Ángel de la muerte

29

Capítulo 29: La parte de su corazón que sigue en lo oculto

 

 

Eder

—¿Cómo pudiste...? —puedo percibir su molestia hacia mí. Debe suponer que yo he sabido algo de la realidad, algo de los planes de Damon; pero tengo la cruda certeza de no conocerlo, de no entenderlo... Él es un enigma y siempre lo será. Cuando éramos pequeños me detestaba, me aborrecía por mi accionar... por ser diferente a sí. Las cosas nunca cambiaron; él ha proseguido con su camino y yo con el mío en sitios opuestos—. ¿Cuántos años tienes? —balbucea al inquirir, y su aura destila temor y recelo; la confianza que tiene en mí está disipándose.

Esa sí que es una buena pregunta.

—¿En verdad importa? —refuto al dejar su interrogante en el aire.

—Nos has mentido.

—Lo oculté, sí... Sólo no quería que me vincularan con él. —Reprimo el manojo de nervios que resurge en mi interior. Aún es complicado decir toda la verdad como tal. Han transcurrido milenios desde la última vez que logré entablar una conversación con Damon; él se ha encargado de cerrarse en sí, en aislarse de los demás y buscar llenar todo su vacío con la vanidad del Inframundo, cuando lo único que ha conseguido... ha sido devastación.

»Lo lamento, Gabriel. —Inhalo y tanteo mis contornos para virarme y reclinarme del barandal.

Él se sume en la mudez mientras escucho su respiración agitada a mis espaldas. Sé que está retraído y confuso. Sé que sabe que hay más, pero calla, sólo permanece en silencio durante los minutos posteriores.

Hace mucho frío en esta noche. Mis vellos están erizados, y no sabría discernir si es por el gélido invierno o la sensación de haber sido descubierto; la culpa, el malestar en mi estómago.

Percibo que se posiciona a mi lado al rozar nuestros hombros, y titubea al cuestionar:

—¿Q-Qué eres?

… Aún no.

—No soy un ángel... tampoco soy un demonio —digo abrazándome a mí mismo. Diluyo las visiones de ruina que se asientan en mis ojos.

—¿Algún día, Ed? —musita.

—¿Qué?

—¿Algún día nos dirás la verdad? —suspiro al cerrar mis párpados, y quito de mi interior las apabullantes vibras, remplazándolas por las que me confiere la unión a Ciel, al Dios de ese paraíso. Me sumerjo en pensamientos sosegadores para eludir la tiniebla implantada en mi mente.

—Algún día, Gabriel.

Pasamos la hora subsecuente así; él aún trata de digerir todo y yo permanezco allí para evitar que pierda los estribos.

Cuando regresé, no tenía mi identidad presente, estaba guardada en algún rincón de mi memoria que aún no despertaba y, ahora, es el motivo de mi desasosiego, mi miedo. Alguien como yo vive mucha persecución.

Una parte de mi corazón la he ocupado con todos ellos, mi familia. Los lazos de sangre no han valido un ápice teniéndolos; lo que menos creí que sucedería, pasó.

Conocí a seres humanos de corazones nobles.

—¿Ed? —me tenso al oír la suave voz de Karissa a mis espaldas.

—Los dejaré solos. —Deduzco que el chico a mi lado ha reconocido que necesitamos espacio en este momento.

A pesar de no ver, me doy cuenta de que su mano ha envuelto la mía por su calidez y su tacto.

—¿Es verdad, Eder? —suelta en un murmullo, y yo asiento.

Luego de eso, se adelanta a algo que me toma desprevenido.

Ella toma mis mejillas y se inclina al dejar un beso en cada uno de mis párpados. En un gesto tan inocente y casto, escucho su sonrisa grácil deslizándose en sus labios. Cada parte de mi rostro permanece grabado con sus labios, a excepción de esos.

Ella aún no está lista para ello, y está bien.

—Dejo mi confianza en ti —dice alejándose—. No me decepciones —pide al tomar una respiración honda.

—Nunca lo haría, Riss.

Ella se reclina en la baranda justo a mi extremo. Hay temor en su cuerpo y lo puedo saber a través de sus cuerdas vocales temblorosas.

A raíz de eso, decido cambiar el tema para que se relaje. A veces suele tener fugaces chispazos de la pesadilla que vivió, y vuelve a oscurecerse.

—He pensado en lo que has dicho sobre irnos cuando todo acabe. —Atino a las palabras que ella mencionó con emoción. Salir de este calvario es lo que más desea.

Todos lo queremos.

—¿Estarás con nosotros? —su voz quebrada reluce y contengo la respiración. 

No quería llegar a este punto de la conversación.

—No lo sé, Riss. —Mi sinceridad habla, y escucho, luego, algunos sollozos que salen de su garganta—. Karissa...

—Eres mi familia, Eder. —Me enfrenta con voz tenaz—. ¿No comprendes que, a pesar de todo, sufriríamos si te vas... si te alejas sin más? —siento sus pupilas clavadas en mis facciones mientras oscila con una combinación entre enojo e impotencia—. ¿E-Es por Damon...? —inquiere entre balbuceos—. ¿Nosotros...? ¿Yo...? —carraspea y sorbe por la nariz—. ¿Raziel?




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