Ángel de sangre

Capítulo 29. Donde habitan los monstruos

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Donde habitan los monstruos

 

 

Había olvidado lo que se sentía pasar hambre.

Su lengua se sentía seca y un doloroso nudo se apretaba en su estómago. No podía estar seguro de cuánto tiempo llevaba privado de cualquier comida, pero estaba a punto de suplicar por ella. Nyx parecía soportar la situación mejor que él: se mantenía hecha un ovillo cerca de la puerta y apenas pronunciaba palabra alguna. Le daba la impresión de que la impertinente chica que lo acompañó en el camino, había desaparecido.

Él tampoco se movió de su lugar, paseaba las manos en las marcas de la pared con la esperanza de encontrar la misma fuerza que tuvo Yannik antes de que Levi llegara. Aunque su amigo se empeñaba en minimizarlo, no podía borrar el hecho de crecer en la oscuridad; vivir entre un tormento infinito desde que su conciencia le permitió recordar cualquier cosa. Si Levi se sentía vacío al no poder evocar a sus padres, no podía imaginar el terror de Yannik al nunca haberlos conocido.

Se sobresaltó al caer en cuenta de que las últimas luces del sol habían desaparecido. Se puso de pie para observar por la ventana cómo el exterior era cubierto por un manto de oscuridad y sintió al miedo crecer en su interior. Quería creer en la promesa de Aiken pero a esas alturas convertía en una idea absurda. Lo único en lo que podía creer, era en una muerte dolorosa.

Fuera el hambre o Lennix, estaba seguro de que perecería pronto.

—Parece que ya te resignaste. —Se giró de inmediato hacia la voz de Nyx. A diferencia de él, la chica aún mantenía su fortaleza al hablar; solo flaqueaba gracias a lo agotada que se encontraba—. ¿No me dijiste que le confiarías tu vida al chico Aiken?

La ignoró sin ningún problema y devolvió su vista hacia la diminuta ventana, relajándose en cuanto escuchó el aleteo de las alas de un pájaro. Sabía la razón por la que sus sentidos se agudizaron, pero nada de eso le importaba si podía olvidar la realidad por un momento. Cerró los ojos y se forzó a creer que era él quien estaba fuera, con el cabello agitado por el viento y Aiken dedicándole la misma sonrisa que siempre le infundía valor.

—Eso no ha cambiado —susurró, apretó la cabeza contra la pared y se sintió empequeñecer—. Pero Aiken me enseñó a ser realista. El Muro podría estar destruido, ellos pudieron haber sido atacados en el camino, ¡incluso Lennix los pudo haber aniquilado! Me encantaría ver a Hope entrar por la puerta con una sonrisa, pero nada de lo que ha pasado me prueba que será así. Dices que eras cercana a Aiken, ¿no? ¿Crees que él venga a buscarte?

—No sé qué pasó con él después de la Batalla del Campo de Fuego —por el tono que empleó en su voz, Levi se dio cuenta de que no era un tema agradable para ella—, pero supongo que lo haría si supiera que estoy aquí. Después de todo, no es muy diferente a mi hermano menor.

Una amarga sonrisa se posó en los labios de Levi, el único gesto que podía esbozar cada vez que prestaba verdadera atención a su verdadera situación. Toda su vida parecía una mala broma jugada por alguien realmente aburrido.

—Entonces nos aferramos a la esperanza, ¿eh? —Largó una carcajada; una risa vacía que solo expresaba su cansancio—. ¿Alguna vez pensaste que tu vida se arruinaría de esta forma?

—¿Alguna vez creíste que la tuya mejoraría?

Recordó a Aiken. Cuando en su memoria la casa y el exterior comenzaban a desaparecer, lo único que venía a su mente era el rostro del extraño humano. Aunque se sonrojara cada vez que lo decía, Levi nunca se cansaba de repetir que él era su rayo de luz. Un pequeño brillo que lo salvaba cada vez que se adentraba en la oscuridad más profunda y el miedo más asfixiante.

La razón lo obligaba a atender la verdad, por oscura e hiriente que ésta fuera: Aiken no iría por él antes de que fuera tarde. Pero había otro sentimiento, este más brillante y esperanzador, que lo hacía aferrarse a una promesa susurrada bajo las luces nocturnas. Aún si desaparecieras mientras duermo, arriesgaría mi propia vida para encontrarte.

Apretó los ojos para evitar derramar lágrimas. Era lo que Aiken solía decirle cada noche, siempre que creía que Levi ya dormía. Sujetaba sus manos con fuerza mientras repetía lo mismo una y otra vez.

—No, pero lo hizo. —Delató su estado frágil en una voz delicada, sintiéndose como el niño asustado que era cuando llegó ahí—. ¿Es estúpido creer que puede hacerlo de nuevo?

—Me sorprendería que no lo hicieras.

Por unos minutos, el silencio fue lo único que cortaba el aire en la habitación. Levi volvió a la tarea de acariciar las marcas talladas en la pared. Algunas no eran más que líneas que llevaban la cuenta de algo y otras, se imaginó, tal vez eran dibujos sin sentido, sin un principio ni un final que le aclarara la intención por la que fueron hechas. Aun se preguntaba cómo fue que Yannik consiguió trazarlas.




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