Ángel de la muerte

35

Capítulo 35: La despedida es la marca del fin, y el fin… es sólo el comienzo

 

 

Gabriel

Permanezco sobre el suelo al sentir el roce de los copitos de nieve en mis hombros y mi cabello al descender. Haniel se ha ido lejos.

Tirito por el frío, por las punzadas de tristeza que me atacan y la sensación de pérdida en mí. Karissa me abraza entre sollozos, pero yo ya no tengo más nada que soltar. Mis lagrimales se han secado en desahogo y el témpano que es el viento ha congelado mis movimientos.

Ella se ha ido, y ha dejado un espacio en mi interior carente de luz. Mis párpados están pesados, estoy magullado y mis fuerzas se han esfumado.

No puedo soportarlo más.

—Aún nos tenemos, Briel, ¿recuerdas? —la chica de rizos sorbe por la nariz y se incorpora a mi costado—. Alex debe estar en un mejor lugar... —musita más para sí misma, rodeándose.

—Eso quiero pensar, Riss, pero... ¿qué somos ahora? —mi voz se quebranta—. No tenemos padres, no tenemos hogar, no tenemos una vida allí afuera... —limpio con brusquedad la humedad en mi rostro y escondo éste entre mis rodillas—. ¿Qué se supone que seremos de ahora en más? Los humanos han vuelto a la normalidad, Paradis está en paz y los orfanatos... no quiero revivir esa pesadilla. —Muerdo mi labio inferior para contener los gemidos atorados en mi garganta—. Alex era parte de nosotros, Karissa, ¿cómo seguiremos sin ella? No es justo... —me rompo otra vez al sentir desolación y ese vacío, el vacío que no desaparece desde que tu corazón percibe un flechazo—. ¿Cómo puedes aún tener esperanza? ¿Cómo...?

Me siento inútil, endeble. He creído que podría enfrentar cualquier obstáculo que antepusiera la vida, y ahora no puedo levantar a la única persona real que queda a mi lado.

Debería ser fuerte para ella, pero me siento insuficiente.

—Perdóname, Riss.

Debería haber una opción disponible cada vez que suceda algo así, cada vez que nos sintamos perdidos; un sendero predispuesto ante nosotros para no perder la noción, la consciencia...

—¿De qué hablas, Gabriel? No debes disculparte por sentir. —Acaricia mis hombros haciéndome sentir más dolido—. Aunque no lo creas, tus palabras siempre las llevé conmigo —susurra—. Tal vez no estabas de forma física, pero... seguías en mí, y eso es lo que importó... es lo que importa ahora. —Lleva su dedo índice al lugar donde está mi latir, señalizándolo—. Ella sigue ahí, Gabriel, y nunca se irá.

Como respuesta, coloco mi mano sobre la suya y la llevo a la curvatura de mi cuello.

Un aliento de renovación sopla sobre mí cuando recuesta su cabeza sobre mi torso; los dos rodeados de montones de nieve, transfiriéndonos calidez en una noche tan fría como esta. Nos mantenemos allí, y escuchamos el sibilino ulular de la brisa que hace danzar los árboles que rodean el monasterio.

Poco a poco, podemos vislumbrar cómo la estructura se disipa y vuelve cenizas. Deja la única imagen de Eva y Raziel junto a Eder o, debería decir, Abel. Los dos nos contemplan con compasión, con lamento, con disculpas pintadas en sus ojos.

Me hiere más por mi amigo, en verdad, duele.

—¿Te irás? —inquiero y escondo mi tono amortiguado.

Ed avanza con pasos lentos y sus manos dentro de sus bolsillos. Karissa también está expectante a su respuesta.

—Debo partir... Ya he cumplido lo que he venido a hacer a la Tierra. —Traga saliva e hinca una de sus rodillas en la nevada. Sin mirarnos a la cara, continúa—. Tengo un día más aquí... lo tomaré para hallar una vivienda para ustedes y dejarlos en manos de buenos padres adoptivos, bendecidos por arcángeles... Si pudiera hacer más, yo... —niega con la cabeza y deja reposar su frente en su palma—. Desearía... quedarme. Es la primera vez en milenios que he logrado levantar un vínculo con otros humanos... No es mi mayor anhelo irme, pero sé que es mi deber… —asiente más para convencerse a sí mismo.

El ambiente se siente tenso, hasta que la chica entre mis brazos pregunta:

—¿Volverás?

Eder abre la boca para hablar, pero Raziel ha puesto una mano sobre su hombro que lo acalla. Sus pupilas viajan de ella hacia nosotros, y luego se eleva sobre sus pies al retroceder.

—No.

En ese instante, se gira y sigue el camino que guía ella frente a sí.

Cuando ya están a unos metros y ha asentido a Eva como despido, Karissa se levanta y corre con celeridad hacia él, sobresaltándolo cuando lo rodea desde la espalda. Se mantiene estático durante unos segundos y deja que lo único que resuene en los alrededores sean los sollozos tenues de ella.

Bajo la mirada a sabiendas de que, a pesar de que estemos todos aquí, es un momento íntimo del adiós entre dos personas que conocieron el amor juntas.

Eder voltea hacia ella sin separarse y corresponde el fugaz abrazo.

—Tengo miedo a recordarte, Ed —dice Karissa con su voz rota—. Tengo miedo a recordarte porque sé que no vas a estar y no podré volver a ver tu rostro... Con el tiempo, olvidaré tu voz y el color de tus ojos; me quedaré sin nada de ti… —vislumbro a unos metros su semblante embargado en abatimiento; él también sufre su partida—. No sé a dónde irás, ni cómo estarás, sólo... no dejes que te olvidemos, Abel. Guárdanos dentro de ti, siempre.




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