Ángel de la muerte

21

Capítulo 21: El beso de un ángel

 

 

Alex

—Gabriel, ¿qué sucedió cuando perdiste la consciencia? —inquiero mirándolo de brazos cruzados, mientras él está sentado sobre el mueble frente a mí y cubre su rostro con una palma.

El repentino despertar le ha provocado un dolor agudo en la cabeza.

—No lo sé... en menos de un segundo estaba perdido —responde con dificultad, pues su voz suena pastosa y amedrentada.

Eder suspira a su lado sin despegar la mirada de su amigo, y Karissa está en una esquina al igual que Haniel; todos se mantienen callados mientras realizo preguntas en busca de una respuesta lógica sobre lo que ha sucedido.

Exhalo rendida y froto mis manos en busca de calidez.

Escudriño los ojos del ángel y él a mí, pero me aparto al sentir, otra vez, una opresión que me hace memorar todo lo que mencionó Gabriel hace un rato...

Mis pensamientos permanecen en una travesía hacia los recuerdos de la agonía que él y yo provocamos en nuestro pasado, de las veces que hemos sentido que no teníamos valor alguno y que nuestras almas estaban vacías después de ser embestidos por las bestias del Inframundo; los dos estuvimos desorientados alguna vez y, sin darnos cuenta, nos hallamos cuando el bulevar de la vida nos llevó en la dirección del otro.

—Deberían ir de vuelta a la casa-hogar, chicos —sugiere Haniel, y yo le lanzo un gesto mortífero por alejarlos de esa forma tan brusca, pero él hace caso omiso—. Necesito estar a solas con Alex.

Karissa asiente y se retira a mi habitación al subir los peldaños de las escaleras y, al mismo tiempo, Gabriel y Ed me abrazan y yo les correspondo, sintiéndome enternecida por ello.

—No sé qué sucedió, Alex, l-lo siento, yo... —lo siseo, ya que él no es culpable por lo que haya pasado, sólo fue el medio de algún ente desconocido.

—No te preocupes, Briel; todo estará bien… —él fuerza una sonrisa, y Eder aclara su garganta al dirigirse hacia mí cuando Gabriel está en camino a la puerta.

Deja sus pupilas en el suelo.

—¿Ella está bien? —sonrío al acariciar su mejilla con mi pulgar e ignoro la presencia de Haniel detrás de mí.

—Lo estará, Ed, lo prometo. —Le guiño un ojo.

Él hace su andar hacia donde está su amigo esperándolo y, con un ligero sonido, la cerradura nos hace saber que ya se han ido.

Lo escucho inhalar hondo y acercarse, pero no me viro a darle cara. Mis latidos resuenan en mi pecho.

No quiero verlo, no quiero contemplar la verdad que surca sus pozos celestes, esos que me hipnotizan siempre que me mira.

—Te lo explicaré todo, ¿de acuerdo? —suena desesperado—. Sólo... sólo escúchame. —Casi ruega al no verme voltear—. ¿Alex? —susurra.

Me giro y vislumbro su expresión decaída.

Sus ojos tienen media lunas grisáceas debajo y su postura es desgarbada. No puedo evitar la oscilación de mi interior ni el temblor de mis manos.

El anhelo de hacer contacto con su piel se acentúa y ahoga las palabras en mi boca; no puedo pronunciar nada.

—Lo entiendo todo, Haniel... no me debes explicaciones, sucedió hace mucho tiempo. —Me encojo de hombros.

Me siento molesta y, a la vez, impotente.

Quería permitir que él confiara lo suficiente en mí para tomar por sí mismo la decisión de hablarme sobre su vida, sin reservas o presión.

Me quitaron la oportunidad de ello.

—Quiero hacerlo... —musita con voz queda—, quiero que conozcas todo sobre mí.

Su revelación me deja anonadada.

—No tienes por qué apresurarte por... esto —digo refiriéndome a la escena previa—, sólo olvidémoslo.

—No es lo correcto. —Interfiere en mi escape y sostiene mis manos—. No permitiré que esto nos detenga, luci. —Toma mi barbilla y la eleva. Lleva mis ojos a los suyos.

—Estamos bien, ángel.

—¿Qué tan segura estás de eso?

Dudo y vacilo antes de responder.

Yo sé que no lo estamos.

»Confío en ti... ¿es eso lo que te preocupa? —arruga el ceño y se acerca a mí.

—No.

En definitiva, es eso.

—No puedes mentirme, y lo sabes.

—No quiero hacer esto, Haniel, no ahora. —Huyo de su toque y me alejo al cruzar el umbral de la sala.

Lo oigo resoplar.

—Deberíamos arreglar las cosas. —Me viro hacia él en el inicio de las escaleras. Suaviza su semblante—. Sólo quiero lo mejor para ti.

Está rendido.

—Justo ahora... —murmuro y percibo un peso agobiante en mis hombros—, no lo es estar contigo.

Así, asciendo a la segunda planta sin mirarlo por última vez, sólo dejándolo con la palabra en la boca y yéndome de la asfixia que me corroe en ese sitio.




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