Ángel de la muerte

20

Capítulo 20: Una mirada al pasado

 

 

Haniel

Corro hacia ella. Mi corazón late al vislumbrar la tonalidad negra que contornea sus ojos para embargarlos en oscuridad... Su mirada se ha vuelto entenebrecida desde que aquel demonio se ha aprovechado de la posesión y lo ha utilizado sobre Alayna.

Obtuvieron esa habilidad cuando, por voluntad propia, entregué mis dones celestiales al Inframundo. Y ahora, al sufrir las consecuencias de mis pasados actos, contemplo con lágrimas que resbalan en mis mejillas el cuerpo lánguido y pálido de Alex.

—Luci... —susurro y dejo caer unas cuantas gotas sobre su piel—. Responde, por favor. —Beso sus párpados cubriéndola con mis endebles alas, cediéndole el camino a mis manos para acariciar sus mejillas.

Ella aletea sus pestañas onduladas y frunce el ceño acostumbrándose al entorno que nos da el anochecer sobre nosotros. Uno de los arcángeles —mujer— se aproxima hacia nosotros y se acuclilla frente a los dos sin desviar la atención de la chica entre mis brazos.

—Ella no está bien, Haniel… —inspiro al reconocer lo que ha sucedido—, si no encuentran el Crux pronto, se convertirá en un caído. —Oír esa palabra me pone los vellos de punta, negándome a aceptar el posible destino de Alex.

No lo permitiré, no a ella.

—No puedo dejar que eso pase... —ella me mira con compasión.

—Te enamoraste, ¿cierto? —su expresión denota cómo se compadece de mí. El que me entienda me hace sentir intrigado.

—Ojalá fuera sólo eso, Athenea.

Suspiro a sabiendas de que los sentidos de Alex no se han recompuesto por completo, sino que continúa en un trance fugaz que no asimila la transición que está en su apogeo.

»Siento que daría la vida por ella.

Los ojos espléndidos de mi amiga centellean, en lo que yo percibo una opresión estremecedora en mi pecho y temblores.

—Sé que sí lo harías.

Alex se retuerce en mi regazo.

—Protégela, Haniel. Recuerda tu misión. —Ella alza las cejas y, al hacerle un ademán a los arcángeles detrás de ella, desaparecen en un ascenso hacia el cielo.

Alex suelta un quejido y carraspea antes de hablar.

—¿Haniel? —frota sus ojos y me reconoce cuando asiento con lentitud sin despegar mi mirada de ella—. ¿Estás... estás bien? —pregunta con cautela.

—Qué importa cómo me encuentre yo. —Tomo su mano y la llevo a mi rostro, deleitándome con ese gesto adorable que forma en su semblante cada vez que siente intranquilidad—. Sólo quiero saber si tú lo estás.

Sus ojos se cristalizan al oírme y se apresura a abrazarme al rodear mi cuello. Solloza al enterrar su rostro en la hendidura y se recuesta sobre mi hombro.

—T-Tus alas, ángel —titubea.

Resoplo acercándola a mí por el mentón. Beso su frente y acerco sus manos a éstas, donde el plumaje está sórdido y repleto de manchas carmesíes. Alex cierra los párpados al adentrarse en mis recuerdos; su respiración se acelera al presenciar los golpes, los latigazos y los azotes que repartieron sobre mí al encadenarme abrasándome con sus llamas.

Ella muerde su labio inferior con tanta fuerza que puedo especular que ha sentido el sabor metálico de sus labios rotos. Se aferra a mí asiéndose de la seguridad que he prometido darle.

—Tranquila, Alex —siseo—; ya pasó. —Su llorar se apacigua y posa sus pupilas en mí.

—Debemos ir a ver a Karissa. —Es lo que dice antes de incorporarse, pero una punzada de dolor la detiene.

Hace un mohín contraído y araña mi pecho.

—L-Lo siento —balbucea—. ¿Qué me está pasando, Haniel? —murmura con la voz quebrada. Sus iris gritan el temor que los rodea, el desasosiego que la tiene envuelta.

—Te lo explicaré, Alex; pero no ahora… —me coloco sobre mis pies con ella cargada en mis brazos, llevándola hacia la parte superior de la cabaña. Abro de un empujón la puerta y me sobresalto encontrándome con Bethania acariciando el cabello rizado de Riss—. Beth —susurro y capto su atención—, no...

—Sabía que algo iba mal. —Se encoge de hombros—. Él me encomendó venir aquí... por Karissa. —Ella esboza una gentil sonrisa y me acerco. Recuesto a Alex sobre el mullido colchón.

—No te alejes, por favor —pide en mi oído, y me aparto unos milímetros para responder con mis ojos en los de ella.

—No me iré a ningún lugar lejos de ti, luciérnaga.

Así, sonríe sin separar sus labios y descansa por fin de una larga noche.

Rodeo la cama para llegar hasta Beth, quien se encuentra junto al alféizar de la habitación con el destello lumínico de la luna que esclarece su rostro.

—Hay algo más detrás de esto, Bethania... —ella suspira y coloca sus manos sobre mis hombros.

Se aleja unos metros y deambula con un gesto preocupado. Lleva sus pupilas hacia varios puntos del lugar y, seguido, un aura sepulcral invade nuestro ambiente.

—La actividad del Inframundo ha incrementado de forma sobresaliente... Las deidades celestiales están ensimismadas en controlar a los humanos. —Jadeo por la sorpresa y frunzo el ceño.




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