Una semana después, Gabriel ya estaba de regreso en la casa. Ese día se reunieron todos para darle la bienvenida, incluso Violet y Ángel. Estaban reunidos en la sala con vasos de refresco o tazas de café. Graham se notaba molesto por la presencia de Ángel, pero no dejaba que los demás se incomodaran por ese hecho.
Había sido una semana agitada; su cuerpo parecía negarse a curarse del todo. Aún se sentía débil, en ocasiones le dolía la cabeza, pero estaba segura de que todo aquello era señal de algo más. Solo que aún no entendía de qué.
—Pero a ver si con eso ya se te acomodan las ideas —dijo Astrid con un tono burlón. Todos reían, y esto la trajo de regreso a la habitación.
—De ese modo, la más inteligente voy a ser yo —siguió con la broma Violet entre sonrisas.
—Para eso el golpe lo debiste recibir tú —reprochó Gabriel con sarcasmo.
Todos estaban felices. Después de un rato de charla, Gabriel se sintió agotada. El golpe le había causado demasiado daño. O quizá solo era la presencia de todos la que la estaba abrumando demasiado; quizá solo quería estar sola y descansar.
—¿Te sientes bien? —interrogó Ángel desde el sillón de enfrente, donde estaba sentado casi en silencio.
—Me duele la cabeza —respondió Gabriel con una mirada un tanto triste, quería que solo estuvieran ellos dos.
Pero eso no sería. Por alguna razón, sentía que lo mejor era mantenerse lejos de él. De hecho, desde que volvió, continuó leyendo el diario de la abuela. Este tenía información extraña y quizá algo complicada de leer, pero le estaba dando algunas pistas sobre a qué se refería Ángel con aquella historia que le contó.
—¿Por qué no preparas tu especialidad para comer? —interrogó Maevel, colocando su mano en la espalda de Graham. Este hizo una mueca, negándose.
Graham era un excelente chef, pero hacía mucho tiempo no pisaba una cocina, al final todos insistieron.
—Está bien, pero solo si Anthon me asiste —respondió Graham con tono de burla.
Maevel volvió a verlo con una sonrisa en la cara, pues sabía que su novio odiaba la cocina y todo lo que ello implicaba; si tenía que comer, prefería comprarlo hecho que cocinar.
—¿No tengo opción?
—¡Muévete, lavaplatos! —ordenó Graham con una sonrisa maliciosa, jalándolo por la camisa. Ambos hombres se dirigieron a la cocina, entraron y desaparecieron cerrando la puerta tras de sí.
Ángel aprovechó este momento para acercarse a ella; no la veía bien.
—¿Quieres ir a tu habitación? —interrogó Ángel, agachándose a un lado de Gabriel.
—Sí, quiero descansar —pidió Gabriel con la voz quebrada.
Yarot se acercó a ellos cuando se percató de que Ángel la levantó en sus brazos.
—Yarot, hay que llevarla a su habitación.
—Sígueme.
Yarot se giró y comenzó a caminar hacia las escaleras; este lo guio hasta la habitación de Gabriel. Iban en absoluto silencio. En la mente de Yarot, le recordó a alguna escena del pasado, donde no fueron enemigos, donde compartieron una vida juntos… Antes de que todo se fuera a la mierda, antes de que Ángel los traicionara.
Él abrió la puerta de la recámara cediéndole el paso. Ángel la recostó en la cama; ella estaba casi dormida. Yarot entró a la habitación y cerró la puerta tras de sí.
—Descansa, mi niña —pidió Ángel rozando la frente de Gabriel con sus dedos.
—Gracias, amor —murmuró Gabriel.
Esas palabras no sorprendieron a Yarot. Ángel dio media vuelta y caminó a la puerta. Yarot se paró frente a él.
—¿La amas?
—No me importaría perder todo lo que poseo por ella —respondió Ángel con nostalgia en su voz, en un susurro.
