Capítulo 17: El despertar de la muerte
Alex
«Alex, Alex...», me sobresalto cuando el llamado se adentra en mis oídos. Observo la alcoba, pero no hay un ápice de cualquier presencia en el diminuto espacio.
Eva se ha ido.
«¡Me hace daño! ¡Te necesito!», mis ojos se rasan al reconocer la voz y mi cuerpo pusilánime se mueve por inercia al hacer acopio de la vaga existencia de vigor en mis venas. Su tono trémulo se cala en mis huesos. Se acumulan lágrimas amenazantes por salir y resbalarse.
Corro entre los árboles; los músculos de mis piernas escuecen debido al esfuerzo que impongo con cada zancada veloz, pero no me detengo.
Puedo percibir su lugar de procedencia desde aquí. Eludo los rígidos troncos y las raíces secas que interceden mi camino hacia la chica.
—¡Karissa! ¡Karissa! ¡¿Dónde estás?! —vocifero aproximándome más y más.
Los gritos son incesantes y prolongados, atestados en pavor y martirio. Sufre, sufre mucho.
«¡Alex!».
Suelto el revoltijo estomacal en el momento en el que vislumbro la escena.
—Oh, p-por Dios —musito desasosegada. Llevo mi palma hacia mi boca y cubro mis labios. Me precipito hacia el hombre que se cierne sobre ella e intento asestarle golpes, magullarlo, lastimarlo… pero es en vano. Mis brazos lo atraviesan como si fuese un espectro—. ¡Basta! ¡Déjala en paz! ¡No! ¡Para!
Intento apuñalarlo, pero ni siquiera es consciente de mi presencia. Sólo se adentra en ella una y otra vez mientras aprieta la curvatura de su cuello atrapando el oxígeno fuera de sí.
No puedo, ¡no puedo más! Lo devuelvo todo otra vez y lloro al caer de rodillas en la superficie enlodada cuando la lluvia empieza a descender del firmamento taciturno.
Tapo mis oídos y niego constantes veces con la cabeza en un intento de eliminar los quejidos agónicos de la chica, pero siguen punzantes en mi anatomía como un recordatorio de lo que no pude evitar.
—¡Maldita sea, detente!
Es como si la visión de su pasado se hubiese presentado ante mis ojos, como si el acontecimiento me hubiese visitado para flagelar mi fuerza y oprimirme. Y, al conjeturar que es probable que ya han desaparecido, levanto con cautela mi rostro del ovillo en el que me hecho; sin embargo, él sigue ahí.
… Karissa sigue ahí, pero su alma se ha ido.
Su mirada desvaída se encuentra en mi dirección, y sus pupilas denotan la vida que ha sido ensombrecida por el dolor. Tiemblo en sollozos y me cubro mientras abrazo mis rodillas contra mi torso.
No me atrevo a atisbar su cuerpo mortecino y el deje de consternación que ha mantenido como vestigio de lo sucedido, mientras el repugnante ser se aleja y acomoda la pieza inferior de su ropa.
Propino golpes al suelo con mi puño reiteradas ocasiones en las que trato de soltar la impotencia que me apabulla.
—¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¡Mierda! —voceo y dejo que mi exclamación retumbe en los recovecos del bosque, permitiéndome desahogar el peso de lo que he visto y romperme por todas las vidas que se me han escurrido entre los dedos.
«A-Alex...», la voz tenue y amortiguada me hace virar hacia la fallecida.
Recorro su rostro con añoranza, mas parece que ha sido una jugada de mi imaginación quebrantándome, haciéndome yacer entre el cúmulo de hojas exánimes... como ella. Inertes, sin vida, con vacío profundo y un indicio lejano de sus últimos suspiros.
Lloro por ella, por los recuerdos que atenazan mi subconsciente llevándome al pretérito con los momentos donde esbozaba su sonrisa.
Atravesó nuestros corazones hasta pertenecerlos y adueñarse de una gran parte de nuestras emociones. Por dios... ¡No lo merecía! ¡Nadie lo merece! ¡No podía morir de esa forma!
La ira se apodera de mí al ver la figura de aquel hombre entrelazándose en mis pensamientos como una bala fugaz. Siento la cólera acrecentar en mi sistema por la injusticia, por el abuso, la violación a la ingenuidad invadida de una endeble chica.
No dejo de cuestionarme, de culparme por no haberla protegido, por haberme ido de su lado y no haber soportado un poco más.
—P-Perdóname, Karissa. —Me acuclillo a su costado y dejo que mis lágrimas acaricien su piel deslucida—. Prometo velar por la seguridad de los chicos, tal y como tú siempre lo hiciste. —Mis palabras se desprenden rajadas y rotas de mis cuerdas vocales, en la espera de que lleguen a ella en algún lindero del mundo—. Te amo, te amo tanto... Descansa en paz, Riss.
Trazo con gracilidad una línea desde su sien hasta su mentón, y su cuerpo se deja llevar por el débil viento en forma de polvillo.
De pronto, unos fornidos y cándidos brazos me rodean.
Exhalo de manera entrecortada y me recuesto sobre su pecho de espaldas. Continúo cabizbaja mientras suelto clamores por el alma que ha sido llevada lejos de aquí.
El ángel sólo sisea de vez en cuando al repartir caricias sutiles en mi cabello desaliñado; él comprende que deseo el silencio más que todo justo ahora, y permanece inmutable durante las subsecuentes horas. La luna alumbra nuestras siluetas unidas en medio de los escombros.