Ángel de la muerte

9

Capítulo 9: Camino hacia el terror

 

 

Alex

Esa visión.

Logré descansar gracias al refugio que me ofrecían los brazos cálidos de Haniel. No soñé, tampoco tuve pesadillas; dormí con profundidad y recuperé la energía perdida que el novio de Eva absorbió en mí al llevarme a ese precipicio infinito.

Sé que él forma parte de quienes arruinaron mi vida.

Ha sido complicado. He depositado en una tumba kilómetros bajo tierra todo lo que conformara parte de mi pasado, pero no puedo hacer caso omiso a lo que pasa frente a mis narices.

Al hablar con Eder, me sentí desmoronada.

Gabriel... con él había compartido más afinidad. Era menor que yo, pero veía el mundo con tanta perspectiva que me hacía pensar que él era un alma vieja dentro de un adolescente. Me afligió su partida y me decepcionó.

Lo que terminó por derrumbarme fue pensar en Karissa. Ella era luz. Una escoria la asesinó y aún está suelto.

Me siento tan impotente.

Ellos... pudieron tener otra vida, pudieron crecer rodeados de amor. La última vez que los vi —antes del incidente— vivían en malas condiciones, pero agradecía que al menos tenían qué comer, qué beber, dónde dormir, y dónde estudiar. Pudieron haber obtenido un futuro, pero se les fue arrebatado... Igual que a mí.

Después de lo que viví y presencié, no permitiré que ellos pierdan sus vidas y las tiren al abismo.

No.

Me coloco mi morral en el hombro y me encamino puerta afuera. Esto va más allá de lo natural, y lo tendré que averiguar.

Hay millones de seres lúgubres que atormentan vidas y corrompen hogares. Yo no fui la única en aquella celda. Estaba oxidada y con aroma putrefacto gracias a los cuerpos en descomposición escondidos allí. 

Hago lo posible por eliminar los recuerdos en este instante y me adentro en varias cafeterías y locales donde dejo currículums y papeles.

Me reciben con simpatía en varios lugares, aunque en otros han sido apáticos e indiferentes. No le tomo importancia, sólo avanzo y continúo con lo que debo hacer. Así prosigue mi día hasta que el sol se esconde.

Me fijo en el reloj de la eminente iglesia frente a mí. Marca las seis con cuarenta y cinco minutos.

El firmamento ya está pintado con tonalidades anaranjadas y rojizas, dando aviso de que la noche está pronto a llegar. Las estrellas trazan líneas y constelaciones apenas legibles, como si esperasen para asomarse e iluminar la noche.

Estoy rodeada de casas modernas, pero poco a poco el ambiente se torna lóbrego.

Después de dos manzanas desoladas, las construcciones y sus ruinas me hacen compañía de camino a casa, la oscuridad del aire se hace más espesa y el ulular de los búhos se vuelve siniestro. Hay algunas aves que yacen en el terreno y uno que otro animal que pulula en los alrededores en busca de comida.

Pocos faroles alcanzan a iluminar las vías, por lo que arremango contra mi cuerpo mi bolso, y las alertas en mis confines nerviosos se activan.

Me detengo al oír el crujido de una rama.

Mi corazón salta en mi pecho y contengo el aliento. Espero pasar desapercibida. Los vellos de mi piel se ponen de punta y un frío helado resbala desde mi torrente hasta mis pies.

Hay alguien más aquí; puedo ver iris fúlgidos… Unos escondidos detrás de arbustos, otros deslizándose por la neblina, y ciertos que aprovechan mis segundos de debilidad para aproximarse.

Sus cuerpos destilan una energía que provoca pavor, desasosiego. Trago saliva despacio y hago un conteo de mis posibilidades de salir ilesa y cuáles son mis lugares de escapatoria.

Sin embargo, no hay nada.

Siento una respiración en la curva de mi cuello y mi cuerpo se vuelve rígido.

Puedo ver de reojo el vaho que suelta con cada exhalación, está tan cerca de mí que podría acabar con mi vida en un chasquido de dedos. Su escalofriante risa se adentra en mis oídos. Traza una línea vertical en mi cuero cabelludo y remueve los mechones de uno de mis hombros.

Se acerca justo ahí e inhala. Es repugnante y el acto me repele.

—Sabía que volveríamos a encontrarnos. —Mis cejas se disparan hacia el cielo cuando mi mente reconoce la voz.

Damon.

Me rodea hasta quedar frente a mí y entrecierra los párpados, lo que hace más notorios sus taciturnos iris. Mi semblante es tenaz y opongo resistencia a cualquier indicio de dañarme.

No voy a cederle el camino a mi muerte tan fácil.

—¿Eres uno de ellos? —mi voz sale dura y él sólo se dedica a reír porque sé que puede oler mi miedo, alimentarse como un enfermo de mis emociones.

Él continúa rodeándome como un salvaje a su presa, en busca de encontrar mi talón de Aquiles y enredarme entre sus garras.

—Si te lo dijera a la primera, esto no sería divertido. —Su tono es fanfarrón y malicioso. Las lágrimas se aglomeran en mis ojos y trato de eliminarlas al parpadear.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.