Ángel de sangre

Capítulo 6. La bestia insaciable

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La bestia insaciable

 

No recordaba con exactitud lo que sucedió. Estaba seguro de que corrió a través del bosque con toda la velocidad que sus pies le permitían. También sabía que se acercó hacia un camino para pedir ayuda y, de pronto, algo enorme lo golpeó. Después de eso todo era una oscuridad asfixiante.

Se hundió en terribles sueños que no le ofrecían ninguna salida. Imágenes aterradoras como lo eran sus recuerdos, lo atraparon en las mismas puertas de acero que prohibían su libertad. La mirada carente de sentimientos que lo condenó, estaría junto a él hasta el día que muriera. Conseguir regresar a la realidad le supuso un alivio suficiente para respirar de nuevo.

Para Levi, despertar en un lugar ajeno que de alguna forma le resultaba cómodo, era más terrorífico que cualquier otra situación. A correr desnudo sin darse tregua, esperaba uno de los castigos más crueles que hubiera recibido jamás. No una extraña vestimenta que nunca había visto en un mueble con el que solo soñaba al verlo en algunas habitaciones del laboratorio. A final se dio cuenta de que nada de eso debía preocuparle.

No importaba si quien lo encontró lo entregaba de vuelta.

Prefirió quedarse inmóvil y esperar a que alguien o algo fuera por él, pero las cosas resultaron de la manera más inesperada posible. Una mujer amable atravesó la desgastada puerta de madera y, aunque lucía perpleja, en seguida comenzó a hablar sin parar. Ignorante de la identidad de Levi, le preparó algo de comer. Comida de verdad, no la sustancia insípida a la que estaba acostumbrado en su celda.

Pudo haber observado el platillo frente a él durante horas sin estar seguro de probar bocado o dejarlo tal y como estaba. El hambre que sentía lo obligó a ignorar cualquier rastro de sentido común que le causara arrepentimiento y tomó el utensilio metálico de la misma forma en que lo hacía la mujer.

Ese día todo ocurrió demasiado rápido como para hacerlo dudar de su cordura pero logró encontrar un poco de paz en ese lugar. Si aún estaba atrapado en su mente o eso era una realidad, no le importó mucho. Lo único incómodo fueron las miradas curiosas del hombre que intentó robar su comida. Supuso que fue él quien lo llevó a ese lugar y no mostraba señales de querer deshacerse de su presencia. Pensó que podría relajarse un poco.

¿Acaso el desconocido lo quería proteger? Levi ya había olvidado el sentimiento de tranquilidad que podía llegar a provocarle alguien, luego de que su única persona especial nunca regresó al ser obligado a cruzar la puerta. No podía recordar cuántos años pasaron desde ese entonces.

Al confiarle su nombre, lo embargó la sensación de que algo había cambiado. Todo lo que Levi creía se transformó solo con la brillante sonrisa que Aiken le dedicó para intentar animarlo un poco.

Los días pasaron con más velocidad de la que ambos esperaban y de manera inconsciente, establecieron una rutina: Aiken salía a algún lugar mientras él se quedaba e intentaba practicar su habla o dormía todo lo que deseara. Comenzaba a acomodarse con el desconocido de una extraña forma sin darse cuenta de que se sentía de vuelta a su hogar perdido.

En el fondo, un monstruo convertido en su miedo crecía poco a poco, inundaba su corazón con terror hasta dejarlo caer en la desesperación. Temía que solo se tratara de un hermoso sueño, el paraíso que deseó cada día que pasaba dentro de las cuatro paredes oscuras.

No sabía cómo comunicarse de la mejor forma, pero procuraba no molestar al agradable chico que lo ayudaba con torpes lecciones de lectura y pequeñas prácticas de diálogo al volver del lugar-al-que-iba-todas-las-mañanas.

Los objetos que Aiken acumulaba en ese gigantesco sitio no hacían más que fascinar a Levi. Lo que se convirtió en su preferido desde el primer día fue, sin duda, lo que el humano llamaba “cama”. En ella podía descansar todo lo que quisiera. Los días sin dormir pronto se convirtieron en un recuerdo amargo que estaba dispuesto a olvidar.

Acomodó mejor su cabeza sobre la almohada gigante que el dueño le regaló hacía tan solo unos días. Pensó en salir de la habitación e ir a ver lo que su acompañante hacía, pero supuso que tal vez sería una molestia. Levi se levantó de un salto y abrió la puerta de golpe, decidido a intentar hacer algo más interesante que solo estar acostado.

Caminó entre los pasillos, aun los sentía como un incómodo recuerdo de la pesadilla que lo mantuvo cautivo. Le aterraban, no podía decir otra cosa. Se apresuró por encontrar la sala de estar, el miedo golpeaba su pecho con una fuerza aplastante y lo obligó a cerrar los ojos.




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