Ángel de la muerte

7

Capítulo 7: Una amistad con saltos en el tiempo

 

 

Alex

—Descansa en paz, Riss —murmuro al lanzar el pequeño lilium de mis manos al lago.

Retorno a la cabaña con la mente sumida en ella.

Tenía motivos fuertes para visitar a aquellos niños cuando era más joven. Mi vida se había complicado desde la partida de mi madre. Tenía tan solo quince años; solía encerrarme en mi burbuja de aflicción y dejarme llevar horas y horas. Perdía el tiempo y deambulaba como un ente sin alma. Mis esperanzas se agazaparon hasta disiparse en su totalidad.

Pronto, los suplementos se acabaron; muchas partes en mi hogar estaban en malas condiciones, y yo tuve que hacerme cargo de cómo continuaría mi vida en aquel sitio.

Dejé el colegio.

Creí que, de esa forma, y al obtener un trabajo de turno completo, alteraría para mejor mi situación, aunque no fue así. El peligro era prominente en la zona donde residía, era fácil adentrarse a mi casa y allanarla. Los delincuentes tomaban ventaja del maltrecho lugar y robaban lo poco que podía conseguir en mi oficio.

Sollozaba frustrada, las lágrimas eran parte vital de la negrura del anochecer.

Cada día mi cuerpo se volvía más endeble, perdía la cualidad aguerrida que me describía y mi ánimo iba en decadencia.

Luego, sucedió lo peor.

Fue sólo una semana de agonía, pero la percibí como mil años cerniéndose sobre mí.

Pude permanecer en pie cuando escapé de aquel sótano putrefacto. Memoro las magulladuras e incisiones, las miradas de tonalidades rojizas y tétricas que me rodeaban. Sabía que eran entidades sobrenaturales, oscuros y crueles.

Me dañaron, pero el tiempo me permitió reconstruir pieza por pieza mi autoestima.

Han transcurrido dos años, y hoy vuelvo a abrir aquella herida.

Los abandoné después de lo sucedido, a mis diecisiete años. No podía levantarlos, y aconsejarles que miraran hacia el frente cuando yo apenas alcanzaba a trastabillar con los pasos que daba. Necesitaba recuperarme a mí misma antes de intentar salvar a alguien más. Y ellos perdieron su rumbo.

He caído tanto.

Segundos después, bajo la luz del alba, escucho el particular estruendo que Haniel hace cada vez que entra a mi alcoba. Volteo hacia él y entrecierro los párpados.

Me observa con aquellos iris celestes. Puedo predecir lo que dirá en unos segundos.

—¿Cómo estás, Alex…? —traga con lentitud al mecer su nuez de Adán y se recuesta en el otro extremo del alféizar. Tomo asiento enfrente de él—. Cuando te vi... casi no supe qué hacer. Parecías estar destrozada.

Mantiene sus ojos en mi rostro a la espera de algún indicio que pueda decirle lo que sucede en mi cabeza.

—He tenido tiempo para pensar… —hago una pausa y suspiro. Pierdo la mirada en cualquier punto del exterior—. Esos chicos son importantes para mí; más de lo que puedes imaginar. Tanto como...

—… Como tú lo eres para mí. —Termina interrumpiéndome y, aunque no es lo que iba a gesticular, me toma desprevenida con sus palabras. Entreabro los labios e intento esquivar sus ojos veraces.

—Tomaste mis recuerdos —recrimino.

—Creí que era lo mejor.

—No debías decidirlo por mí.

—Me equivoqué. —Eleva la voz.

—¡Siete veces! ¡Me rompiste el corazón siete veces, ángel! —lo siguiente que hago es alejarme.

Me abrazo a mí misma, mirándolo dolida.

—Lo sé. —Muerde su labio inferior—. Aún... aún tengo miedo de cómo transcurrirá todo esto. De todo... todo lo que sucedió. —Extiende sus alas—. Déjame volver a ti, luciérnaga.

Mi vista se empaña y casi suelto un sollozo, pero lo atrapo antes de que salga e intento deshacerme del nudo que se ha envuelto en mi garganta.

—Alex, sé que no he estado presente en todos los momentos de tu vida. —El desaliento decora su gesto—. Sólo quiero saber... Quiero saber si aún hay algo que reste de los dos en ti —susurra.

Me enjugo las lágrimas y me deshago de la humedad en mis mejillas con las palmas de mis manos.

—Necesito sanar, Han. —Con esas palabras, él logra comprender lo que deseo y se mantiene en silencio los siguientes minutos.

Antes de retirarse, toma mis manos de forma tan delicada que me hace creer que soy de cristal, e inclina su rostro hacia mí. Puedo vislumbrar, de forma traslúcida, escenas en aquellos pozos azulinos, y mi corazón dentro de mi pecho oscila por él.

Luego, se va.

°°°

Han pasado unas cuantas horas desde que él se esfumó entre las nubes blanquecinas del cielo.

Llevo días sin poder contemplar la idea de ir a la ciudad por toda la presión emocional que cargo sobre los hombros. Aun así, hoy me siento dispuesta a ello. Camino como siempre por el sendero, embelesada por la mariposa de tonalidades únicas que revolotea a mi alrededor.




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