—¿Qué fue lo que te dijo? —le preguntaba una mujer morena de cuerpo atlético, baja de estatura, cabello negro, ojos seductores apergaminados y de apariencia juvenil.
—¡Pues qué querías! Me regañó, me dijo que para otro encargo mejor se lo dejara a otra persona, que yo no sirvo para eso —respondió Violet.
—¿Y crees tú que él esté molesto conmigo por no haber intervenido?
La mujer no se veía preocupada en realidad.
—No, Marguerit, solo me recordó que pasara lo que pasara, que no debíamos dañar a su tesoro, pero no teníamos idea de que en esta ocasión sí sería ella —respondió Violet en tono sarcástico.
—Así es —afirmó Ángel acercándose a ambas mujeres que estaban sentadas en una mesa del jardín de la enorme propiedad donde les gustaba pasar sus días, cerca del edificio de su clan—. Ella no sabe quién, ni lo que es, así será más fácil de traerla a nuestro lado... y no quiero que por culpa de alguna de ustedes se arruinen mis planes.
La voz de Ángel estaba cargada de amenaza.
—¿Pero por qué no coronar como tu esposa a cualquiera de las demás? Digo, ella es una simple ex-Espada Rota —interrogó Marguerit rozando el brazo de Ángel.
—¿Por qué? —interrogó Ángel—. Si solo se tratara de una esposa, sí lo haría, pero es más que eso y no lo entenderías ni en un millón de años, Marguerit —le respondió aventando su mano con asco en su mirada—. Además, no es una simple ex-espada, ni tiene relación con ello… ella es la Espada.
—¿No será que en realidad solo estás enamorado? —interrogó Marguerit con sarcasmo.
—Quizás —respondió él con una sonrisa malévola—. Violet, hoy yo iré contigo a la fiesta.
—¿Quieres que le diga a Gabriel que irás? —interrogó Violet con sutileza, pensando si esa era una orden o una petición.
—No, quiero que sea sorpresa —respondió con una tierna sonrisa, y se marchó del lugar.
Ambas mujeres guardaron silencio, solo lo observaron marcharse.
—¿Crees que esta vez logre lo que ha querido durante tantos años? —interrogó Marguerit.
—Sí… Sí lo logrará —respondió Violet observando en la dirección en la que se había marchado Ángel—. Espero, por el bien de todos —pensó.
Nadie se había percatado del golpe que Gabriel traía en el rostro. Solo estuvo en su oficina casi todo el día, así que terminó temprano sus deberes. Pero no quiso esperar a nadie, de modo que decidió regresar a casa para comenzar con los preparativos de la fiesta de esa noche. Tomó un taxi y partió en dirección a su casa, con la clara idea de sacar a todos de su mente y hacer que ese día solo fuera de su hermana.
Puso su música favorita en el reproductor, dejó sus cosas en su habitación. Se cambió de ropa, se puso unos jeans y una sudadera gris, recogió su cabello en una cola de caballo. Bajó a la planta baja y comenzó a limpiar, sacudió los retratos que estaban sobre la mesa del lado izquierdo de la entrada.
Tomó el suyo de cuando tenía ocho años, puso el dedo sobre la mejilla donde aquel niño la había golpeado. Detrás de la mesita donde estaban las fotos había un espejo. Gabriel levantó el rostro, comenzó a compararse con el viejo retrato. Igual de delgada, el cabello largo hasta la cintura y oscuro como la noche, piel blanca, ojos demasiado grises para ser normales y muy grandes. Labios rosados, rasgos finos, manos muy suaves.
De pronto recordó el sueño de su infancia, y se dio cuenta de que él tenía cambios de actitud muy violentos, que podía ser amable y sutil, pero de un momento a otro la persona más violenta que jamás haya visto. Quizá solo era producto de su imaginación y era ella la que estaba mal de la cabeza.
Al cabo de un rato dejó el portarretrato en su lugar, siguió limpiando, sacudiendo los viejos candelabros de pared. Accidentalmente torció uno que tenía la forma de una manita que sostenía una vela. Una puerta en la pared se abrió, era algo que no había visto además de que ninguna de las tres sabía que existiera.
Se acercó con cautela, abrió la puerta completamente, había unas escaleras que descendían. Regresó a la mesa de las fotografías, de uno de sus cajones tomó una lámpara de baterías, regresó al pasadizo. Comenzó a bajar las escaleras lentamente cuidando que los escalones no fueran a romperse. Buscó un fusible o un interruptor, lo encontró al final de la escalera, lo accionó. La luz tardó un poco en encender, el lugar estaba lleno de cosas viejas, de polvo.
—Si el polvo fuera dinero, seríamos ricas —murmuró para sí en tono sarcástico.
A unos cuatro metros y medio se encontraba un viejo escritorio, sobre él un libro viejo y muy grueso. Gabriel lo sacudió, una nube de polvo se levantó. Sacudió la silla detrás de ella para sentarse, revisó todos los cajones del lado derecho, encontró muchas fotografías, algunas muy, muy viejas.
—Deben ser de la juventud de la abuela —pensó, regresó las fotos a su lugar sin revisarlas. En un cajón del lado izquierdo encontró una cadena de plata con un guardapelo en forma circular con un ángel de alas extendidas.
Lo tomó con algo de emoción, abrió el guardapelo. Ahí había dos fotos, aparentemente de una pareja a la que no reconoció de momento. Dejó el guardapelo en el cajón y comenzó a hojear el libro.
—Parece que es un viejo diario.
El diario tenía fechas de hacía más de cincuenta años. Gabriel quiso saber qué había sido lo que la anciana escribió cuando ellas llegaron a la casa.
—A ver, veamos… Fue el trece de junio del ochenta y seis —recordó, buscó la hoja con esa fecha—. ¡Aquí está! —se dijo muy emocionada y comenzó a leer:
“A día 13 del mes de junio del año 1986 Del rincón de los recuerdos: Estoy muy feliz porque al fin encontré a las niñas, le he avisado a Lysandra, pero ella… No me ha respondido y no sé qué pasa, desde hace más de diez años que no nos vemos. ¿Por qué no se lo permiten? Pero no he sabido nada de ella, o de Joachim… Todavía no sé cuál de ellas es hija de ellos, las tres son hermosas. No sé si ese demonio ya la haya encontrado, de ser así ya no me queda mucho tiempo para saber cuál es la hija de ellos y prevenirla o por lo menos ponerla al tanto. Yo no podré entrenarlas como lo hacía el Clan, ya estoy muy vieja, y cansada. Solo espero que Joachim o Lysandra se comuniquen pronto, si no cuando yo muera estarán desprotegidas. Alizon Nielsen.”
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Editado: 16.11.2025