Capítulo 15: Mrighte dram, anyel
Alex
—Hay muchas bestias en el infierno. —Comienza Haniel desde un rincón alejado de la alcoba, cruzado de brazos. Mantiene un semblante hostil—. Los behemorth son criaturas desterradas de Ciel al traicionar su espíritu y transformarse en demonios.
Proceso la información y repito ésta una y otra vez en mi cabeza, hasta grabármela.
—¿Y ellos... ellos tienen dones, como tú? —pregunto recelosa.
El ángel niega con suavidad.
—Todo lo que atesoran es exiliado. —Traga saliva y deambula por la habitación—. La única diferencia es que toman magia del Inframundo para dañar a los humanos, para cometer cualquier delito...
—¿Y los arcángeles?
—No saben nada... Hay algo detrás de todo esto —señala—; tienen un as bajo la manga. —Haniel frunce el ceño a la nada y exhala con pesadez.
El cansancio se hace un cúmulo y deja bolsas debajo de sus párpados adormilados. Su postura es rígida a causa de la tensión.
«¿Qué viste en sus recuerdos?», musito con sutileza.
Gabriel se mueve hacia nosotros, aprensivo. Su mirada permanece sobre los tablones y aprieta los puños a sus extremos. Sus labios están unidos en una línea y destila inseguridad al avanzar; se aproxima hacia mí. Su tez está pálida y el contorno de sus pupilas enrojecido, sus pómulos salientes me hacen ver su desnutrición y, justo cuando va a caer, lo agarro entre mis brazos.
Palpo sus mejillas y la curvatura de su cuello. Noto su temperatura alta y caliente, sus ojos lagrimean y sus latidos saltan dentro de su pecho.
—Debemos llevarlo a un médico —pido presurosa y me frustro al ver la quietud del aludido. Me mira de forma amena.
—Alex, puedo ayudarlo.
Caigo en cuenta del significado detrás de sus palabras, y aclaro mi garganta.
—Claro, claro —titubeo.
Él coloca su mano sobre la coronilla de Gabriel, y puedo contemplar el haz de luminiscencia nívea moviéndose alrededor de sí. El adolescente recupera la tonalidad tostada de su piel, y sus labios se tornan rosáceos. Su corpulencia demuestra que se vuelve más fornida y sus palpitaciones se ralentizan.
Sin embargo, algo hace que Haniel y yo conectemos miradas escépticas.
Una flor de loto envuelta en negrura se eleva sobre su torso y, de la nada, se disipa con el tenue viento.
—¿Qué ha sido eso? —doy un respingo con sorpresa. Él parece reconocer la figura ulterior, ya que se eleva y recorre el lugar mientras pasa los dedos por su cabellera azabache—. Haniel.
—Es muy difícil de explicar... —mi celular intercede en la conversación y, cuando decido colgar, leo la inscripción.
Eva.
Contesto al instante y llevo el teléfono a mi oído. He conseguido su número días después cuando me atrapó por las calles de la ciudad, y fue inevitable aceptar.
—¡Alex! —alejo el aparato para evitar destruir mis oídos con su voz aguda, y lo vuelvo a su posición al corresponder a su saludo—. Debemos hacer algo hoy, chica, hay que salir de vez en cuando a tomar aire. —Bufo al escuchar su sarcasmo—. ¿Qué tal si nos encontramos hoy en el Drake's? —pregunta emocionada.
Tener una amistad después de tanto se siente bien.
—De acuerdo, allí estaré. —Ella se despide con su particular efusividad y un par de amenazas por si llego a ausentarme. Cierro la llamada y me giro hacia Haniel, quien curva una de sus comisuras observándome.
—¿A qué hora te irás? —quiere saber, y desvía sus iris añiles al chico desfallecido sobre la litera.
—Cuando el sol se esconda.
Él hace el sonido de un chasquido y mira a través de la ventana.
El crepúsculo nocturno ya está hace presente junto a la luna.
—Creo que ya es tu hora —susurra al momento en el cual su gesto vacila.
Lo rodeo al cruzar el espacio que nos divide, y él me devuelve el abrazo con ahínco.
—Luego hablaremos de esto, ¿sí? —apunto a Gabriel y hago referencia a lo que hemos visto.
—Bien.
Dejo un beso sobre su frente y deslizo mis palmas en un rastro sobre sus brazos. Llego hasta sus manos, a las que les doy un leve apretón.
—Volveré pronto —aviso y abro la puerta para encaminarme a la vía.
—Alex… —volteo hacia donde está—. Cuídate.
Sonrío enternecida.
—Claro, ángel.
°°°
Circulo tambaleándome por medio del bulevar iluminado con pobreza por los lívidos faroles. El cielo está coloreado en tonos cerúleos y el camino está despejado. Ciertas personas caminan por las veredas agarrados de los menores, y algunos charcos llenos de líquido salpican nuestros pies. Se oyen cláxones por todos lados y el murmullo de las conversaciones que ejecutan los demás.
Las nubes ocultan la luna dejándonos con vaga iluminación, aunque estoy cómoda de esa forma.