Ángel de sangre

Capítulo 8. Haz lo que haces

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Haz lo que haces

 

 

—Apresúrate, niño.

—Ya no soy un niño, señor —replicó un chico. Caminaba unos metros atrás de quien sería el líder de la estrambótica pareja—. Y creo que tampoco debería continuar diciéndote señor. Ni siquiera me muestras respeto.

Resopló con fuerza, su largo flequillo castaño levitó por unos segundos en el aire para que a continuación cayera de nuevo y cubrió a sus ojos color chocolate como lo hacía un momento antes. Sudaba en abundancia y los músculos de sus brazos se tensaban como prueba de toda la fuerza que empleaba al tener que arrastrar más de tres equipajes en el suelo, cargar con una enorme mochila en su espalda y, además, seguir el apresurado paso del hombre que lo guiaba.

Yannik solía burlarse sobre la complexión de sus cuerpos la mayor parte del tiempo. Él, que era más joven, tenía unos músculos intimidantes mientras que Xero podría pasar por un niño pequeño sin ningún problema. Era una paradoja que le resultaba absurdamente divertida, aunque su mentor solía molestarse si lo decía en voz alta.

—No te quejes —demandó Xero—, sabías que el viaje sería duro aun antes de venir hacia aquí. Te lo advertí por largo tiempo, Yannik.

Yannik murmuró para sí mismo un buen lugar en donde se podría meter todas las quejas inexistentes que expresara y se obligó a caminar un poco más rápido para alcanzarlo.

—No sé cómo es que puedes caminar tan rápido, hyung[1]. —Pensó en voz alta. Utilizó el antiguo honorario que, estaba seguro, incomodaba al otro—. Tú eres quien se atrasa algunos kilómetros.

Xero gruñó a modo de respuesta. Sus piernas dolían como el infierno y deseaba parar en cualquier momento, pero quería que su destino actual fuera una sorpresa para Yannik y si decidía que el menor liderara la marcha tendría que revelarlo todo. Si las cosas terminaban de esa forma, en realidad, todos los esfuerzos habrían sido en vano.

—Solo camina.

—Al menos podrías ayudarme un poco. —Insinuó.

—Camina —dijo como si no lo hubiera escuchado.

—Pero…

—Te dejaré aquí si te atrasas más de dos metros.

Yannik se limitó a suspirar. Sabía que Xero no respondería a sus súplicas, aun si la situación era injusta.

Tardaron algunos días, como era común, en llegar a la siguiente colonia. Durmieron a la intemperie entre el enorme bosque que la separaba de la colonia más cercana y también cazaron animales pequeños que se encontraban en el camino.

Todo esto era normal para ambos, y lo era aún más para Xero, quien fue el maestro de Yannik por unos pocos años hasta que se dio cuenta de que el muchacho aprendía muy rápido. No pertenecían a ningún lugar, tampoco tenían lazos con otras personas y se mantenían siempre en movimiento. Evitaban los lugares en donde habitaban los cazadores de los duṣṭa, y apenas se detenían para descansar en los sitios abiertos.

Era una vida dura, con la que Yannik sufrió al comienzo pero a la que se adaptó ya que la situación que dejó en el laboratorio no era muy diferente. La actual, podía decir, era incluso más humana que la anterior.

A pesar de que viajara con una de esas bestias temidas por la humanidad.

Llegaron a los extremos de la colonia al faltar solo unas horas para el amanecer, después haber viajado durante semanas. El tiempo perfecto para Xero, ya que podía utilizar con mayor libertad y facilidad sus habilidades. Algunas de las más poderosas entre su especie.

—Esta vez —susurró hacia Yannik con un leve movimiento en los labios—, es tu turno.

El corazón del chico se estrujó ante la confianza que tenía el hombre hacia él y mostraba por primera vez. No estaba seguro de poder estar a la altura de lo que Xero esperaba, pero lo intentaría. Se acercó con una tímida sonrisa hacia el guardia que custodiaba la entrada a la zona.

—Buenos días, señor. —Saludó al tiempo en que analizaba las reacciones del hombre—. Somos refugiados de la colonia siete, nos asignaron a esta como nuestro nuevo hogar. Sus reguladores asignados ya deberían haberlo advertido.

Lo miró con intensidad y penetró en su mente. Trataba de hacerle creer que sus palabras eran una verdad absoluta y, por supuesto, añadía un discurso un poco más lastimero que el que recién expuso. No le gustaba utilizar su habilidad, pero Xero insistía en que tenía que aprender a dominarla si quería proteger a sus seres amados.




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