Ángel de la muerte

30

Capítulo 30: Voces que destruyen

 

 

Alex

Aún con mis párpados llenos de lagañas, mi cabello desaliñado y mi aliento mañanero, me mantengo abstraída mientras contemplo a Haniel.

Dicen por ahí que los ángeles son seres hermosos, con rasgos que rayan la perfección... Yo puedo comprobar que así es.

Delineo sus ojos, sus cejas, sus labios... proporcionándome tranquilidad.

Ha transcurrido una semana desde todo lo sucedido; nos hemos acoplado a la rutina aquí, todos juntos. Al parecer, esta es una casa en la que se resguardan los entes de Ciel cuando descienden a la Tierra en busca de una fuente de vitalidad para su espíritu, lo que los ayuda a hacer afrenta a las batallas que deben encarar con los humanos. A veces vienen para sanar, otras para guiar, otras para destinar un mensaje...

Podría enlistar una gran cantidad de posibilidades por las cuales he precisado de la compañía de Haniel en mi vida, pero ninguna de ellas abarca el lapso en el que ha permanecido a mi lado.

He cerrado etapas, ciclos que lucían perennes meses atrás, agonía que brillaba eterna en mi vida... Ya no está atormentándome. Las desapariciones, las mentiras, los secretos... todo eso se ha disipado y enterrado en el pasado. No puedo vivir en el ayer, ser carcomida por cosas que no puedo cambiar, alterar...

Hay mucho más por lo que guerrear hoy.

El ángel aletea sus pestañas y frota sus ojos. Se incorpora y queda a centímetros de mí al esbozar una lenta sonrisa.

—¿Cuánto tiempo llevas despierta? —inquiere con su voz gutural y ronca. Reparte caricias en la parte baja de mi nuca haciéndome reír.

Me besa con lentitud y ternura, y se funde en mí al dejar resquicios de su esencia, llenándome con estelas de su afecto.

—Un rato... —susurro elevándome, y encamino mis pasos hacia el baño.

—¿Dormiste bien, Alex? —me detengo virándome hacia él. Hay una sonrisa en sus labios, pero sus párpados se han vuelto a cerrar por el letargo.

«He soñado contigo...», deslizo a través de su mente.

«¿Eso es un sí?», ladea una de sus comisuras mirándome con complicidad.

—Es un sí.

Me adentro al sanitario y me aseo por completo. Él se dirige hacia otro de los cuartos de baño que hay en la vivienda y, cuando salgo —unos veinte minutos después—, ve a través de la ventana los copos de nieve y la cantidad de ésta repartida en el bosque.

Me acerco a él y rodeo su cintura. Él lo hace con su brazo y me estrecha asiéndose de mí. Cierro mis ojos y disfruto de la paz que se ha mantenido en estos días.

Estar en ese medio donde no tenemos una pista de lo que será de nosotros... es frustrante. He tratado de esfumar esas ideas, de evadir la indiferencia anormal de Haniel cuando le pregunto acerca de lo sucedido aquella noche en la que no despertaba, la ansiedad incontrolable de Eva...

Me aferro a los refugios de Haniel y dejo descansar mi cabeza sobre su pecho.

—Todo luce sereno —digo en voz baja.

—Si estuviésemos en el centro de Paradis... notaríamos cómo la energía del Inframundo daña a los humanos —dice al apretar el puño en mi espalda.

Desde esa noche ha actuado extraño, más alerta, precavido y receloso. Si piensa que no lo he notado es un tanto despistado. Le cuesta conciliar el descanso, y el anochecer lo transcurre en vilo.

A pesar de sentirme extasiada con nuestra cercanía, todo lo que sucede opaca ese reflejo de alegría que puedo atisbar con más frecuencia cada mañana.

—Estaré con Eva... —suelto en un murmullo y elevo mi rostro, hasta conectar mis ojos con los suyos.

Estaría así siempre.

—Bien —dice al retirar un mechón de mi mejilla—. Sólo...

—Sí, lo sé. Sé cuidarme, ángel. —Deposito un suave beso en su mejilla y me alejo mientras retrocedo.

«Te amo», expreso en la confidencialidad de nuestros pensamientos.

Él ríe con el rubor en su mohín. Frunzo el ceño y Haniel nota mi curiosidad.

—Eres muy bonita, Alex. Esa es otra forma de decirte que también lo hago… Todas las noches lo susurro a las estrellas —declara y permanece recostado del marco de la pared.

Mis palpitaciones se baten en un floreo en mis adentros. Cruzo el umbral sin poder despegar mis surcos de los suyos, hipnóticos.

Eva me espera en los peldaños de enfrente, sonriéndome. Ha sido difícil volver a conversar con normalidad, pero, después de un arduo esfuerzo de voluntad, ella ha alcanzado a relacionarse con aquella chispa que la caracterizaba... tal vez no con tanto ímpetu, pero renacida, en un proceso de sanación.

—Alex —saluda al revolver mi cabello.

Nuestros cuerpos están ataviados en ropa de invierno; las gélidas y bajas temperaturas nos han mantenido en constante uso de calefacción.

—Hey —respondo uniéndome a su andar.




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