Ángel Gabriel

Diecisiete

Ángel Benedict sabía que debía aprovechar esta oportunidad que tendría con ella. Debía irla introduciendo en su mundo sin que lo notara, después su elección sería fácil… Pero, si ella caía en manos del noveno hijo... Seguramente la mataría para obtener su poder. Ángel la observó de reojo y, al verla casi dormida, no pudo evitar esbozar una sonrisa.

Condujo por más de una hora. No la llevaría al departamento donde ocasionalmente llevaba a alguna chica, o donde solían estar Violet y Marguerit. Entraron por el estacionamiento subterráneo. En el lugar había otros autos de lujo, también de color negro. Esa era su colección privada, nadie más que él tenía acceso a este lugar.

—Llegamos.

Se sentía muy emocionado. Bajó del auto y caminó al otro lado, abriendo la puerta. Le quitó el cinturón de seguridad y la despertó un poco. Ella abrió los ojos y los volvió a cerrar.

—Está bien, nena, yo te llevaré —murmuró sutilmente en su oído.

La levantó poco a poco del asiento y la sacó del automóvil, cargándola por completo en sus brazos. Cerró la puerta con su pierna y caminó con ella hasta el elevador. Subieron hasta el último piso. Este departamento era el lugar que más le gustaba para estar solo.

El departamento era de ambiente frío, pero a su vez, extrañamente acogedor. La llevó a su habitación y la recostó en el centro de la cama, la cubrió con una frazada blanca con las iniciales de ambos bordadas en una esquina en color negro y plata.

—Descansa, amor —le susurró dándole un beso en la frente.

Salió de la habitación y se dirigió a la cocina a preparar una sopa para cuando Gabriel despertara. Fue como la última vez; ella había estado en esa misma habitación, pero la diferencia era que la noche anterior habían hecho el amor. En esta ocasión, ella estaba convaleciente por culpa de él y de esos bastardos que bien merecían morir. Estaba concentrado en sus pensamientos cuando sonó el teléfono.

—Benedict —respondió Ángel, colocándose el auricular en el oído.
—¿Dónde estás, Ángel?
—Estoy en casa, Ty, ¿pasa algo?

Por más que le molestara que Ty le llamara, no debía demostrarlo. En ese momento, un escalofrío recorrió su espina dorsal.

—¿Tienes a la chica?
—No, aún no la tengo. Gabriel es muy escurridiza, y la tienen muy protegida, más desde que mandaste a esos dos a atacarla.

No sabía por qué había mentido, se suponía que lo habían enviado a capturarla.

—Sabes bien que mientras más rápido la tengamos, más rápido tendremos a su padre. Ambos son de suma importancia para nuestros planes.
—Lo sé, pero con respecto a Joachim, ignoro dónde está, no ha hecho contacto con nadie de ellos —concluyó con tranquilidad.
—Estás tardando demasiado, tú no eres así.
—Si presiono demasiado, la perderemos, y tanto trabajo no servirá de nada. Esta tiene que ser la última vez de esta cacería.
—¡Sabes que la necesitamos de nuestro lado! —gritó el hombre.
—No la pienso obligar.

Ángel conservó ese tono tranquilo que lo caracterizaba cuando estaba a punto de explotar.

—Cuando comience a recordar, será peligroso.
—Eso no pasará. Ella aún no recuerda nada de todo lo que ha pasado, además nadie le ha mencionado de los Espada [Rota] o de nosotros, así que pierde cuidado —aclaró molesto, tratando de tranquilizar a Ty y de tranquilizarse él mismo.
—Solo espero que no la dejes escapar esta vez, como en otras ocasiones, ¿entendido, Ángel?
—Sí, mi señor, me queda claro.

Estuvo a punto de lanzar el teléfono contra la pared, pero se percató de que no estaba solo. Ella estaba en la entrada de la cocina, sentía su mirada clavada en su nuca.

—¿Qué demonios eres?

No volvió a verla, no porque no quisiera.

—Eso ya quedó establecido, ¿no? —interrogó él, dejando el teléfono en su lugar.
—No… No entiendo ni la mitad de lo que me dices —respondió ella, viéndolo darse vuelta para verla a los ojos.

Ángel caminó hasta quedar parado frente a ella, tomó su mano.

—Ven conmigo, vamos a sentarnos, esto es muy largo de contar —dijo él en tono sutil. Caminaron a la sala y se sentaron en el sofá—. Hay detalles que ya te he contado, como que pertenezco a los niveles más altos del Clan Tormenta Negra. No te he dicho que soy un cazador y… soy yo quien decide si viven o mueren.
—¿Un cazador?
—Sí… Mi trabajo es rastrear personas… Personas con cualidades específicas y entregarlas a mi gente o eliminarlas. Soy el Octavo Cazador, de un grupo de nueve… Pero, ahora solo quedo yo.

Gabriel trataba de entender las palabras que salían de su boca, no quería pensar, no quería creer que existía algo así en su mundo. Ella era una persona normal, en un mundo normal donde los seres como Ángel y los malditos Clanes no existían.

—¿Por qué razón soy importante para ti? ¿Por qué… para ellos? —interrogó, colocando su mano en el pecho de Ángel, cerca del escalpelo.
—Porque tú eres quien podría detener a mi gente, podrías evitar que infectemos al mundo con oscuridad… Tu poder es ilimitado, restablecerías el balance que mi padre no quiere que exista… porque también llevas la sangre del Primero.
—¿La Sangre del Primero?
—Eso solo tu padre puede explicarlo, yo no supe cómo es que había pasado eso. Cómo es que un miembro de los Tormenta y uno de los caballeros pudieron engendrar descendencia sin que esta se destruyera… si es que pasó así.
—¿Solo por eso soy importante?

Sangre, lazos de sangre; a eso se reducía todo.

—Ellos te han buscado desde hace mucho tiempo.
—¡No respondiste a mi pregunta! —reprochó Gabriel con ternura, colocando un dedo en el mentón de Ángel para hacerlo volverse hacia ella.
—Solo imagina el amor… El perdón, el poder de sanar de un guerrero de luz. Unido al poder de todo el mal que existe en el mundo… Metafóricamente hablando, es como la unión de un ángel y un demonio. Eso te convierte en el ser más poderoso jamás creado —explicó Ángel—. Tú a nuestro lado nos volverías inmensamente poderosos, no habría nadie capaz de detenernos… Podríamos llevar el infierno al cielo, si seguimos hablando metafóricamente.




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