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El águila no atrapa moscas
A pesar de convivir con demonios durante meses, Aiken aún era bastante fácil de asustar, hecho que Levi se encargó de comprobar sin siquiera desearlo.
Sucedió poco después de la medianoche, Aiken terminaba de limpiar el desastre en su habitación provocado por el ataque de ansiedad de Levi al darse cuenta de que había dañado a Yannik, cuando cayó en cuenta de un extraño bulto debajo de sus sábanas. La pequeña iluminación en el cuarto se apagó, haciendo que detuviera el más mínimo movimiento e incluso procuró regular su respiración, pretendiendo no estar intimidado.
Llevaba un par de horas ahí dentro, estaba seguro de que no había nadie más haciéndole compañía. Se encontraba completamente solo.
Apretó los labios al escuchar un gruñido proveniente de la cama y eso fue suficiente para forzarlo a tomar una decisión: o huía y buscaba ayuda con Xero —aunque sabía que sufriría de sus burlas después— o bien podía descubrir qué era la compañía indeseada valiéndose tan sólo de sí mismo.
Sin pensarlo mucho, giró sobre los talones y caminó con seguridad hacia la puerta, volviendo a suspender sus acciones antes de siquiera tocar el picaporte.
—¿Qué estás haciendo, Aiken?
Retuvo con maestría el grito de sorpresa que la presencia de Levi supuso y maldijo entre dientes por dejarse llevar por el miedo sin detenerse a analizar realmente la situación. Si Xero lo hubiera visto, sin duda habría añadido ese comportamiento cobarde a la lista de cosas que provocarían su muerte.
Levi había demostrado la habilidad de influir en la percepción de las personas que lo rodeaban de manera inconsciente, habilidad que Yannik descubrió con desagrado al verse atrapado dentro de sus propios recuerdos buscando rescatar a Levi de los suyos. No podía controlar los esporádicos momentos en que perdía el control sobre su propia mente.
—Nada —respondió, forzando una sonrisa y avanzando hacia el castaño, lanzando hacia algún lugar un par de prendas sucias. Ya terminaría después la limpieza—. Sólo me asustaste un poco, eso es todo.
—¿De verdad? Yo te sentía aterrado. —Señaló Levi, esbozando un gesto burlón al ver el rostro abochornado de Aiken.
—Sí, bueno… ¿sabes que comienzas a ser un problema?
La seriedad en su voz no consiguió contrarrestar el cálido sentimiento que se reflejaba desde hacía un buen tiempo en sus ojos al recostarse y arrastrar a Levi consigo tomándolo de la cintura.
—Deberíamos descansar un poco —susurró vagamente, cayendo dormido tan sólo unos segundos después.
Levi permaneció inmóvil durante más tiempo de lo que le habría gustado, sin poder apartar el hecho de que Aiken se encontraba descansando junto a él, aferrado a su cuerpo como si su vida dependiera de ello y Levi sólo podía pensar en cómo podría haberse ganado un trato como ese de parte de Aiken considerando que el castaño no había hecho otra cosa más que arruinar su vida desde que llegó.
Con la tristeza invadiéndolo, permitió dejarse llevar por la acompasada respiración de Aiken y pronto él también se encontraba durmiendo.
El día siguiente, Levi se escabulló por entre los brazos del pelinegro y salió lo más rápido posible de la habitación, encaminándose hacia la suya, aunque decidió que matar el tiempo en la cocina era mejor a escuchar todas las amenazas de muerte de parte de Cassia hacia Jin.
Necesitaba aclarar su mente, no atormentarse más por las mentiras y la clara traición que había cometido el demonio hacia su cuñada.
Su cuñada.
Aunque aquel pensamiento resultaba pesado en su conciencia, no pudo evitar sonreír ante la idea de ser parte de una familia, de tener a Yannik junto a él y encontrar —como destellos— momentos de genuina felicidad.
De cualquier forma, el sentimiento de asfixia dentro del hogar aun no desaparecía, obligándolo a salir a respirar un poco de aire, sin importarle mucho el avisarle a alguien o la ligera ropa de dormir que no lo protegería mucho del frío provocado por la humedad de las recientes lluvias.
Cruzó el umbral sin problemas y pronto se encontraba observando el milenario árbol que se posicionaba a algunos metros de la casa de Aiken.
—Tu sí que eres un sobreviviente, ¿eh? —Susurró a su corteza cuando estaba lo suficientemente cerca.