Capítulo 19: Lenguas antiguas y angelicales
Alex
—¡Haniel! ¡Haniel! —doy empujones torpes a su pecho para que se detenga—. No es sensato… —él está a punto de replicar con la boca entreabierta, pero coloco el dedo índice en sus labios—. Tú no eres así... No eres igual a él. —Su mirada se suaviza y su gesto se contrae en arrepentimiento.
Suspira, exhausto por el abatimiento de los sueños de Riss y la frustración por la ignorancia sobre qué hay detrás de todo esto.
—Lo siento, Alex —susurra hacia mí, sus cuencas celestes destilan chispas. Sus comisuras se curvan hacia abajo, pero un deje de sosiego surca su semblante cuando coloco mi mano en su mejilla.
—Está bien... ángel. —Sonrío casi imperceptible—. Karissa está con nosotros, y eso es lo que importa ahora. —Dejo un beso en su pómulo y éstos se colorean de carmesí, delatan las reacciones encantadoras que posee ante mi tacto.
Me dirijo presurosa hacia ella y la sostengo por los hombros para evitar que decaiga y desfallezca otra vez. Su expresión gris y aliquebrada me hace ver un indicio de su sufrimiento interno y aquello me hace estremecer.
—Alex… —me llama con sutileza—, ¿y si les hago daño? —su voz se quiebra al finalizar, lo que me hace fruncir el ceño y levantar su rostro por la barbilla.
—¿De qué hablas, cariño? —pregunto al vislumbrar las salinas gotitas que deja caer sobre su piel, eliminándolas con mis pulgares.
—No recuerdo... no sé cómo llegué a ti, no recuerdo el último día junto a ellos —dice y sella cualquier palabra que estuviera por salir de mi boca.
Escucho los cautelosos pasos de Haniel a mi espalda, y mis ojos ven de reojo su intranquilidad.
—Tal vez el portal lo provocó todo según los deseos más profundos de tu corazón. Tal vez lo que más anhelabas era liberar a Gabriel y a ti misma…
Guardamos silencio durante unos segundos.
—Ve a tomar un baño y asearte, Gabriel y Eder consiguieron todo lo que necesitas —digo y la llevo hacia el sanitario. Le enumero todas las cosas en el estante. Le entrego un conjunto sencillo de pijama e indico un par de cosas más.
Curva sus labios en agradecimiento y, después de pedirle que tuviese precaución, me retiro al cerrar el pestillo.
Junto a la puerta, exhalo el aire que contengo y me reclino de la pared decolorada. Cierro mis párpados con la esperanza de recuperar la calma, pero, una vez que casi la consigo, los recuerdos atosigan mi cabeza como cuchillas filosas.
Aleteo mis pestañas varias veces para alejar las lágrimas y hago acopio de toda mi voluntad para dirigirme hacia Haniel.
Está cruzado de brazos sobre el barandal de la escalera con la vista perdida.
—Haniel… —eleva su mirada retratándola en mí—, debemos hablar. —Mi tono lo alerta y se aproxima al dejar sus brazos laxos a cada lado.
No es hasta que se halla a centímetros de mí que siento cómo nuestro aliento se encuentra cuando toma mi mentón y lo dirige hacia él con añoranza grabada en sus iris azules, que centellean hacia mí con un ímpetu que revuelve mi interior.
—Haré todo lo posible por protegerte a ti y a ellos, Alex. —Su suave caricia me hace hiperventilar y sentir serenidad a pesar de la situación que nos rodea.
Deja reposar mi mejilla en su mano, y yo coloco la mía sobre la suya, despojándome del abatimiento y cediéndome un pequeño descanso que perdura segundos.
—Lo sé, ángel.
Se apresura a rodearme con sus brazos y deja roces en los mechones sueltos de mi coleta, lo estrecho y dejo que mi respiración acelerada se ralentice con el contacto de su piel.
—No me ocultes nada, por favor. Quiero que ella esté bien... lo necesito —musito sin ningún deje de molestia; estoy muy cansada para otra emoción abrumadora.
Él inhala con dureza y prensa sus labios en una línea.
—Te dije lo que sé... es todo… —lo contemplo con la mirada entrecerrada—. No te agobies, ¿sí? —finaliza vislumbrándome con sincera preocupación y, en ello, observo mi reflejo desde el espejo posterior a él: pómulos salientes, media lunas bajo mis ojos, palidez.
—Luzco terrible —susurro para mí misma, pero él parece escuchar ya que enarca una ceja.
—Ningún malestar puede eclipsar tu belleza, luci. —Me mira con intensidad.
Toma su tiempo mientras acaricia la punta de mi nariz y causa temblores en mí, mi corazón retumba en mi pecho y es capaz de percibirlo aun así de lejos.
Sus pupilas brillan cuando está a un segundo de besarme, la prolongada espera me apabulla. Y, justo cuando siento el roce de su labio superior, el carraspeo incómodo de Karissa hace que nos volteemos hacia su figura retraída a unos metros. Retuerce sus manos con nerviosismo y deja sus pupilas en los tablones del piso.
—¿P-Podrías acompañarme a d-dormir? —se dirige hacia mí sin verme y, ahora que se encuentra libre de toda la mugre y rastros de sangre, los rizos de su cabello saltan hasta su cintura con mayor brillo que antes.
—Claro —digo. Volteo hacia Haniel y éste me da una sonrisa apenada por lo que no pudo ser—. Iré con ella… —beso su mejilla con premura—. Buenas noches, amor —murmuro y troto hacia el costado de Karissa llevándola hacia la parte superior de la cabaña.