Ángel de la muerte

32

Capítulo 32: Las cenizas de una traición

 

 

Alex

Hemos abierto puertas con los ojos vendados al Inframundo por los actos de maldad y la vileza caminante que han sido creados por poder. Las violaciones, el abuso, trata de personas, el odio, los vicios, traumas, asesinatos... han hecho un cúmulo de culpa que ha oscurecido las almas de cada viviente.

Ha sido demasiado fácil para ellos tomarnos, someternos a su yugo bajo la aversión, el miedo y el dominio psicológico a través de las perpetuas pesadillas que ahogan a los humanos.

Nos hemos endurecido en el corazón; nuestra empatía se ha disipado y ya el amor ha dejado de vagar en los lindes de la Tierra... Nuestra mirada aún hace caso omiso al padecimiento, al desconsuelo ajeno…

Todos los caminos posibles nos muestran la perdición.

—¡Eva! —exclamo con fuerzas—. ¡Haniel! —son los únicos que han tomado andares cercanos a los míos.

A lo lejos, oigo el indicio de un eco.

Corro hacia su origen, moviéndome con los hilos de mi cuerpo que penden de mi escasa consciencia.

Necesito eludir el palpitante silbido en mis sienes que me hace fruncir el ceño y contraer mi semblante. Agitada, me detengo reclinándome sobre uno de los muros e inhalo; lo repito una, dos, tres, cuatro y más veces hasta estabilizarme y acoplar el vigor restante y fugaz que aún yace en mí.

La vida me ha golpeado demasiado.

—¡Alex! —en el trance en el que me hallo cuando intento incorporarme, mi vista luce borrosa—. ¡Alex, soy yo, Eva! —dilucida zarandeándome. Auch.

—¿E-Eva? —balbuceo y ralentizo la celeridad incontrolable de mis latidos.

—Aquí estoy, Alex… Hasta el final, ¿cierto?

Después de todo, ella estuvo desde el principio.

—Hasta el final —susurro y me rodea con ahínco.

Nos extendemos lacónicos minutos sumidas en ese momento de calma que, sabemos, se convertirá en tormento cuando crucemos las puertas que nos lleven hacia el centro. Hacemos acopio de las sobras de sosiego que hemos dejado disipar.

Ya nada es igual.

No somos las mismas de hace tres años, pero tampoco las mismas de ayer; día a día cambiamos por la pugna de sentimientos que nos agolpa y la desconfianza de poder mirarnos una vez más, de tener la sencilla oportunidad de escuchar nuestras voces o sentir nuestro tacto... La batalla ha dejado de ser externa, para volverse interna.

—Vamos... Creo que he hallado la entrada hacia el núcleo.

—¿Cómo lo has hecho? ¿Tan fácil...?

No me da buena espina.

—Lo sé... Es una trampa, pero es un punto a nuestro favor el saberlo —dice con audacia—. Los tomaremos desprevenidos con esto. —Me entrega una navaja y mis cejas se encuentran sin comprender su idea. Ella bufa y corta su mano de manera súbita, sobresaltándome—. ¿Sabes qué sucede cuando la sangre de una virgen hace contacto con un demonio? —me estremezco al escuchar la dureza en su voz. Niego y exhalo de manera entrecortada—. No puedes juntar opuestos, Alex, no si se trata de Ciel y el Inframundo. Ellos pierden su inmortalidad, y nosotras ganamos sus habilidades... Las deidades caídas no soportan la pureza, por eso siempre se dedican a corromperla; lo hicieron con Karissa, lo hicieron contigo... Es momento de devolver el golpe, pero con más fuerza.

—¿Cómo sabes todo eso? —inquiero en un jadeo, y tomo el objeto punzocortante que me ofrece.

La respuesta que me da me deja sin habla.

—De alguna manera... una parte de Damon se ha quedado en mí. —Su vista se cristaliza y la mantiene perdida en algún punto—. Sus recuerdos, sus pensamientos, incluso alguno de sus dones... Él... É-Él está enfermo de odio, Alex. —Clava sus pupilas en las mías y corroe mis adentros con compasión—. Estuve encerrada demasiado tiempo en una mente retorcida. Me afectó. No estoy sana, pero no dejaré que me destruya una vez más… —aprieta los puños a sus costados y eleva el mentón con firmeza—. Damon cree que es el más despiadado aquí... pero aún no ha conocido a una mujer rota con deseos de justicia.

Un destello surca sus iris y reconozco que hay algo distinto en ella.

No es la misma después de la última posesión.

—Lograremos salir de esto, Eva —musito dándole un apretón a su mano cuando la veo abstraída—. Partirás de aquí y no tendrás más caídas... Serás feliz, y eso es lo que importa. —Me sincero junto a ella.

Hay una parte de mí que aún guardo, pero, esta noche, deseo que se trate de sus sentimientos y no los míos.

—Todos, Alex. Las vidas que serán perdidas aquí no serán las nuestras. —Niega con la cabeza—. No lo permitiré.

Ella hace un ademán hacia una muralla que tiene bordes casi invisibles, empujándola con una patada. Es una puerta oculta.

Una nube de polvo nos hace toser cubriéndonos con nuestros antebrazos, hasta que se esfuma y podemos ingresar al espacio. Hay unas escaleras raídas y viejas, el deterioro es notable en la madera. Va hacia una parte subterránea del monasterio y el susurro de la curiosidad acaricia mis vellos. Es la única vía disponible que se muestra ante nosotras.




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