—Bien sabes que no debes hacerlo —decía un joven alto de cabello rizado rojizo, de un metro ochenta y cinco de estatura, ojos marrón y piel blanca, robusto y atlético, a Joachim.
—Sé qué es lo que no debo hacer, pero también sé qué es lo que puedo y qué es lo mejor —respondió Joachim molesto.
Su compañero pertenecía al Alto Consejo, desde la última reencarnación de Gabriel.
—¿Ya pensaste en Lysandra?
—Por más de quinientos años y muchas existencias, solo he pensado en ella. ¿En algún momento me pedirás que piense en mi hija y en el daño que le he hecho al dejar que solo extraños cuiden de ella? ¿Cuándo se darán cuenta de que la condenaron a pagar por algo que ella no cometió, haciéndole revivir en cada existencia el terror, el dolor y la persecución? ¿Hasta cuándo?
—Sé que todo esto es muy difícil para ti —el joven le dio una palmadita en la espalda.
—No tienes ni idea de lo que estás diciendo, Dimitru —reprochó Joachim con los ojos llorosos, recargándose en el sofá de su departamento.
—Quizá no, pero creo que no es momento de que lo veas. Graham está convaleciente, y creo que Gabriel no soportaría enterarse de toda la verdad de ese modo. Si es que piensas acercarte a ellos debes pensar bien cuál será cada uno de tus pasos porque, si no, de un modo u otro la perderás y él la tendrá por siempre —explicó Dimitru—. Además, creo que debes hablar con Vlad.
—¿Vlad Lupei? ¿El mismo Vlad que ayudó a borrar la memoria de mi hija? ¿Al que el Alto Consejo exilió porque lo acusaban de trabajar para el Tercer Hijo?
—El mismo Vlad.
—¿Has perdido la cabeza?
—Vlad es el alto consejero más antiguo, de los que siguieron al Elegido… Él estuvo presente cuando la espada fue rota.
—Lo sé —respondió Joachim en un murmullo.
—¿Por qué entonces alguien que fue elegido por él, trabajaría para esos bastardos?
Joachim meditó las palabras de Dimitru. Tenía que escuchar la versión de Vlad, nadie en el Clan lo había escuchado.
—¿Dónde lo encuentro?
—Te daré con gusto su ubicación… ¿Ya has hablado con Lysandra de Gabriel?
A Joachim no le molestó que su amigo cambiara el tema, es decir, que volviera al tema original por el que le había hecho venir.
—Mil vueltas le he dado al tema y, ella solo sabe decirme que todo esto va en contra de los preceptos y las órdenes del Clan, es como si ella no quisiera recuperar a su única hija, ni su propia vida —explicó Joachim casi en silencio—. Y como bien sabes, el Alto Consejo me ha dicho que si me atrevo a buscarla o a ponerla al tanto de lo que está pasando, me desterrarán… Y me quitarán la jerarquía que por tantos años he presidido… No sé cómo voy a hacer para recuperar a mi hija sin perder mi vida.
—¿Por qué no comienzas por decirle la verdad a él?
—¿Estás bromeando, verdad?
—No, claro que no. Si hablas con él primero, será él quien tendrá que elegir entre entregarla o salvarla, y si el amor que él siente por ella es real, pues creo que la salvará.
—¿Tú dejarías que un oscuro tomara una decisión de tal magnitud después de haberle dicho la verdad?
—Estaría apelando a su amor por ella —respondió Dimitru con una sonrisa amable.
Joachim meditó esa idea, no estaría rompiendo la promesa que le hizo a su esposa y no rompería ninguna regla del Clan.
—Puede funcionar —balbuceó Joachim pensativo.
Se quedaron en silencio por un par de horas aclarando detalles, hablando sobre lo sucedido con Vlad, y otras cosas de las que solo se puede hablar con un amigo hasta que Dimitru decidió retirarse.
Graham ya había salido de terapia intensiva, pero aún estaba hospitalizado. Las cosas que encontraron en el sótano habían hecho mella en ellas, habían decidido mantenerse al margen. Pero aun así, ellos seguían siendo sus amigos, además necesitaban explicaciones.
—Deberíamos hablar con ellos —sugirió Astrid, sentada en el sofá con un cojín en las piernas.
—Creo que tienes razón, no podemos dejar pasar más tiempo. Ya hemos revisado estos papeles mil veces y creo que no encontraremos la respuesta jamás —respondió Maevel, dejando los papeles en el escritorio de la biblioteca. Se sentó y tomó el teléfono, marcó un número que se sabía de memoria.
Esperó un par de tonos, algo atípico en Antón.
—¡Hola, corazón! —saludó él del otro lado del auricular.
—Hola.
—¿Pasa algo? —interrogó Antón cambiando su tono de voz.
—Necesito que tú y Yarot vengan a casa… Hay algo de lo que queremos hablar con ustedes.
—¿Qué sucede?
—Te lo explicaré cuando estés aquí.
—Está bien, solo dame una hora y estaremos allí —pidió Antón, cortando la comunicación.
Maevel se quedó con un extraño sabor amargo en la boca.
—¿Qué te dijo? —le interrogó Astrid.
—Que vendrán en una hora —respondió pensando en qué posible explicación tendría todo ello. Se quedaron en la biblioteca a esperarlos.
Ángel y Gabriel continuaban en el departamento de él, estaban sentados en el sofá viendo una película. Gabriel hacía rato que se había quedado dormida recargada en el pecho de Ángel. Cuando alguien tocó la puerta, él se levantó con cuidado de no despertarla. Abrió la puerta sin ver quién estaba del otro lado. Fue tarde cuando se percató de la presencia de alguien a quien había jurado matar, sintió que su cabeza le daba mil vueltas.
—Ángel, sé que no soy bien recibido en este lugar… Pero necesito decirte algo, de ello depende la vida de mi hija.
Joachim habló con tranquilidad aun cuando sentía que su corazón estaba por explotar.
—Pues habla —indicó Ángel con desinterés y sarcasmo.
—No quiero que Gabriel se dé cuenta —pidió Joachim en un susurro viendo a su hija dormir en el sofá.
—¿Temes que ella se entere de la verdad?
—Es sobre ti, sobre esa noche hace siglos —respondió Joachim tratando de ocultar su molestia.
—Espera abajo, me disculparé con ella —ordenó Ángel cerrando la puerta.
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amor, tiempo y vida, traición cicatrices y triángulo amoroso
Editado: 16.11.2025