Ángel Gabriel

Uno

Cuando el pasado te alcanza, no hay donde esconderse.

Hoy

Los pasillos del hospital psiquiátrico eran de color gris claro deprimente, las pequeñas y enrejadas ventanas a lo largo de los pasillos dejaban entrar poca luz del exterior. Las lámparas de alógeno parpadeaban, pues el helado viento de invierno soplaba fuerte, moviendo los cables que alimentaban al hospital con violencia. Provocando los cortes de energía. Eran casi las 8:35 p.m. Una noche inusualmente extraña, los pacientes estaban más inquietos que de costumbre.

En esos días varios de los internos se habían suicidado, porque ellos habían visto a un mal terrible rondando por los pasillos del lugar, aunque para los psiquiatras: la histeria colectiva se había apoderado de pacientes que en sí mismos ya estaban dañados. Uno de los pacientes más viejos de nombre Brad W. Sanders que sufría de esquizofrenia paranoide, había matado al director de la clínica al inicio de la temporada invernal.

El hospital se había quedado sin jefe por casi tres meses, hasta la llegada del doctor Roberto Torenio, egresado del Hospital Psiquiátrico de la Universidad de Zúrich. Localizado en Burghölzli, una colina boscosa en el distrito de Riesbach al sudeste de Zúrich. Tenía 4 años de haber llegado al país.

Esa noche recordaba la entrevista que le había realizado a una paciente, ese mismo día más temprano. Esta paciente había sido ingresada hacía más de doce años y que por una inexplicable razón su expediente estaba incompleto. Sin embargo, la medicaban do veces al día con haloperidol y la clorptomazina. Aunque no se explicaba por qué la necesidad de ambos medicamentos, si no le habían hecho una completa valoración neurológica, ni psicológica, lo que le hacía pensar que era otra razón la que la mantenía ahí.

Desgraciadamente no sería la primera vez que encontraría esta situación, en pacientes psiquiátricos, donde alguien había sobornado a otro alguien para desaparecer a una persona del sistema sin matarle.

Recordaba la sala de revisión con la paciente los primeros 40 minutos ella se rehusó a hablar, no presentaba el síndrome neuroléptico (aparece como un cuadro de sedación, lenificación psicomotora y emocional, supresión de movimientos espontáneos y de conductas complejas, reducción de la iniciativa y del interés en el medio) el cual había visto en muchos de sus pacientes quienes había tratado en el hospital de Zúrich.

—Aún no sé si esto fue una pesadilla o en verdad paso —murmuro Gabriel después de casi cuarenta minutos en silencio.
—¿Qué crees que fue lo que paso?
—No debo… No puedo… Decirlo, me está prohibido… Ya muchas veces me ha dicho que… No me dejara escapar de él, que jamás seré libre… Aun lo hace. Puedo escucharlo, puedo sentirlo, incluso en mis sueños… No hay modo de que escape de él, ni siquiera en mis sueños… No hay lugar seguro.

Los ojos de Gabriel estaban abiertos y desenfocados, como si hablase de algo realmente terrible que hubiese visto apenas ayer. Lucia muy vieja, demacrada, mal por tanto tiempo en ese lugar. Llevaba casi ocho años en el centro de enfermos mentales al sur de la ciudad.
Antes de lo ocurrido era una mujer sana llena de sueños de vida, de alegría, como muchas personas a su edad. ¿Quién iba a decir que un sueño en su infancia la llevaría a ese mundo? Que eso, que fue tan revelador bien pudo ser un aviso de su vida pasada indicándole que su vida estaba por cambiar.

¿Por qué nadie la previno? Nadie pudo siquiera decirle que estaba en peligro, que habría alguien en su vida al que le temería como a nada en el mundo, y que cuando lo encontró.
Por más que quisiera escapar no podría lograrlo jamás, nadie la previno de que tan cerca estaba él a quién le temía tanto la encontrara. Pero claro de niños nadie toma en cuenta un sueño así, preferimos jugar. Si Gabriel hubiera hablado con alguien, si hubiera hecho algo, quizás podría vivir en paz, pero el problema no es ese es que él hubiera no existe.

Sus amigos la visitaban cada semana, hasta hace 3 años, ellos comenzaron a alejarse de ella y de ese mundo, en la actualidad aun la visitan dos personas, pero en la bitácora del hospital no ahí registro de quienes son esas personas ni qué relación tienen con ella. Del hombre de quien siempre habla no se tiene descripción física o datos exactos de donde localizarlo o algo similar. Para el doctor Torenio todo en lo que respecta a esa paciente es un misterio, y cree que alguien la mantiene ahí, jamás se había enfrentado a un caso como este.

Pero esperaba poder encontrar la forma de ayudarla, aún desconoce cómo están ligados o en qué forma es que él la ha hecho su prisionera, lo que sí sabe es como hacer su trabajo aun cuando todo parezca estar en contra.

—Tranquila Gabriel, el no podrá hacerte más daño, aquí no puede dañarte solo debes hablar.
—¿Qué cree que soy estúpida? Si hablo me mataran —grito Gabriel. Subió los pies al asiento de la silla colocando su cabeza sobre sus rodillas —Si hablo él vendrá o si trato de escapar… No quiero que me lastime, me da mucho miedo…
—¿Quién puede ser esa persona? —pensó el doctor observando a Gabriel—ocho años sin un tratamiento adecuado, ni ningún cambio… Sin expediente, sin familia. Solo es una niña asustada ¿quién la quiere en esta condición? ¿Quién es ella? Aunque la verdadera duda que persistía en su mente era: ¿Por qué estaba ella en ese lugar?

A su pregunta solo Gabriel podría responderla, pero estaba demasiado asustada y cansada como para contestar. El problema es que no era la única que se negaba a hablar sus amigos y familiares estaban completamente renuentes a hablar de lo sucedido. Además, de que parecía que todos ellos habían desaparecido a lo largo de esos años, ese año ella cumplió 32 años.




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