--- Pasado (1515) ---
El carruaje regresó a la casa de los Leclerc. Se había tardado demasiado tiempo en el pueblo, ya tenían un retraso de 30 minutos. Sabía que su madre estaría molesta por ese retraso, pero ya nada podía hacer. En realidad, no quería regresar. Se bajaron del carruaje y entraron a la casa lo más rápido posible.
—Carmen, lleva las cosas a la habitación de mi madre, a la cocina y el resto a mi habitación —ordenó Gabriel, quitándose los guantes y dirigiéndose a las escaleras.
—Sí, mi niña.
Ella iba distraída quitándose también el gorro azul a juego con su vestido.
—¿Dónde estabas?
El tono frío de su madre la sobresaltó. La verdad era que esta boda había sido idea de ella. Por más que le había rogado que no la comprometieran, su madre simplemente le dijo: “es por el bien de la familia”. Pero siempre pensó que eso solo era por el bien de su madre, porque era evidente que no era por ellos.
—Lo siento, madre, me retrasé.
—Eres una irresponsable… Date prisa, el señor Paul Müller no tarda en llegar.
—Sí, señora —respondió, apresurando su paso, entró en su habitación cerrando la puerta tras de sí.
Cada minuto que pasaba sentía que su corazón se esforzaba por mantenerla con vida. Por alguna razón, no podía quitarse de encima el recuerdo de esos bellos ojos, el tacto sobre su rostro.
—Mi niña, ya está listo tu baño —indicó Isabel.
Ella había sido la nana de su padre, y ahora lo era de ella.
—Gracias, nana.
Cuando ella estaba duchándose, comenzó una tormenta con muchos relámpagos y truenos, como hacía tiempo que no llovía. Ya eran casi las seis de la tarde, la orquesta había comenzado a tocar hacía treinta minutos. Los invitados poco a poco fueron llegando reuniéndose en el gran salón, que era tan lujoso como el evento ameritaba.
—Vamos, Gabriel, solo faltas tú, y tus padres te esperan, además el señor Müller ya llegó —dijo la nana entrando en la habitación.
—¿Los miembros del alto consejo han llegado ya?
—Todo el alto consejo de la Espada Rota ha llegado, todos están esperándote.
—Estoy lista para mi sepulcro —murmuró sintiendo nuevamente la opresión en su pecho.
—Gabriel…
—Lo sé, nana —dijo ella, poniéndose de pie del banquillo de su tocador.
—Estás bellísima, mi niña —Isabel siempre tan amable con una sonrisa.
Gabriel traía puesto un vestido color hueso con aplicaciones doradas y sus hombros descubiertos, que dejaban ver la piel blanca de su cuello y hombros y debajo de una pequeña manga sus finos brazos. Su cuello era adornado por un fino dije, emblema de la casa del Clan de la Espada Rota al que pertenecía.
—Gracias, Isabel —murmuró, acercándose a la anciana y abrazándola.
—Bueno, mi niña, vamos que te esperan.
Gabriel la soltó y salió de la habitación, sintiendo a cada paso la necesidad de escapar. Bajó las escaleras y caminó hasta la puerta de roble oscuro con acabados en oro, un sirviente a cada lado de la puerta, escoltando la entrada. Gabriel dio un suspiro y entró al salón, saludando a la gente a su paso.
—Hija, estás bellísima —le dijo Joachim, tomándole las manos.
—Gracias, padre —respondió sonrojándose, no estaba acostumbrada a los piropos, aun cuando siempre los había recibido.
—¿Estás lista?
—No quiero hacerlo.
—La noche aún es joven y podría sorprenderte —respondió su padre con una sonrisa un tanto extraña, y comenzó a caminar con Gabriel al comedor donde estaban instaladas ambas familias, y amigos de los jóvenes, además del alto consejo del Clan.
La cena comenzó con un brindis por el gusto de estar juntos.
—Por aquí, señor —guiaba Carmen a un joven al comedor.
—Espero no ser inoportuno —se disculpó él, acercándose al comedor.
—Claro que no, has llegado justo a tiempo —respondió Paul, poniéndose de pie—. Espero no moleste que invitará a un viejo amigo de último momento —se disculpó dirigiéndose a todos.
Gabriel había estado distraída platicando con sus dos grandes amigas, Maevel y Astrid, ninguna de las tres mujeres se percató de la presencia del recién llegado.
—Traje un presente para tu futura esposa —le indicó, entregándole a Paul un cofre de plata.
—Acércate, Gabriel, por favor —le pidió Paul. Gabriel se levantó y llegó hasta ellos, tratando de ocultar los nervios que sintió al ver a Ángel allí.
—Mi amigo, le ha traído un obsequio —le informó, señalando la pequeña caja. Ángel se volvió un poco y sus miradas se encontraron.
—Mi señora —susurró, su respiración se aceleró, pero nadie lo notó.
—Le agradezco el obsequio, mi señor —respondió Gabriel, tomando la caja, haciendo una reverencia de respeto y llevándosela consigo.
No debía permitir que nadie notara lo nerviosa que estaba, o el hecho de que quería escapar de todo eso, sobre todo de irse con ese ángel misterioso que apareció en su vida.
La fiesta continuó como Lysandra la había planeado: perfecta, sin ningún otro tipo de contratiempo. De pronto se escuchó un trueno tan fuerte que hizo que Lysandra regresara a la realidad con un parpadeo, unos segundos estaba confusa.
+++ Presente (Actual) +++
Regresó al sofá y se sentó en la oscuridad, pues la luz se había ido, y siguió recordando.
--- Pasado (1515) ---
Esa noche decidieron que la boda sería en mes y medio. En ese momento, nadie le tomó la importancia al regalo de Ángel, incluso a su persona. La fiesta había terminado. Gabriel estaba en su habitación en compañía de Maevel, Astrid y Carmen, estaban viendo los regalos hechos a la joven por su compromiso. A quien lo único que la tenía entusiasmada era la idea de volver a ver a Ángel, aunque fuese de lejos.
—¿Ese es el regalo del señor Benedict? —interrogó Maevel.
—La caja es preciosa —respondió Astrid.
—Lo sé —ella tenía miedo de abrirla y desilusionarse.
—Ábrelo, quizá te lleves una linda sorpresa —opinó Carmen con una amplia sonrisa.
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amor, tiempo y vida, traición cicatrices y triángulo amoroso
Editado: 16.11.2025