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Errores de sangre
El eco de los gritos de Jack acompañó a Aiken aun si Levi lo acompañaba. Incluso cuando el silencio llenaba cada rincón de la casa, su mente no paraba de hacerle recordar el dolor desgarrador en su mirada en el mismo instante en que vio caer a Eve al suelo. Tuvo que resistir el impulso a decirle que en realidad estaba bien, que la chica descansaba plácidamente en una de las habitaciones.
Aun a pesar de todo Aiken consiguió descansar en la incómoda cama junto a Levi, aunque con dificultades: el catre era solo para uno y tuvieron que mantenerse apretujados entre sí, con sus movimientos limitados.
Yannik llegó después de los primeros indicios del amanecer con las manos temblorosas, aunque no lograba ocultar la profunda satisfacción el sus ojos. Además, no iba solo. El demonio proclamado Jin lo acompañaba con una mueca en sus facciones.
—Cyrus siempre tuvo mal gusto para las decoraciones —declaró en cuanto entraron a la envejecida habitación—. Y parece que tú también, Aiken. Podrías adornar un poco aquí, ¿lo sabes, no?
Sonrió ante la incrédula mirada del aludido, quien no conseguía entender qué era lo que sucedía o lo que Jin intentaba hacer. En realidad, no entendía nada de lo que pasaba desde el día anterior.
—¿Dónde está Jack? —Consiguió pronunciar, levantándose con cuidado de la cama mientras trataba de no despertar a Levi.
La mirada de Jin se ablandó ante la genuina preocupación del chico, especialmente dirigida al castaño, lo que parecía sentir hacia el nombrado Jack no era más que culpa, y solo entonces se permitió comportarse como en verdad era. Dejó a un lado toda esa tontería de la arrogancia y el sarcasmo.
—Pagan por sus errores —respondió con su voz agravada sin tener muchos deseos de profundizar más en el tema—. Te dije que Xero nunca permitirá que lastimen a Yannik de nuevo.
El aludido bajó la mirada con pesar, él realmente odiaba cada vez que Xero derramaba sangre. Creyó que su estancia en la casa de Aiken representaría su vida a partir de ahí: no más que paz y tranquilidad. Una profunda calma sin preocupaciones.
—Nosotros tenemos que arreglar otros problemas, Aiken Eerior.
—De nuevo son sobre mí, ¿no? —inquirió Levi en voz baja. Se levantó de su lugar y tomó un espacio junto a Aiken, sin darle verdadera importancia a la presencia de una persona que no conocía. Se acostumbraba a ello cada vez más.
—Debemos encontrar una mejor manera de protegerte, Levi. —Asintió Jin—. Pero será más cómodo si lo planeamos fuera de este lugar. Casi no hay espacio para respirar aquí dentro.
Por un momento, el rostro de Yannik se iluminó con una sonrisa divertida sin poder evitarlo. Algo que había encontrado en común entre los demonios que conoció a lo largo de su vida, era lo quejumbrosos que solían ser si no se encontraban en un sitio conocido o que coincidiera con sus costumbres. Jin estaba demasiado acostumbrado a los lugares extensos luego de compartir nombramientos importantes junto a los humanos.
—Ahora, vamos, caminen.
Con una resignada obediencia, Levi fue el primero en levantarse y caminar hacia el pasillo, siendo imitado por los demás en una fila india para salir de la habitación precedida por las escaleras.
—Así está mejor, ¿no? —preguntó hacia Levi, quien no pudo evitar responderle con una débil sonrisa. Comenzaba a agradarle ese hombre.
Su siguiente destino fue el comedor, donde aún se encontraba la mesa con las cartas sobre ella, Aiken frunció el ceño con la intención de ignorar eso. Jin tomó asiento con total libertad en una de las sillas y esperó a que los demás hicieran lo mismo.
—¿Ahora sí estás dispuesto a hablar? —Lo presionó Aiken.
—Claro, sin problemas —dijo con sorna—. Los reguladores reiniciaron sus grupos de cazadores, grupos que ya conocías. Ellos nos están encontrando, Aiken. No importa dónde nos ocultemos, aún si es la colonia más lejana o el bosque menos habitado, nos encuentran.
—Es por eso que estás aquí, ¿no? Ahora este es un lugar para demonios refugiados —murmuró Aiken, su declaración resultó ser más áspera de lo que deseaba.
—No es eso. Si quisiera, habría tomado cualquier colonia. Deshacerme de los que la habitan y usarla como campo de guerra. —Razonó Jin e ignoró la advertencia en la mirada de Yannik—. Pero no es por eso que estoy aquí. Es por tu hermana, Aiken. Ella está en peligro.
La sola mención de su única hermana, lo hizo afianzar su desconfianza hacia Jin y marcar su confusión por la extraña actitud de Yannik. El sentimiento de deja vú aún no conseguía abandonarlo por tan solo escuchar su nombre. Jin, Jin, repitió en su cabeza sin conseguir recordar nada, Jin.
De pronto, igual que un destello, vino a su mente el rostro sonriente de Cassia todas las ocasiones en que le contaba sobre su futura boda, con la emoción marcada en todas sus facciones. ¡Debes recordar el nombre, mierda! Tu memoria es peor que la de un hombre viejo, había resoplado mientras le daba repetidos golpes en la cabeza con su dedo, ¡Jin! ¡Jin! Jin, Jin.