Ángel de sangre

Capítulo 4. La falla

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La falla

 

El siguiente día, el cuerpo de Aiken pesaba como si hubiera corrido un maratón infinito. Tal vez sus deseos de enfermar no eran tan oportunos como pensaba. Había pasado bastante tiempo desde su última decaída que olvidó lo irritante y molesto que resultaba.

            Por lo regular Aiken era alguien sano, se enfermaba muy poco durante la niñez y mejoraba a una velocidad sorprendente, pero ese día le hizo replanteárselo. Le dolía el cuerpo de una manera indescriptible. Sentía que su cabeza podría reventar en cualquier momento. Y lo peor: su nariz no paraba de escurrir desde que había abierto los ojos.

Apenas había hecho un movimiento desde que despertara. No quería levantarse. Y no podía. Pero tenía que hacerlo.

Un desconocido que, según Jack podía ser un demonio, dormía en su sofá después de que Aiken lo golpeara con el auto. Y eso no era muy seguro para él mismo. El sospechoso podría decidir tomar venganza en cualquier momento y Aiken no tendría la posibilidad de hacer nada para defenderse.

Se levantó como pudo y solo entonces, vestido con sus pantalones de dormir junto a unas sandalias, salió de la habitación con los pies al ras del suelo. No tenía el ánimo suficiente para caminar como lo haría con normalidad.

Lo que encontró apenas dejó el pasillo y entró a la sala de estar, no se lo esperaba ni un poco. Una mujer le daba la espalda, aunque se giró de inmediato al notar su presencia.

—¡Cariño!

—¡Mamá!

Una sonrisa tembló en sus labios al sentirse incapaz de saludarla como debería. No se molestó en mirar hacia el sofá pues sabía que si el chico seguía ahí, su madre ya lo habría visto de cualquier forma. Ella, sin darle importancia a la extraña actitud de su hijo que, a su parecer siempre había sido así, se acercó y le dio un abrazo que lo hizo perder la respiración por unos segundos.

—No me dijiste que ya salías con alguien. —Sonrió antes de llevarlo a la cocina—. Esperaba que fuera una chica, en realidad. ¡Pero no te espantes, cariño! —Su grito repentino sobresaltó a Aiken sin ser capaz de comprender lo que quería decir—. Tal vez a Yared le moleste al comienzo… No te preocupes, siempre creímos que te gustaban los hombres. Lo he preparado mentalmente para esto durante años. —Su palabrería continuó, sin importarle las pequeñas protestas de Aiken—. ¡Es muy simpático!... aunque no ha pronunciado palabra alguna… También es muy atractivo… pero luce más joven que tú… ¿Tu relación es legal, verdad?

Aiken se limitó a sonreír de nuevo. Ya sabía que todo lo que dijera, en realidad sería ignorado por su progenitora. Se acababa de enterar del secreto más grande que su hijo podría tener y actuaba con una escalofriante normalidad. ¿De verdad había sido muy obvio? Tampoco es que le molestara. En ese mundo, a nadie le importaba con quién decidías formar una familia.

—Les preparé algo de desayunar y también te traje un poco de la carne que tanto te gusta. ¿Por qué te levantas tan tarde? ¡Es una pérdida de tiempo!

Hablaba tan rápido que le costaba un poco seguir el hilo de esa conversación unilateral. Ahora entendía la razón de las quejas de su padre; gimoteaba con molestia cada vez que su mujer abría la boca para explicar y narrar hechos que solo ella entendía.

—Mamá. —La interrumpió con cansancio—. Creo que estoy enfermo. Esta no es mi rutina.

Avanzó detrás de ella, ahora un silencio incómodo inundaba la atmósfera. El aire frío se colaba por las ventanas dispuestas en toda la casa de modo que la piel de sus brazos desnudos comenzaba a erizarse. La pereza lo hizo olvidar una camisa en algún lugar de su habitación y le sorprendía no haber recibido ya una reprimenda.

—Como sea —continuó—. Siéntate y come algo. Prepararé un té para tu gripe. ¿Ya avisaste al trabajo?

Estrés. El dolor en su cabeza del día anterior parecía volver con una terrible punzada justo en su frente. Estaba acostumbrado a la soledad que su hogar le ofrecía desde hace algunos años que estar en compañía de alguien tan vivaz y atenta como lo era su madre, le resultaba demasiado cansado.

—Aún no.

Se sentó en la mesa cuadrada que estaba en el medio de la cocina, la cual era muy espaciosa para solo una persona. Prefería comer en la sala, donde podía distraerse con la lectura de algún libro, pero sabía que su madre no se lo permitiría. Siempre fue un poco estricta con la limpieza y el orden, argumentaba que debían mostrarse agradecidos a todo lo que los reguladores les ofrecían.




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