Ángel Gabriel

Cinco

Gabriel subió a su habitación para prepararse para el proximo evento, olvidando por completo su encuentro con Ángel. Tenía demasiado en que pensar para que ese hombre viniera y pusiera su mundo de cabeza. Tomo un poco de agua, se despidió de sus amigas y se fue a su habitación.

Se dio una ducha rápida con agua caliente, quizá eso se llevaría toda la carga del día, se puso un pijama abrigador. Se recostó en la cama con sus apuntes en mano, se cubrió con una frazada y comenzó a leerlos, era casi después de media noche cuando se quedó dormida, hacía mucho que no soñaba o no recordaba ese hecho.

—Hola Gabriel —le decía alguien en su sueño —Por favor ven, hace mucho que me dejaste, te necesito, me has dejado mucho tiempo solo, ven por favor —suplicaba la voz.

De pronto todo se aclaró, estaba en su habitación con sus apuntes sobre sus piernas y al pie de la cama estaba Ángel, quien vestía totalmente de negro. Lucia muy distinto a como lo había visto apenas hacia un par de horas, había en él un aura distinta, siniestra lo explicaría mejor.

—¿Qué… Pasa Ángel? —dijo ella quitándose las hojas de las piernas y dejándolas en el buró, hizo a un lado la frazada.
—Solo quería verte.
—¿Cómo llegaste a mi habitación? ¿Quién te dejo entrar?

Gabriel se sentó en la cama, no sabía si estaba molesta o temerosa de tenerlo allí, frente a ella.

—No necesito que nadie me de autorización para verte —respondió con una sonrisa de “te lo dije” camino hasta ponerse a un lado de ella, coloco su dedo índice debajo del mentón de Gabriel y poco a poco levanto el rostro de la joven quien lo miraba fijamente —Eres como te recordaba.

Su tono de voz fue dulce, amoroso y un tanto anhelante. Pero ella trataba de evitar que eso la embaucara, ya en el pasado él le había hecho mucho daño, entonces recordó el sueño de su infancia.

—Me asustas Ángel.
—No debes temer de mí, amor —aclaro sacando una rosa roja, que ocultaba en su mano izquierda detrás de su espalda. Soltó la cabeza de la joven, beso la rosa y la puso en las manos de la joven —Al fin podremos estar juntos.
—¿Estás loco? Ni siquiera te conozco —le dijo ella con desesperación. —Además… amo a alguien más.

Si se hubiera dado cuenta de lo que estaba diciendo y a quien, hubiera evitado hacerlo. Ángel se volvió a verla y en su mirada había tanto odio como gente en el mundo, el corazón de Gabriel estaba por salirse de su pecho, estaba más allá del terror.

—¡No, no Gabriel, mal hecho! —decía él sacudiendo delante de sí su dedo índice —¿Porque cada vez que me vez osas hacerme enfadar? —le grito tomándola por el cuello.
—Mátame —le reto ella con esfuerzo —O déjame libre.
—¡Eso nunca! —respondió Ángel entre dientes y la aventó a la cama —¿Por qué no quieres estar conmigo?

Gabriel se incorporó hasta quedar sentada en la cama, Ángel se arrodillo frente a ella.

—Yo…
—Sé que me equivoque, pero no fue por que hubiese querido traicionarte… Esa maldita me tendió una trampa, yo era inocente.

Gabriel ni siquiera entendía a qué se refería, sonaba como un loco diciendo aquellas cosas sin sentido y que solo él entendía.

—No sé de qué… —Balbuceo Gabriel.
—Mírame corazón —pidió él, pero Gabriel tenía la mirada clavada en el suelo —Por favor mírame —pidió otra vez, estaba comenzando a desesperarse —¡Con un demonio mírame Gabriel! —grito con furia, ella levanto su vista y sus ojos se clavaron en los de él.
—No recuerdo nada, no sé quién eres o porque debemos estar junto… No entiendo nada de esto.

Gabriel tenía miedo, pero, tenía que saber de estos sueños, de por qué este hombre estaba obsesionado con ella. Quizá cuando lo supiera podría continuar con su vida, eso le dio esperanza, solo quería que él le respondiera. Ángel coloco su mano derecha en la pierna de Gabriel y con la mano izquierda rozo la mejilla de la joven, nuevamente su mirada había cambiado.

Esto iba más allá de la bipolaridad.

—¿En verdad no lo recuerdas? —interrogo Ángel con ternura y algo sorprendido —Trata de hacerlo, por el bien de los dos.
—Quisiera Ángel, pero no recuerdo nada… Siento que eres alguien familiar, siento muchas cosas… pero, nada que me indique algo diferente.
—Entonces quizá creo que lo mejor es que te lo explique, no podemos continuar de este modo —él clavo la mirada en los enormes ojos grises de Gabriel, se levantó y se sentó a un lado de ella —Esto quizás te suene algo extraño, pero esta historia, no solo se remonta a siglos atrás… También a nuestras vidas pasadas, a lo largo de la vida del mundo. Esta vez inicio hace un par de siglos, físicamente somos los mismos cada vez; exactamente iguales… Esto comenzó aproximadamente en 1518, en ese entonces éramos pareja, pertenecíamos al ER —comenzó a explicar.
—¿ER? —interrogo Gabriel interrumpiéndolo.
—Perdona, creo que debo evitar usar siglas… Los Espada rota —respondió él y continuo, pensando en cómo proseguir. –Fueron nombrados así… Después de que cierto arcángel fuera vencido y su espada quebrada… después de enfrentar al noveno hijo. Pero, la historia aquí es sobre nosotros, sobre quienes fuimos. Tu y yo éramos los más fuertes guerreros, al Clan eso le molestaba un poco… Bueno mucho, porque no querían que una mujer fuera quien dirigiera una de las casas más poderosas después de que su líder se retirara. Pero eras la segunda en línea directa, era tu derecho.
—¿Era como una especie de cofradía?
—No amor, éramos guerreros… Protegiendo, peleando por el bien… Además de que tú eras de las mejores, nunca vi a nadie pelear como tú o con tu fuerza. Muchos pensaban que parecía provenir de otro lado, pocos sabíamos la verdad.
—¿Qué verdad?

Ella sabía que esa pregunta no se la iba a responder, lo supo por la forma en que la observaba, él solo tomo sus manos entre las suyas.

—Pero un día me tendieron una trampa, yo regresaba de una batalla, no supe el motivo… Nadie quiso escucharme, me juzgaron y condenaron a morir en la hoguera… Nunca supe qué demonios me acusaron… Aun ahora, no entiendo por qué… Así que, para poder salvarme, por decir algo, hice un pacto con el noveno hijo. Los Tormenta negra me acogieron, de esa forma fue como pude saber lo que pasó contigo, esa misma noche habías muerto…




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