Ángel de la muerte

11

Capítulo 11: Su compañía entre las constelaciones

 

 

Alex

Siento el pecho del ángel estremeciéndose; rozo su piel con gráciles toques, y él acaricia mi cabellera castaña. Nuestras respiraciones se sincronizan y siento mi cuerpo levitar junto al de él, rodeados de la luz del sol y el tenue viento del alba.

Haniel mantiene el silencio acogedor del ambiente y yo reprimo las emociones que se desenvuelven con asombroso frenesí en mi interior. Él danza sobre el aire con sutileza desplazándome de un lado a otro, y desata un zoológico dentro de mi estómago.

En mi mente, los pensamientos sobre la chica de las visiones se disparan. Celos.

Tal vez por ella no cede el acercamiento de otras personas, o hay un motivo más fuerte... Haniel es un buen hombre, posee gran sabiduría gracias a los siglos de edad que lleva sobre sus hombros; aunque aún no conoce el sentimiento real, y el significado que se esconde detrás de esas cuatro letras.

—Gracias, luci —dice, y lo percibo como una caricia a mis oídos.

—A ti, en realidad. —Me separo unos milímetros—. Por confiar en mí. —Sus labios se curvan en una lenta sonrisa, y aprieta sus brazos en torno a mi cintura.

—Quiero seguir aprendiendo de ello, a tu lado. —Imito su mohín y hago círculos con mis dedos en su nuca, provocándole escalofríos.

—¿Es esa una declaración, ángel? —sonrío.

—¿Te gustaría que lo fuera? —contesta con voz melosa. Agacho la mirada y percibo su aliento fresco en el costado de mi rostro—. Claro que lo es, Alex —murmura en mi oído.

Apenas puedo morder mi labio inferior para retener las emociones encontradas. Él toma mi barbilla y eleva mi rostro. Sus ojos añiles guardan algo profundo, un enigma que me atrae y cautiva con cada uno de sus gestos.

«¿Lo sientes?».

Tiemblo al escuchar su voz al trazar palabras dentro de mi mente.

«Hay un vínculo eterno entre los dos», continúa él. «Le temo a mis sentimientos, Alex».

—¿Por qué? —pregunto fuera de sus pensamientos.

—... Hay algo que no te he dicho.

Él suspira y desciende hacia el suelo de madera conmigo, llevándome otra vez hacia el alféizar. Tomamos asiento, y él espera lacónicos segundos para continuar.

—Nuestra posición de ángeles tambalea cada vez que nos desviamos —dice con súbita aflicción—. Cuando me enamoré de Vanessa... creí que lo tenía todo, que iba a ser fácil, y que estaba en mi capacidad lograr complacer a todos. —Se encoje de hombros—. Me engañé a mí mismo.

—¿Qué pinta eso en lo que quieres explicarme? —frunzo el ceño y froto mi piel.

—Perdí el control sobre mis alas, mis dones se esfumaron con el paso del tiempo; ni mi superior, ni los arcángeles confiaban en mí... —resopla y se recuesta. Mira a través del ventanal—. Perdí la credibilidad de todos, y me absorbió la depresión durante cincuenta años. —Doy un respingo al escucharlo—. Hasta recibir una fuerte reprimenda, eso me hizo mejorar. —Deja sus fanales celestes sobre mí—. No sólo por ellos, también por mí. Lanzar mi vida por un abismo no sería una opción, tenía que hacer algo.

—¿Y qué sucedió?

—Te conocí, Alex. Él me envió hacia ti. —Mis latidos se aceleran con el roce de su voz—. Por eso eres mi luciérnaga, fuiste mi luz en medio de la tiniebla. —Se aproxima hacia mí, y deposita un suave beso sobre mi pómulo rosáceo.

Lo tomo por las mejillas e inspiro al deslizar mi rostro hacia él. Vislumbro la tonalidad carmín que pinta su tez; sus labios entreabiertos y expectantes a mis próximos movimientos. Sus pupilas escrutan los rasgos que trazan mi perfil, e inhalo al percibir un pequeño atisbo de sus comisuras, casi sintiéndome por encima de las nubes.

Y, de la nada, una piedra golpea mi cabeza.

—¡Auch! —gruño en contestación alejándome con brusquedad de Haniel.

Él se asoma al retirar un extremo de las lisas cortinas, y ríe.

—Es Eder.

Calmo mi enojo al instante y recorro las escaleras, hasta abrir la entrada y encontrarme con la figura adolescente del chico moreno.

—¡Hola! —lo rodeo con mis flácidos brazos y él me corresponde. Nos balanceamos de un lado a otro y Ed me estrecha con fervor.

—Hey, Alex. —Me separo de él y esbozo una sonrisa—. ¿Vendrías hoy con nosotros? —al percatarme de que ve de reojo hacia mis espaldas, sé que el ángel está detrás de nosotros. Volteamos, y Haniel lo saluda con un asentimiento de cabeza. Eder resulta muy cómodo con su presencia—. Él también puede venir.

Suelto una risa nerviosa y observo su prominente silueta avanzar hacia nosotros con los pulgares en sus bolsillos delanteros.

—¿Por qué no?

Haniel me regala una de sus expresiones cautivadoras y hace un ademán al aceptar la invitación.

Por mi vista periférica puedo ver al adolescente entornar los ojos en dirección a mí.

¿Está mal caer en los encantos naturales de un ángel?




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