Ángel de la muerte

16

Capítulo 16: El consuelo de una dama angelical

 

 

Alex

Eva bebe del té que le hemos servido con la mirada perdida en la nada; sus ojos están desorbitados, ensimismados en el abatimiento que le ha provocado el peso de la realidad, no sólo de su novio —ex—, también de la verdad inverosímil que se le fue mostrada.

Su primera reacción fue despotricar y refunfuñar al sentir el pinchazo enardecedor de una vil traición y, a medida que el ángel y yo caminábamos a sus espaldas, sus hombros comenzaron a tiritar dándonos un indicio de que la agonía acrecentaba y surtía efecto en los espacios de su casto corazón.

Me acerqué a ella sin musitar una palabra a sabiendas de que de ninguna forma eso lo solucionaría.

Ella necesita tiempo para asimilar las cosas y acoplarse al nuevo mundo en el cual se ha adentrado.

Me dediqué a sostenerla, abrazarla con ahínco y sin reservas; sin intenciones de soltarla por temor a que trastabillara y desfalleciera. Estaba consternada y aún sigue de aquella forma. Conozco bien la situación en la cual se halla, la posición de incredulidad que la envuelve.

En cierto modo, me hiere su distanciamiento, pero abarco la posibilidad de que yo pudiese haber sido ella y que estaría igual, o peor. Mis actitudes con respecto al Inframundo y Ciel son desdeñadas e indiferentes, hago caso omiso a todo lo que respecta a ellas; sin embargo, desde que Haniel regresó a mi vida supe que de alguna forma u otra terminaría entrelazada con ellas.

Mis luceros acaramelados se posan sobre la entidad a un costado de la estancia. Está reclinado sobre una estantería y fija su mirada en la chica apesadumbrada con preocupación.

«¿Puedes borrar su memoria?», pregunto.

Él me mira de soslayo.

«Ese don les pertenece a los arcángeles. Yo sólo puedo hacerlo contigo, porque he sido asignado a ti». 

Suspiro y tomo la mano extendida de la chica. Está helada, y hago el amago de transmitirle calidez.

—¿Eva? —susurro. Eleva su rostro y puedo ver el miedo a través de sus pupilas, está aterrada—. Estamos aquí para protegerte —expreso en busca de que apacigüe el nerviosismo impetuoso que ha surcado su rostro.

Sus mejillas pálidas están perladas con la humedad del líquido cristalino, sus párpados se muestran cansinos y sus labios están resecos y morados por la frialdad del ambiente.

—¿H-Hay más? —pregunta al ser azotada por un golpe emocional—. Tengo miedo, Alex.

Mi semblante se suaviza.

—Entonces... déjame cuidarte.

«Es admirable cómo amas a los tuyos, Alex». Mis pómulos son coloreados de un tinte carmín y sonrío por lo bajo. «Pero tu vida también tiene valor...».

«¿Dónde quedas tú, ángel?».

Él espera unos segundos antes de contestar.

«Si tu alma está a salvo, la mía estará bien».

Sólo escucho la fuerza descomunal de sus alas al ascender y el vestigio de un revoloteo frenético en mi interior.

Ese es el efecto de Haniel sobre mí.

—¿Eso fue...?

—Real, sí, lo fue. —Curvo mis labios en dirección a Eva, y sus ojos se mantienen en el punto donde se ha ido.

—¿Él... Él...? —balbucea, y yo alzo las cejas para que finalice su interrogante. Pero, luego, carraspea y su particular chispa centellea en su rostro—. ¿Él te quiere? —recuesta su mentón en su palma observándome con sus ojos escrutadores.

—Más de lo que imagino. —Inhalo—. De una forma tan intensa que me asusta.

—Enamorada de un ángel, ¿eh? Parece un cuento de hadas... aún me parece increíble. —Se sume otra vez y sus lagrimales guardan un cúmulo de gotas de tristeza.

Aprieto los puños a mis costados, ¿cómo se pudo haber aprovechado de su inocencia?

—Gran contraste el mío. —Continúa con ironía amarga.

Me desarma el que se refiera al haber amado a un demonio.

—Hey, no fue tu culpa. —Le doy un apretón a su mano—. Recuerda que aquí estaré para ti.

—Y yo también, Alex. —Me vislumbra con cariño—. El peso del tiempo no es suficiente para destruirnos.

Elevo mis comisuras en una amplia sonrisa y ella imita mi gesto.

Lo sé, lo he sabido desde que nos reencontramos; hay amistades que, sin importar cuántos años transcurran, cuando los necesites estarán presentes para levantarte.

Así se siente con Eva.

Con la resplandeciente luna que ilumina el interior de la cabaña, continuamos nuestra conversación.

Sigue teniendo su esencia —algunas señales de recelo— y permanece con la alegría que suele destilar de sus poros. Sus iris ya no guardan miedo, sino esperanza; ahora conoce que hay mucho más de lo que los humanos pueden ver.

°°°

A medianoche el insomnio me carcome.

Me revuelvo entre las cobijas tersas de la cama y no encuentro una posición cómoda para descansar. Por más que lo intente, mis párpados permanecen espabilados. Llego al punto de frustrarme al ver el laxo cuerpo de Eva que descansa sobre el lugar que Haniel le ha ofrecido.




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