas. Al desplegar mi mano hacia ella, elevo mis comisuras en una sonrisa nerviosa.




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