Ángel de la muerte

6

Capítulo 6: Un amor con viajes en la memoria

 

 

Alex

—… Me encerraron, yo… tenía miedo. —Sollozo.

—Luci… —Haniel suspira y descruza sus brazos acercándose a mí—. ¿Sabes lo que significa? ¿Lo entiendes? —inquiere al resoplar y deja su mano sobre la mía. Niego, y él inhala profundo—. Tu alma es débil al tacto de los demonios.

Mis latidos se aceleran al oírlo.

—¿Qué…? —vacilo.

—¿Cómo me recordaste?

Mantengo mi silencio, hasta que él me hala hacia sí por el mentón.

—La verdad, Alex. Sólo te pido eso —dice a milímetros de mi rostro, haciéndome contener el aliento.

Contemplo sus iris azules, y me dejo llevar por la sensación de tranquilidad que me confiere. Sus ojos hablan más que mil palabras, y su mohín expresa lo que siente sin tener que proferir oración alguna.

Su inocencia se ve reflejada cuando baja la guardia frente a las emociones humanas.

—Una vez… —digo en voz baja—. Estaba sola, de noche. Sufría de insomnio, y… sentí un vacío. —Él entreabre sus labios, y capta mi atención con el movimiento. Carraspeo y desvío mi mirada—. «Soy tu ángel, luciérnaga», fue lo primero que oí.

Aun contándole lo sucedido, me traslado hacia ese momento.

Me incorporé en el camastro incómodo, examiné mi cuarto con detenimiento y fruncí el ceño al ver un destello debajo de uno de los muebles oscuros. Me elevé sobre mis pies y avancé con cautela. Me coloqué en cuclillas y descendí hacia el objeto oculto. Palpé su material y di un respingo al percibir su suavidad.

—¿Qué...? —lo tomé entre mis dedos y lo acerqué a mí. Entorné los ojos y gemí frustrada—. ¡¿Es enserio?! Una maldita pluma. —Palmeé mi frente y me levanté. Sacudí el polvo de mi vestimenta, desconcertada ante el hecho de encontrar algo así en mi habitación.

La solté al aire y me lancé boca abajo sobre el tieso colchón. Me viré y miré el techo repleto de negrura. Estiré mis brazos a mis costados.

Pronto, la pluma blanca cayó sobre mi nariz, tenue. Arrugué la frente y la tomé. Inspeccioné su larga estructura y rutilante esplendor.

—¿Qué clase de ave tiene estas? —incliné mi cabeza hacia un lado y continué observándola.

«Soy tu ángel».

Di un brinco en mi posición y posé mis luceros en cada rincón del lugar.

—¿Quién dijo eso? —el sonido que desprendieron mis cuerdas vocales se percibió intranquilo y desasosegado. Me hice un ovillo en la esquina de la cama, y escondí mi rostro con mi cabellera castaña.

«No temas, Alex... Recuérdame».

Era una voz acentuada, fuerte y grave. Traté de inhalar con calma, recuperar el control de la situación, idealizar que mi imaginación estaba jugándome una mala pasada y se detendría en instantes; sin embargo, lo oí otra vez.

«Estaré junto a ti la eternidad».

Mis latidos ralentizaron su velocidad y suspiré con pesadez en una súbita paz. El objeto entre mis dedos brillaba con fogosidad. Sentí recelo hacia la extrañeza que me provocaba, por lo que lo deposité sobre la mesita al extremo de mi puesto. Resoplé.

—¿Qué acaba de suceder? —murmuré. El líquido salado resbalaba sobre mi piel; cerré mis párpados y mi respiración irregular se apaciguó.

¿Quién era? ¿Por qué se denominaba a sí mismo como «ángel»? ¿Cómo se comunicó conmigo? ¿Era mi imaginación... o algo más grande?

Al terminar de relatarle lo acontecido, Haniel se aparta y deja un frío incómodo rozándome.

—No tiene sentido… no es posible —susurra.

—Mis memorias están resguardadas en esa pieza. Hay algo especial con ella.

—No debías saber quién soy —determina con firmeza.

—No era justo que robaras mis recuerdos, ángel. ¡Por más que lo hicieras, siempre iba a suceder lo mismo!

Él se acerca tanto a mí que el ambiente empieza a reducirse en una burbuja donde sólo estamos los dos.

—No podrás irte esta vez, Haniel.

Sus ojos se han cristalizado.

—¿Y qué si lo hago? ¿Cambiaría algo? —dice con el aliento entrecortado; tan bajo que sólo podemos escuchar los dos.

—¿Cómo… cómo no me enamoraré de ti cada vez que vuelves… si eres lo único que tengo? Caemos una y otra vez en el mismo sentimiento, ángel —musito con la voz rota—. Tu miedo a amar sólo nos detiene.

Mueve la cabeza.

—Hay un precio por hacerlo.

—¿Cuál?

—Sufrir. —Endurece el gesto—. No quiero volver al pasado.

—¡¿Qué pasado?! Ni siquiera te has abierto conmigo. Me pides sinceridad, pero tú… sólo dices verdades a medias.

—Olvídalo, Alex. —Se encamina hacia el ventanal.

—¡Deja de huir!

—¡Sólo intento proteger tu corazón! —vocifera.




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