Joachim Leclerc abrió la puerta de su departamento. Ya casi oscurecía por completo cuando entró en su casa, cerrando la puerta tras de sí. Era consciente de que había quebrantado todas las reglas de los Espada Rota, los había traicionado. El tema de su hija y Ángel había sido un tema prohibido por siglos. En cada nueva reencarnación, lo habían alejado más de ella. Él lo había permitido; pasó de ser el líder de su casa a un simple títere en solo unos pocos años.
Lysandra estaba esperando en la sala. Ella tenía sus propias ideas de lo que debía hacer con respecto a su hija, pero primero debería conocer los pasos de Joachim.
—¿Cómo está? —interrogó con la vista clavada en un libro, como si no le importara el tema.
—Bien, más bella que nunca.
No podía decirle que aún estaba convaleciente. Por alguna extraña razón, sentía que debía ocultarle las cosas respecto a Gabriel.
—Qué bien —respondió Lysandra, dándole vuelta a la hoja para demostrar su desinterés.
Esa actitud siempre la había mostrado ante la menor mención de su hija.
—¿Cuál es el problema?
Le interrogó Joachim, dejando sus cosas en el sofá de un solo golpe.
—Sabes bien cuál es mi problema, y ni siquiera te importa —respondió Lysandra, cerrando el libro de golpe.
—Ya te expuse mi punto de vista muchas veces, además, es mi hija.
—Lo sé, pero no fui yo el que intentó matarla para que ellos no se encontraran. No fui yo el que hizo todo eso, para ser castigado… Yo nací siendo quien soy y no he usado ni un solo día lo que soy para beneficio personal… Aun cuando con ello acabaría con todos los tuyos —respondió en un grito de furia.
Lysandra por primera vez en toda su vida sintió temor de él.
—Sabes que no solo… Fue por eso… —dijo Lysandra con la voz quebrada y con lágrimas en los ojos.
—No, claro que no, también estabas celosa de ella. Por ser mil veces mejor que tú en todo lo que hacía. Por ser el centro de atención de muchas personas, y porque aún lo amas —respondió a gritos, tomando por sorpresa a Lysandra.
—¿Qué estás diciendo?
—Sabes perfectamente de qué hablo, desde que él entró en la vida de Gabriel, te enamoraste. Lo metiste en nuestra vida, lo metiste en nuestra cama… Y que de ello naciera ese niño… Fue por esa razón que se le juzgó y por lo que lo matamos… Por eso lo obligamos a hacer ese maldito pacto que nos metió en este círculo sin fin —estaba furioso, nunca había explotado de esa manera—. Sabes bien que no solo ella debe saber la verdad… También tu hijo, también Ángel, Astrid, Maevel, Yarot y Anthon… Tantas personas que según tú amabas, dañadas por tu egoísmo… Por tu hipocresía.
Joachim salió de la casa, cerrando la puerta con tal fuerza que los vidrios de ella se rompieron en mil pedazos, sintiendo que si no se tranquilizaba perdería el control y esa parte oscura de su ser saldría a flote. Lysandra se quedó en el centro de la sala y los recuerdos comenzaron a golpearla como si fuese una tormenta, todo vino a ella.
1515
—Vamos, Isabel, todo debe estar perfecto. Esta noche mi hija se comprometerá con el señor Müller —decía Lysandra a su ama de llaves, que la había visto crecer.
—Como ordene, mi niña —respondió la anciana saliendo de la habitación.
Por fin, como lo había planeado, su hija se casaría con Paul. Eso les daría el control total del Clan, ya nadie podría oponerse jamás a alguna decisión suya.
—Madre, voy a ir con Carmen al pueblo, a comprar algunas cosas que me hacen falta —le informó Gabriel, parada en la puerta del gran salón donde sería la reunión, colocándose su gorro azul marino del mismo tono que su vestido y sus guantes.
—Solo recuerda que no puedes llegar tarde, los invitados serán puntuales —respondió Lysandra con una sutil sonrisa.
—Lo sé, madre, no tardaré.
Gabriel dio media vuelta y se dirigió a la puerta de la gran casa en compañía de Carmen, su dama de compañía y amiga. Subieron al carruaje, los caballos comenzaron su trote al pueblo.
—Debe estar muy emocionada, mi señora —decía Carmen con una sonrisa amable, sentada frente a Gabriel.
—Es más el temor que siente mi corazón, que la emoción que debería sentir.
Respondió Gabriel, evadiendo la mirada y viendo los árboles que se encontraban a lo largo del camino. El día era medio nublado, el sol se dejaba ver de vez en cuando.
—¿A qué se debe ese temor que oprime su corazón?
—Siempre creí que me casaría con alguien a quien amara profundamente, y no porque fuera lo más conveniente para los Espada —respondió Gabriel haciendo un largo silencio por el resto del viaje.
El carruaje de color negro era de los más costosos; la familia Leclerc era de las más importantes de la región debido a su antigüedad. Los percherones que jalaban el ostentoso carruaje fueron traídos de Francia, exclusivamente para ese trabajo. Pero en ese momento, nada de eso le importaba a Gabriel, estaba segura de que su corazón agonizaría en el momento que diera el sí.
Llegaron al pueblo treinta y cinco minutos después. El carruaje se detuvo frente a una joyería llamada “El Séptimo Sol”. El viaje en realidad había sido porque sentía que se ahogaba con su madre hablándole solo de su compromiso, de cómo ellos harían la pareja perfecta, cómo sería la familia más poderosa de los Espada y la forma en que podrían asegurar el liderazgo.
—Ya le dijo a su madre que no desea desposar al señor Müller, ¿verdad? —interrogó Carmen, conforme entraban a la tienda.
—No, no he encontrado el momento preciso para hacérselo saber… No será una noticia que recibirá con agrado.
—Solo espero que encuentre el momento, mi niña —dijo Carmen, viéndola con sus enormes ojos café y una tierna sonrisa, sosteniendo el bolso de Gabriel.
—Lo que me preocupa es que querrá saber cuál es el motivo de esa decisión. Es posible que crea que es porque hay alguien más con quién voy a desposarme.
Las dos mujeres rieron. Comenzaron a ver las joyas que había en el lugar. Gabriel se acercó al mostrador, donde se encontraba un anillo que le pareció perfecto para su boda, si el que fuese a ser su marido fuera alguien a quien amara. Eso la alegró y entristeció a partes iguales.
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amor, tiempo y vida, traición cicatrices y triángulo amoroso
Editado: 16.11.2025