—¿Qué más podrías perder si ya has perdido todo?
—Algo debe quedar en mí, aún debe haber algo que valga la pena.
La sonrisa de Ángel fue un tanto tierna, aunque parecía más una mueca de tristeza.
—Tu corazón es libre, ten el valor de escucharlo.
—No soy libre —gruñó Ángel en voz baja, como si lo que le hubieran dicho, hubiese sido un insulto.
—Mírala, Ángel, ella no merece vivir esto, no merece vivir entre nuestros mundos.
Ángel se volvió a verla, siempre tan hermosa, siempre tan bella. Si supiera de dónde provenía, qué era lo que había en su pasado. Por qué ella era tan importante, no solo para él, para los Tormenta, el por qué la habían buscado por siglos.
—Es hermosa —pensó—. No puedo hacer nada —respondió en tono triste, volviendo a ver a Yarot—. Lo lamento.
Se dirigió a la puerta y salió de la habitación.
—Sé que sigues allí —murmuró Yarot—. Mi hermano aún está ahí —concluyó con algo de tristeza.
Vio dormida a Gabriel, esbozó una sonrisa y salió de la habitación.
Graham y Anthon cocinaron tal como estaba planeado. Comieron en paz, reían y charlaban. Ángel recordó los viejos tiempos, en los que no era necesario cuidarse las espaldas, en los que podía confiar en quien estaba a su lado. Violet sintió por vez primera lo que era una familia, de lo que se había perdido por tanto tiempo. Terminaron la velada con mucha tranquilidad.
Gabriel estaba soñando como de costumbre. No sabía exactamente qué año era ni dónde se encontraba, pero sabía que estaba en casa. Se encontraba recostada en un diván de su habitación, leyendo un libro.
—Buena tarde, mi señora.
Le saludó Ángel, entrando a la habitación, que parecía ser una biblioteca muy antigua.
—Buena tarde, mi señor —respondió Gabriel, cerrando el libro y dejándolo en la mesa que estaba cerca del diván.
—¿Hacía algo interesante, mi señora?
—Solo leía algo, mi señor. ¿Pero dígame cómo le ha ido hoy?
Le interrogó, poniéndose de pie y tomándole la mano con sus manos a Ángel.
—No he tratado nada distinto, solo son negocios sin importancia, pero lo que realmente me importa en este momento es saber cómo le ha ido a usted, mi señora —respondió besándole la mano a Gabriel y abrazándola lentamente.
—Solo estuve en casa —comenzó a explicar ella—. Lo extrañé —concluyó dándole un beso en los labios.
—Yo también la extrañé.
—Ángel, hay algo que quiero preguntarle, pero no me atrevo —dijo, soltándolo y separándose un poco de él. Un extraño sentimiento se apoderó de ella.
—Mi señora, no tiene por qué temer, puede preguntarme lo que desea.
—Mi padre vino esta mañana, me pidió que fuera a su casa. No quiero ir sin usted… Pero sé que mi padre no aceptará que entre a esa casa. ¿Puede entender mi situación?
—Mi señora, sé que no soy bien recibido en casa de su padre, pero si tiene ganas de ir, puede hacerlo libremente —le respondió acercándose a ella, acariciando su cuello con su dedo, cosa que le hizo estremecerse.
—No quiero ir sin usted —murmuró Gabriel abrazándolo.
—Mi princesa, jamás la dejaría ir sola, pero hay cosas que tienen que ser de ese modo porque es que así son. Tenemos que acoplarnos y tratar de que no nos afecte —explicó con ternura—. Bien saben ellos quién soy, y por ello jamás me aceptarán.
—Lo sé, sé que las cosas no cambiarán, pero ellos también deben aceptar que estoy a su lado y que nunca lo dejaré —le dijo viéndolo a los ojos. Rozó la mejilla de él con su mano y poco a poco acercó su rostro al de él, dándole un tierno beso en los labios.
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Editado: 16.11.2025