Ángel de la muerte

27

Capítulo 27: Una batalla desde los inicios del mundo

 

 

Gabriel

De lejos puedo entrever a Eder reclinado en los peldaños frontales de la cabaña, sumido en un mutismo donde sólo la brisa interrumpe la mudez.

Desde el último día que conversó conmigo ha permanecido alejado, justo en el instante en el que aquella deidad inició con su perpetua tortura. No ha hablado con nadie, no desea la cercanía de nadie. Es frustrante y difícil; Riss se ha vuelto a retraer en sí misma con desconfianza hacia su alrededor y no se han hallado rastros de Eva en ningún sitio. Es como si hubiese desaparecido del mapa, llevándose cualquier atisbo de su presencia o pista.

No tenemos nada ahora.

Me aproximo al dejar de lado el malestar en mis adentros y me recuesto en la pilastra de madera que hay a un lado. Cruzo mis brazos sobre mi torso.

—¿Qué ves, Ed? —musito alicaído.

Ese debe ser uno de los peores castigos que existen, donde no puedes controlar lo que tus ojos perciben y lo que tu mente alberga. Tus peores pesadillas se avivan y tus miedos se materializan.

Yo estuve en medio de esa travesía una vez.

—Destrucción... muerte —susurra con las pupilas perdidas, y adquiere un temblor en todo su cuerpo por el esfuerzo que debe haber requerido proferir esas palabras—. Karissa... en manos de él, Alex... con Damon. —Me vuelvo cabizbajo al escuchar sus mayores temores, y trato de hacer lo posible por ayudarlo.

Incluso si lo hago en el silencio.

—Hey... nada de eso sucederá. —Inhalo profundo y tomo asiento a su lado—. Saldremos de esto y volveremos a estudiar en casa-hogares legales como simples adolescentes. —Me encojo de hombros con algo de incertidumbre por el incierto futuro—. Recuerda que todo lo que ves es falso, Ed. Escucha la voz de Riss, ella está aquí... contigo.

—Y siempre lo estaré. —La chica de rizos salvajes imita mi acción e ignora la sombra femenina que se acerca detrás de sí. Poco a poco ha recuperado la agilidad para conversar, aunque han sido unos meses difíciles. Superar sus traumas es un suplicio, pero ha valido cada pequeña lucha diaria y caída. Mantiene sus distancias de Eder, pero habla con él—. Pensaba que, tal vez, después de todo esto... podríamos visitar ese jardín que veíamos de lejos cuando nos escapábamos del orfanato, ¿recuerdas? —los rasgos de él empiezan a apaciguarse en tranquilidad concentrándose en Karissa y su serenidad.

Existen personas que llegan a nuestras vidas con propósitos de uniones inquebrantables; eso es lo que tienen ellos dos.

Cosas así no pasan desapercibido para los que espectan lo que ha acrecentado entre ellos, así como Haniel y Alex, y el vínculo que los enlaza.

—N-No entiendes. Esto es incomprensible para los humanos. —Eder niega con la cabeza al decir con perturbación y titubeos; cierra sus párpados dejándolos descansar del suplicio interminable.

Se mece hecho un ovillo y ella y yo compartimos miradas de alerta al no saber qué hacer ni cómo sobrellevarlo. Se nos ha puesto una carga sobre los hombros que se hace cada vez más pesada e insufrible.

No tenemos forma de controlarlo.

—Así que... ustedes son los chicos, eh. —Una mujer con semblante enternecido y ojos glaucos aparece en el umbral dirigiéndose hacia nosotros.

Nos levantamos por la sorpresa y ella nos evalúa reconociéndonos. ¿De dónde ha venido?

Esboza una sonrisa divertida y se posiciona delante de todos.

Es alta y su silueta denota respeto. Su seguridad al andar me hace retroceder dándole espacio para que camine frente a todos y examine nuestros rostros.

—Nosotros somos...

—Karissa, Gabriel y Eder. —Me interrumpe y entrecierra los ojos hacia el último.

Hay una chispa diferente en su mirada al contemplarlo, como si hubiese una anticipada complicidad en ella, mas no es recíproca. Él no tiene reacción alguna a pesar de sentir la densa sensación sobre sí.

—¿Y tú eres...? —inquiere Karissa observándola con un deje de recelo.

—Raziel.

—¿Como el ángel? —cuestiono y hago que ella ría por lo bajo.

Soy el ángel. —Su sonrisa me abstrae y oscilo al comprender lo que me ha dicho Haniel antes de adentrarse a la habitación.

«Conocerán a alguien especial muy pronto». Es ella de quien se trata.

—Yo... —tartamudeo, mas ella hace un gesto con su mano que me acalla.

—Estaré aquí para protegerlos —espeta, tenaz. Cuando puedo vislumbrar a Haniel que asciende en el firmamento, sé a qué se refiere—. Supongo que lo entienden, ¿no? —ella alza las cejas con sugerencia y se aproxima a nosotros al dejar que un tenue viento la rodee y transforme su vestimenta en algo natural.

Ahora luce más humana.

—Tenemos que hablar.

Ella se vira y, más que todo lo demás, no nos queda de otra que seguirle el paso.

°°°

Raziel




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