Ángel de sangre

Capítulo 26. En busca de un hogar

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En busca de un hogar

 

 

Aiken habría caído de bruces si Yannik no lo hubiera tomado del brazo antes de dar el siguiente paso. Con el corazón agitado, observó cómo frente a él se extendía una gigantesca fosa que, sin importar de dónde se mirara, parecía no tener fin. Estaba seguro de que se aferraba con una fuerza asfixiante a los extremos de su desgastada camisa azul. Si Xero no estuviera justo detrás de él, sin duda habría echado a correr hacia cualquier otro lugar que no supusiera una muerte segura.

—Habrías muerto si seguías caminando.

Con una mueca observó la enorme sonrisa que Yannik portaba. ¿Acaso nunca dejaba de sonreír? O era algo muy divertido o, definitivamente, se perdía de algo.

—No me había dado cuenta. —Permitió que el sarcasmo destilara en sus palabras cuando se giró hacia el más bajo.

—No hablo de la caída. —Yannik rompió en carcajadas.

Tal vez solo es falta de seriedad, supuso al ver la diversión brillando en los ojos de Xero.

—Se refiere a los guardias —aclaró con burla—. Te habrían matado porque no te conocen.

—Si no lo hace primero la caída —refunfuñó entre dientes, reuniendo coraje para buscar el fondo de aquel lugar. Regresó sobre sus pasos cuando su respiración comenzaba a acelerarse ante el vértigo que aquella altura le causaba—. ¿Están seguros de que debemos pasar por aquí? Podríamos solo… rodearlo. Sería más sencillo.

Rió con nerviosismo intentando encontrarle un fin pero sin importar cuánto caminara, el agujero solo parecía interminable. Con un escalofrío recordó las palabras al hablar sobre el Muro, “tan extenso como la vista alcanza”. ¿Acaso se trataba de una broma retorcida que solo ellos entendían? Si era así, su sentido del humor era más tenebroso de lo que creía. Aún conseguía escuchar la risa de Yannik con claridad, ¿sería demasiado tarde para arrepentirse de todo eso?

—Seguirás vivo para mañana. —Xero rodó los ojos con fastidio—. Esto no es real, solo debes seguir caminando y encontrarás la verdadera entrada.

—Uh… sí, claro. ¿Y después qué? ¿Nos vamos como Mary Poppins? —replicó haciendo referencia al casi olvidado, personaje de su infancia—. Porque no sé si lo hayan notado, pero yo no tengo alas o zapatos con propulsiones o ninguna de esas cosas que…

Sin poder soportar más su ansiedad e ignorancia, Xero se le adelantó y caminó con seguridad hacia donde el camino terminaba abruptamente. Como Aiken se lo temía, el demonio se perdió de visa de inmediato.

—¿Ya se murió? —Preguntó de inmediato, girándose hacia Yannik con una sonrisa torcida—. ¿Sabes que no tienes que seguirlo hasta ahí? Sé que el amor es ciego y toda la cosa pero… no estás demente, ¿verdad?

—Aiken.

—Todavía tengo que encontrar a Levi, no puedo seguirlos a estúpidas misiones suicidas.

—Aiken.

—¿No podemos tomar otro camino? Tal vez si consiguiéramos un equipo para escalar… Creo que sería más fácil entregarnos a Lennix y terminar con esto antes de que empiece.

La sonrisa de Yannik desapareció en un instante. La ingenuidad de Aiken siempre era divertida pero en esos momentos resultaba exasperante. Tenía la respuesta, literalmente, justo frente a él y no era capaz de verla. ¿Era estúpido o muy despistado? Sin interesarse mucho en la respuesta, lo sujetó del brazo y lo arrastró hacia delante, terminando por empujarlo con vigor cuando la fuerza de Aiken fue superior a la suya.

El humano cayó de rodillas sobre la palma de sus manos, apretaba los ojos con la esperanza de morir más rápido y con el menor dolor posible. Tuvo que recibir un golpe en sus costillas para darse cuenta de que seguía vivo. Bastante vivo. Más de lo que podría recordar nunca.

Dos mujeres con una extrema diferencia de alturas, le apuntaban con una extraña arma de hoja curveada que amenazaba con cortarle el cuello. Sin estar muy seguro de qué hacer, levantó las manos mientras se ponía de rodillas y recibió otro golpe en el proceso. Captó a Xero detrás de las féminas observándolo con una ceja enarcada y la sonrisa más cruel que jamás hubiera esbozado.

—Tu nombre —exigió la mujer más pequeña, apretando el filo de la hoja contra su cuello.

—Uh… —sostuvo la respiración al sentir el frío contra su piel. No estaba seguro de que podría hablar con claridad—. Aiken… Aiken Eerior.

— ¿Ya lo dejarán tranquilo? —habló Xero hastiado—. Les dije que es de los nuestros.

Igual a unas máquinas bajaron sus armas de inmediato, inclinándose con respeto cuando Yannik pasó abochornado frente a él. Sin que nadie le prestara atención, siguió a los dos demonios con lentitud entre las angostas paredes de piedra a sus lados hasta que llegaron a una enorme sala, cuyo techo era tan alto que parecía interminable. Yannik se acercó, un ligero sonrojo adornaba sus mejillas al intentar explicarle lo que había ocurrido.




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