Ángel de la muerte

33

Capítulo 33: Los secretos entre la vida y la muerte

 

 

Haniel

Me filtro con mis alas a través la cúpula por la que he visto los flancos de arcángel adentrarse, y desciendo con una onda frenética destilándose de mi cuerpo.

Mi mirada se clava en la silueta escondida de Alex, quien se oculta junto a Eva para evitar a los behemorth repartidos en el salón. Mi pecho tiembla cuando sus iris conectan con los míos y puedo atisbar el deje de miedo que surca sobre ellos, y el mensaje indefinido que se ha mantenido escrito allí durante los últimos días; palabras difíciles de descifrar en ella a pesar de sentirla tan transparente ante mí.

Alex aún resguarda un secreto grabado en sus ojos.

Ante mi descenso, llamo la atención de los demás y todos éstos se viran hacia mí, a excepción del ser celestial que se rodea con sus imponentes alas.

«¿Quién es él, Alex?», inquiero en nuestras mentes, mirándola de reojo.

«Un tal John... John arcángel».

Permanezco estático e inamovible.

—¿John? —mi voz se oye como un eco bajo las paredes.

No voltea hacia mí.

—Jota. —Isis lo llama de forma diferente, extrañándome.

Los segundos transcurren y comienzo a atar cabos sobre la escena.

Los demonios han durado un gran lapso en los confines de la Tierra gracias a una fuente interminable de aura célica. El rango de un arcángel en Ciel es uno de los más altos... su poder es inminente.

Ha viajado a los lindes terrenales, ha mantenido sus misiones lejanas a los serafines, y sus últimas visitas conmigo fueron reacias a estar junto a Alex.

Mrighte dram, anyel... —usa el saludo del olimpo oriundo del reino empíreo en tono burlesco.

—¿Por qué, John? Lo tenías todo —replico al contraer mis facciones con molestia.

Me siento traicionado, como si hubiese alzado un ardid contra mí y los míos.

—No, Haniel... No —masculla entre dientes—. Me harté de la eternidad en servicio a miserables humanos, me cansé de servir sin gloria... ¡sin mi reconocimiento! No voy a rendir más a un lugar donde no recibo nada por todo lo que he hecho por estos imbéciles —espeta y lanza el tesoro perteneciente a él de Ciel.

Un rubí.

»Pusiste una maldición sobre el segundo hijo de la creación, Haniel… —niega con la cabeza, y un frío recorre mi espina dorsal con los fugaces recuerdos de mi pasado—. ¿Creíste que se quedaría así? Hablamos del primer viviente en el Inframundo, el primer asesino del mundo… —ríe con cinismo y mira de soslayo el sitio en el que se han encubierto las chicas—. No dudará en tocar justo en el clavo para acabarte... Sabe que, si termina con su vida, lo hará contigo... —advierte y esboza una sonrisa.

—¿De eso se trata toda esta alevosía, John? ¿Dejar morir a todos esos inocentes por no alabarte?

—¡El reino del infierno será sublevado, ángel! Caín ha vuelto a pisar la Tierra con el objetivo de asesinarte y destruir uno de los mayores milagros de Ciel.

—¿De qué hablas?

John suelta una carcajada y extiende uno de sus flancos al lanzar el mueble que cubría a Alex a un extremo, desmoronándolo en polvo. Eva y ella se encogen mientras retroceden gracias a las posiciones mortíferas que han tomado los behemorth al percatarse de la esencia humana.

—El Dios de Ciel envió a Abel a bendecir el vientre de una mujer hace diecinueve años… a marcar a ese futuro bebé con un propósito, Haniel —dice y hace que la chica de pozos mieles jadee; aprieta el antebrazo de su amiga en busca de consuelo, de un sostén que la ayude a permanecer en la realidad.

«¿Lo sabías, ángel?», interroga en mis pensamientos, pero un destello efímero cubre mis ojos con la visión súbita del instante en el que el hijo de la mujer del Edén se volvió espectro al lado de Alayna, mientras cubría su abdomen con sus manos y retozaba de cuclillas frente a la litera de la deteriorada cabaña.

Yo estuve allí.

Cuando mis pupilas se entrelazan con las suyas, mi silencio le da una respuesta sin tener que musitar la verdad.

No lo recordaba, no me explico por qué, sólo sé que estaba predestinado el fin de la existencia de Alex en este mundo etéreo, confinado en una malignidad con la que ella tuvo que cargar durante sus escasos años de vida.

Ella retrocede al negar y yo intento aproximarme, pero su mohín demacrado me hace ver que soy lo que menos desea en este instante.

—Sabes lo que sucederá... Conoces el recado profético. ¿Lo sabes, Alex?

El estremecimiento notorio en su cuerpo ha provocado que sus lagrimales se llenen al tratar de apaciguar a Eva, quien hace el amago de lanzarse sobre John, incluso a sabiendas de que no podría vencerlo.

—Lo recuerdo —susurra desconcertándome.

No lo había mencionado.

—¿Por qué apoyas esto? Éramos familia —farfullo con mis venas que brillan en tono blanquecino.




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