Ángel de la muerte

14

Capítulo 14: Un guardián entre las sombras

 

 

Haniel

Está atemorizado, con los nervios a flor de piel; puedo ver en sus cristalizados ojos aceitunados el desasosiego que lo tiene preso.

Desde que llegamos a la cabaña se ha hecho en posición fetal en un rincón de la alcoba, mientras Alex aun da mordiscos a sus uñas y mece sus piernas, intranquila. Es complicado lidiar con dos personas alteradas, y lo único que Gabriel ha llegado a musitar es: nada.

Su mirada perdida es un vestigio del trauma que le han causado.

Me acuclillo frente al chico con desenfrenada oscilación y sus fanales denotan la incomodidad que palpa el ambiente.

—Necesito que confíes en mí, Gabriel. —Su atormentada figura vacila antes de ascender su rostro—. Quiero ayudarte. —Suavizo mi semblante y escucho los tenues pasos de Alex aproximándose a nosotros.

—¿Q-Qué quieres que haga? —balbucea.

Espero unos segundos antes de contestar.

—Permíteme ver tus recuerdos.

Me observa horrorizado y retrocede aún en el suelo; Alex se agazapa a su costado calmándolo. Su palidecida tez recupera la estabilidad y hace un ademán para que me acerque.

—¿Estás listo? —arqueo una ceja.

—¿Qué harás conmigo? —pregunta con voz queda.

Alex lo rodea, y él recuesta su cabeza en su hombro en busca de la calidez que se le ha arrebatado.

—No te haré daño —aclaro—, sólo necesito saber qué sucedió y evitar que tengas que repetir la impresión de todo explicándome.

Él asiente lento y con la mirada fija en algún punto de la nada.

Con aprensión, extiendo mi mano hasta colocar mis yemas sobre sus párpados, los cuales se cierran por inercia de tal manera que pueda adentrarme a sus memorias. Él se tensa con el contacto de mi piel, pero relaja los músculos a sabiendas de que Alex permanece a su lado.

Poco a poco, la bruma me lleva en un abismo y la negrura del crepúsculo se esclarece haciéndome saber que presencio el pasado de Gabriel.

Vislumbro el entorno; es una carretera extensa en medio de una pradera dónde el gélido ambiente escuece mi piel. Hay poca visibilidad y la neblina cernida en la vereda empeora mi vista.

El único ruido que prevalece es el silbido de la brisa, añadiéndole un avieso toque a la penumbra de las vías.

Segundos después, oigo el crujido de unos pasos torpes.

Me viro en la búsqueda de su origen, y la silueta del dueño de estos recuerdos se hace presente. Deambula sin rumbo dejándose llevar por el ensimismamiento en su mente; lleva los pulgares dentro de sus bolsillos y atisbo angustia en sus facciones, como el estar arrepentido. Patea piedras que hacen obstáculos al avanzar y se despoja de su ira al soltar gruñidos al aire.

Sus lagrimales aglomeran tanto líquido hasta el punto en el que éste cae y deja rastros en sus mejillas ahuecadas debido a su desnutrición… ¿Cuántos días habrá perdurado en vilo?

Cualquier idea se esfuma al contemplar las sombras pérfidas de aquellos del otro lado.

Gabriel no se ha percatado, pero yo sí como espectador.

Cuando las risas maléficas empiezan a retumbar, él se sobresalta y examina sus alrededores en busca de señales, pero éstos no se permiten mostrarse ante él. No hasta que reconocen el miedo en todas sus facetas, el temor del que se alimentan como enfermos.

Gabriel alerta todos sus sentidos al sentir las intensas miradas en su cuerpo, y es ahí cuando decide huir. Corre alejándose de lo que sea que le provoca escalofríos y complicaciones al respirar.

Soy capaz de oír los latidos impetuosos que saltan dentro de su pecho, e incluso las fallas que averían su escape. Es como un enclenque que trata de huir de lo imposible; está débil, torpe y patoso, sus músculos no obedecen las órdenes que exige.

Lo escucho gritar.

Suelta un alarido tan ensordecedor que inclusive los demonios se detienen detrás de él. Se sostiene de sus antebrazos de cara al pavimento. Sopesa sobre cuál será su próximo atajo para librarse de la situación.

—¿Conoces a Alex? —cuestiona una de las lóbregas entidades observándolo con una sonrisa de suficiencia.

Él se gira, estupefacto, y ellos se vuelven visibles en sus formas humanas.

—¿Quiénes son ustedes? —tartamudea con las emociones descontroladas en su torrente. Tiembla con el sudor resbalándose en todo su cuerpo.

Una de las deidades se reclina frente a él. Es un hombre; porte mortífero y párpados entrecerrados.

Acostumbran a vivir con emociones negativas, como la furia.

—S-Sí. —Logra proferir y baja el rostro con más lágrimas que caen en sus pómulos.

«¿Por qué lo siguen? ¿Por qué él?», pienso.

Lo siguiente que contemplo es atroz.

Los behemorth lo atormentan con pesadillas vívidas y espeluznantes, crean un halo grisáceo sobre su cabeza, detonan el poder fúnebre que ejercen.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.