Ángel Gabriel

Catorce

Graham condujo con algo de problemas, pero logró llegar al hospital donde estaba Gabriel casi una hora después. Entró a uno de los baños y se arregló un poco la ropa, se limpió la sangre seca. Nada podía hacer por los moretones, pero trató de estar lo más presentable.

—¿Cómo está?

Interrogó Graham acercándose a Astrid y Yarot con la mano escondida en la chamarra.

—¿Dónde demonios estabas? ¿Qué rayos te pasó? —interrogó Yarot, poniéndose de pie de un brinco al verlo.
—Eso lo explicaré luego, solo quiero ver a Gabriel.
—Ella ha estado preguntando por ti desde ayer, cada hora pregunta si ya has llegado. ¿Cómo pudiste desaparecer así y regresar como si nada hubiera pasado?

La chica estaba furiosa, y no era para menos, pero no podía explicarle nada por más que quisiera. Anthon Moretti y Maevel Alarcon se encontraban allí y ambos lo observaban con desaprobación.

—Escucha, Astrid, yo sé que todos están molestos por esto, pero era necesario, además ya estoy aquí… y tengo que ver a Gabriel.

Trató de ser lo más amable posible, y se dio vuelta para ir con Gabriel.

—¿Eso fue lo que te hizo, verdad? —interrogó Anthon señalando la mano de Graham e interponiéndose en su camino.

Este se quedó helado, si lo había visto él, Gabriel lo descubriría con igual facilidad.

—Sí, pero gracias a él pude salir con vida de ese lugar.
—¿Cuánto tiempo más será eso? —le interrogó Anthon, furioso.

No le respondió a su amigo, porque ni siquiera él mismo lo sabía. Toda su vida había puesto su vida en riesgo, y quizá algún día de estos se acabaría su suerte.

—¡Hola! —dijo Gabriel desde el interior, cuando se dio cuenta de que la puerta se abría.
—Por favor, no le guarden rencor —pidió Graham a su hermano antes de entrar a la habitación y cerrar la puerta detrás de sí.

Gabriel lo observó hasta que se acercó a ella.

—¿Dónde estabas? He estado muy preocupada por ti. ¿Por qué no me llamaste? —interrogó Gabriel con calma, y a la vez con algo de premura. Graham se acercó a ella y se sentó a un costado—. ¿Fuiste a verlo?
—Sí.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Qué no sabes que pudo dañarte? —interrogó Gabriel con desesperación, tomando la mano de él—. ¡Por Dios!
—No te preocupes, nena, estoy bien, solo fue una pequeña fractura —explicó él, tomando el rostro de la joven con su otra mano.
—Aquí estarás a salvo.

Graham no pudo evitarlo, se acercó a ella y la besó.

—Lo sé —respondió él, abrazándola—. Todo saldrá bien.
—Sé que así será.

Se quedaron un rato en silencio, ella poco a poco se quedó dormida. Graham salió de la habitación, se reunió con los demás.

—Se quedó dormida —dijo parándose frente a ellos, sintiendo el cansancio de la noche y la pelea.
—¿Quién se quedará esta noche con ella?
—Ustedes vayan a descansar, yo me quedaré con ella —respondió Maevel con tranquilidad.
—¿Quieres que me quede contigo? —interrogó Anthon con dulzura, dándole un beso en la cabeza.
—No, estaremos bien —respondió Maevel con una amable sonrisa.
—Está bien, volveremos a primera hora mañana —dijo Yarot, poniéndose de pie.

Los muchachos se despidieron de Maevel y se fueron, ella volvió a la habitación. Gabriel dormía plácidamente. Aún no la habían dado de alta, porque cuando estaban por hacerlo, se le presentó una fuerte hemorragia, de modo que el doctor decidió esperar un par de días más.

A la mañana siguiente la primera en abrir los ojos fue Gabriel. Toda la habitación estaba cubierta de arreglos florales de rosas rojas, rosas, amarillas, anaranjadas e incluso negras. Todos los arreglos eran hermosos, de pronto sintió un escalofrío en su nuca.

—¡Por Dios! —gritó Maevel, tallándose los ojos de la impresión al ver los adornos en la habitación—. ¿Quién haría esto?

Gabriel sabía quién era capaz de hacerle un regalo tan hermoso, pero, para ese momento no sabía cuáles eran sus emociones, solo sabía que estas iban del miedo al amor. Toda la habitación olía a flores, pero debajo de ese aroma persistía uno que era inconfundible a sus sentidos.

—Por qué no abres la puerta para que lo averigües.
—¿Qué?
—Solo hazlo.

Maevel se puso de pie y caminó hasta la puerta, la abrió con algo de cautela.

—¿Tú? —interrogó con sorpresa.
—Solo… Vine a ver a Gabriel —dijo Ángel a modo de disculpa. Maevel volvió a ver a Gabriel sumamente sorprendida.
—Déjalo pasar.
—Pasa —dijo Maevel sin querer hacerlo, abriendo la puerta y haciéndose a un lado.

Algo en este chico la molestaba, pero no sabía definir el qué o por qué se sentía así con él. Finalmente él había salvado a su hermana, si no la hubiera encontrado la hubiera perdido. Pero algo en su corazón no le permitía sentirse bien en presencia de Ángel, algo no estaba bien.

—Gracias —murmuró Ángel en tono amable, atravesando el umbral—. ¿Cómo te sientes?
—¿Cómo debería sentirme?

La respuesta de Gabriel hizo que las alarmas saltaran en su cabeza.

—¿Qué haces aquí? —le interrogó Maevel, poniéndose entre Gabriel y Ángel, al escuchar a su hermana, de una forma que no le gustó.

Ángel suspiró y trató de tranquilizarse.

—Me quedé muy preocupado por Gabriel, no había venido porque sabía que Graham estaba aquí, y si él me veía por aquí… Es capaz de armar un escándalo y no creo que ella esté lista para vernos pelear otra vez —explicó lo más tranquilo posible.
—¿No ves que todo esto es por tu culpa? —gritó Maevel, sin saber de dónde había salido esa furia repentina. Ángel clavó su vista en ella sin decir palabra—. ¿Por qué no terminas de salir de su vida?

Para él eso fue una escena del pasado, de las tantas veces que los separaron.

—Solo si ella lo quiere —respondió Ángel tratando de controlar las lágrimas en los ojos—. ¿Quieres eso?
—Dile Gabriel, hazlo ya, termina con esto.

La determinación de Maeve era sorprendente, Gabriel entendía el miedo de su hermana. Desde que Ángel había parecido en su vida, las cosas extrañas de su pasado habían vuelto, con ello el secreto de la que habían considerado una loca… Esto incluía a los padres de Gabriel.




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