Ángel Gabriel

Trece

—¿Dónde está Graham? —interrogó Gabriel, despertando muy agitada y asustada.
—¡Tranquila! Fue a resolver unos pendientes que tenía en casa; regresará pronto.
—No me mientas, bien saben que él no está en casa —dijo Gabriel en un susurro viéndolos a los ojos—. Sé que algo le está pasando, pero no puedo decir con exactitud qué es.
—¿Será que está preocupado por ti?
—Quizá —respondió Gabriel casi en silencio, pero segura de que no era eso lo que estaba pasando.

Decidió guardar silencio y se recostó nuevamente en la cama. Todos estaban algo desconcertados, pero trataron de guardar la calma; pensaban que todo se debía a que estaba alterada por su accidente. Astrid la observó con sumo detenimiento tratando de recordarla: sin los moretones de la cara, de rasgos delicados, tez blanca, complexión mediana y de 1.80 de estatura.

—No ha cambiado mucho —pensó Astrid, recordando su niñez—. ¿Cómo lo supiste? —interrogó ella, viendo los ojos de Gabriel.
—No… No lo sé —respondió Gabriel, confusa, regresando a la realidad—. Solo lo sentí.
—¿Cómo es eso posible?
—Pues, creo que la experiencia por la que Gabriel pasó, abrió en su mente puertas que estaban cerradas, puertas psíquicas o extrasensoriales… —explicó Yarot con tranquilidad.

—¿Me estás diciendo que mi hermana es hiperperceptiva?
—Sí, creo que una experiencia así es capaz de lograr que el cerebro trabaje con ciertas zonas de sí mismo que la mayor parte del tiempo están dormidas o con las que solo tiene contacto el inconsciente.

Él estaba sentado en una silla que estaba junto a la cama; él conocía la verdadera razón de por qué esas puertas se habían abierto.

—Quiero dormir, estoy muy cansada.
—Está bien, estaremos afuera por si necesitas algo —dijo Astrid tomando la mano de Yarot.
—Cuando llegue Graham… Le dicen que quiero verlo, por favor —pidió Gabriel cerrando los ojos.
—Está bien —respondió Yarot en un susurro, cerrando la puerta detrás de ellos.

Se dirigieron a la sala de espera que estaba más cerca de la habitación de Gabriel; estaban sumidos en un extraño silencio.

—¿Dónde crees que esté Graham? —interrogó Astrid, sentándose en un pequeño sofá azul marino que estaba del otro lado del pasillo, justo frente a la puerta de la habitación de Gabriel.
—No lo sé, solo espero que, sea donde haya ido, regrese con bien —respondió Yarot sentándose a un lado de Astrid y abrazándola.

Recordó las muchas veces anteriores en que Graham se enfrentó a Ángel, en las muchas que no lo libró, las veces que lo dejó al borde de la muerte. Si las cosas continuaban así, algún día de estos Ángel mataría a su hermano, pero dudaba que los Espada hicieran algo por vengar su muerte, de modo que eso lo haría él y Anthon.

Graham llegó al hospital por el lado de emergencias. La enfermera de la recepción lo observaba con curiosidad porque traía la mano envuelta en su chamarra.

—Disculpe, ¿se encuentra el doctor Ross Howard? —interrogó Graham acercándose a ella, colocando la mano sana sobre el mostrador.

—Sí, está en el área de descanso —respondió ella, señalando un pequeño cuarto del lado derecho.
—Gracias.

Se despidió de la mujer con un asentimiento de cabeza. Había ido a otro hospital, porque allí había alguien de su entera confianza. Se acercó a la puerta y tocó tres veces.

—Adelante —dijo una voz varonil desde el otro lado. Graham abrió la puerta y entró en silencio.
—¡Graham! ¿Qué demonios te pasó?
—Tuve un enfrentamiento con un viejo enemigo —respondió Graham casi en silencio, haciendo un gesto de dolor.
—Espero que no sea el mismo de siempre —le dijo el doctor con una sonrisa sarcástica.

Se levantó del sillón en donde se encontraba descansando.

—¡Por favor, Ross! Que nadie se entere de esto —pidió Graham, quitándose la chamarra de la mano, que estaba sumamente inflamada. Se veía morada; los dedos de su mano estaban rojos e hinchados.
—Será difícil que nadie se entere si tengo que enyesarte la mano —respondió el doctor, revisando superficialmente la mano de su amigo—. Ven conmigo.

Abrió la puerta. Ambos hombres salieron de la habitación y se dirigieron a un cubículo de curaciones. Graham se sentó en la cama mientras el doctor acercaba un carrito con el equipo necesario para curarlo. Ross tomó la mano de Graham con cuidado, cortó la camisa hasta la altura del codo, jaló un equipo especial para sacar rayos X, extrajo una placa de él.

—Espera aquí, tengo que revisar esto —indicó el doctor, poniéndose de pie. Salió de la habitación con la placa en las manos. Graham esperó un promedio de 30 minutos hasta que regresó.

Revisó su celular y se dio cuenta de que tenía como cuarenta llamadas de Gabriel, y otras tantas de sus hermanos. No había planeado tardar tanto, de hecho, en ese momento se dio cuenta de que no había pensado bien las cosas, puesto que de no haber sido por la “bondad” de ese maldito, ahora mismo estaría hecho pedazos.

—Bien, creo que necesitas un yeso; tienes rotos los huesos de la muñeca, mi amigo —dijo el doctor, entrando en la habitación y dejando la placa revelada sobre una mesa.
—¿Cuánto tiempo tendré que dejármelo? —interrogó Graham, molesto. No habría manera de ocultarlo; sabía que Gabriel se enfadaría.
—Será cosa de un mes o mes y medio —respondió Ross, limpiando la mano de Graham con una gasa húmeda.

Después de un par de horas con el doctor Ross, Graham salió del hospital con una mano enyesada. No dejó que Ross le hiciera más curaciones, puesto que ya había estado demasiado tiempo ausente y sabía que, si no regresaba con Gabriel, irían a buscarlo. Y el destino de sus amigos no sería más fortuito que el de él.




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