Tenía un par de meses de ya no ver a Antón, se había sentido más sola que nunca. Pero no podía verlo, ellos habían sabido de sus padres, lo que evitó que los conociera. ¿Todo por qué?
—Robert, qué gusto me da verte —saludó Maevel esbozando una sonrisa.
—A mí también. Hace un par de meses que no las veo por aquí —respondió sentándose a un lado de ella.
—Bueno, desde el accidente de Graham… Sucedieron otras cosas que hicieron que nos alejáramos del museo… Hubo muchos cambios, pero gracias al cielo todo ha vuelto a la normalidad —respondió ella suspirando.
—¿Cómo está tu amigo? —interrogó él con una tierna sonrisa.
—Pues en verdad no lo sé, supongo que ya salió del hospital.
—¡Wow! Cuando los conocí me di cuenta de que eran muy unidos, ustedes eran como una familia —comentó desconcertado.
—Éramos como una familia… Eso es parte del pasado, por el momento… Nos alejamos un poco.
—Está bien, no me cuentes de ello, si no quieres. La confianza debe ganarse, ya lo harás cuando estés lista —le dijo el joven con una tierna sonrisa—. Pero cuéntame ¿Por qué estás tan solita aquí? ¿Y tu galán?
—No… No tengo galán —respondió con una sonrisa, ocultando su tristeza.
Había estado con él por más de cuatro años, tenían historia. Siempre habían estado juntos, siempre había podido contar con él.
—Qué bien, así que estás libre.
—Así es ¿Por qué? ¿Tienes alguna idea?
—Pues el sábado habrá una fiesta en casa de Steven, bueno, en realidad es la casa de mi la fraternidad… Así que… —le dijo finjiendo ser un estudiante.
—Qué bien —dijo ella, en ese momento no se sentía bien para ser compañía de alguien, menos para ir a una fiesta.
—Y pues espero que quieras venir conmigo, sino de otro modo me veré como un tonto, hablándote de fiestas —pidió entre sonrisas. Maevel también sonrió.
—Pues, no lo sé, debo consultarlo con mis hermanas.
—Puedes traerlas si quieres.
Quizá la fiesta serviría para salir un poco de la depresión que tenían.
—Está bien, no me haré del rogar… Nos hace falta distraernos y creo que esa fiesta nos caerá bien.
—Me parece perfecto —dijo Robert con una sutil sonrisa, cuando Steven se acercó a ellos.
—Hola —saludó Steven con una amable sonrisa.
—Hola —saludó Maevel.
—Es bueno verte. Dime, ¿de casualidad anda una de tus hermanas por aquí? —interrogó Steven viendo a los alrededores.
—¿Por qué razón quieres saber eso?
—Es que hay una fiesta y… —respondió Steven con nerviosismo.
—Te gané, amigo, ya las invité yo —se burló Robert interrumpiéndolo.
—¿Sí? —interrogó Steven llevándose la mano a la cabeza—. ¿Irán?
—Claro que sí —respondió Maevel esbozando una sonrisa.
Por lo menos estaba dispuesta a hacer nuevos amigos.
—Bien, creo que las veré allí —dijo Steven un poco apenado—. Robert, debemos ir con el profesor Ty —concluyó con calma.
Robert tensó su mandíbula, odiaba esas reuniones con el lameculos del Tercer Hijo, que se sentía dueño de los Tormenta.
—Bien, me voy. Te veo el sábado —se despidió Robert dándole un beso en la mejilla.
—Cuídense —les dijo Maevel quedándose en la mesa esperando a sus hermanas para regresar a casa.
Gabriel había salido con Ángel esa noche, como todas las últimas noches. Así que en casa solo estaban Astrid y Maevel, estaban sentadas en el comedor casi en silencio, no había música esta vez, ni el ruido de la televisión. Estaban cenando unos sándwiches que Maevel preparó cuando sonó el timbre.
—¿Será Gabriel? —interrogó Maevel viendo a Astrid.
—No lo creo, ella siempre ha traído llaves, déjame ver —dijo Astrid poniéndose de pie.
Caminó a la puerta con parsimonia, desde la salida de los chicos de sus vidas, la suya se había vuelto gris y monótona. Abrió con cautela, llevándose un susto.
—¿Qué hace aquí? —interrogó Astrid molesta.
—Por favor, Astrid, necesito hablar con ustedes, explicarles —pidió Joachim parado frente a ella.
—¿Quién es? —interrogó Maevel desde el comedor.
—Pase —pidió Astrid con un ademán.
Joachim entró a la casa, nunca en su vida estuvo tan nervioso como en ese momento. Astrid lo guio al comedor.
—Dice que quiere hablar con nosotras —indicó ella señalando al padre de Gabriel.
—No creo que lo que tenga que decirnos interese —repuso Maevel dejando el juego de cubiertos sobre el plato.
—Solo denme la oportunidad —pidió Joachim con nostalgia en su voz—. Es necesario que sepan las razones, después de ello me iré, ustedes decidirán una vez que tengan todas las piezas.
Las chicas meditaron su palabra por unos tensos minutos.
—Siéntese —indicó Astrid señalando la silla del otro lado del comedor.
—Gracias —murmuró Joachim sintiendo un ligero alivio. Caminó al otro lado del comedor—. ¿Podrían llamar a Gabriel?
—No, lo lamento, ella salió —respondió Astrid volviendo a su lugar.
—¿Y bien? —interrogó Maevel un tanto molesta, al ver la incertidumbre en la cara de Joachim.
—Quiero pedirles que me escuchen hasta el final —pidió él—. No quiero que se molesten.
—¿Hay alguna razón para ello? —interrogó Astrid con seriedad.
—Sé que aún tienen muchas dudas, pero quiero que escuchen… Después de la muerte de… De Ángel y de Gabriel, los del Alto Consejo del Clan de la Espada Rota, nos sometieron a juicio, lo único que buscaban era evitar que alguna situación como esta se repitiera —explicó Joachim cuando la puerta de la casa se abrió.
Joachim se quedó en silencio. Astrid y Maevel volvieron el rostro para ver la puerta; era Gabriel, quien se había despedido de Ángel y entraba a casa. Y se veía feliz, tranquila, como nunca la habían visto.
—Hola, nenas —gritó desde la entrada, cuando se acercó—. ¿Qué demonios está haciendo ese hombre en nuestra casa? —interrogó entre dientes.
Toda la tranquilidad que tenía se esfumó en un abrir y cerrar de ojos.
—Vine a hablar con ustedes, aún hay cosas que deben saber —respondió Joachim con cautela poniéndose de pie.
—¿De qué? ¿De cómo fue que dejaste que ella me separara del único hombre al que he amado? ¿De que permitiste que ella nos separara? ¿De tu estúpido Clan? —interrogó Gabriel en un grito, en su voz había furia y también dolor.
—Sí, de todo ello —respondió él sin querer hacerlo.
—Pues ahórrate tu saliva, eso ya lo sé, Ángel siempre fue honesto conmigo, no se acercó con mentiras… Como tú —le reprochó su hija dándose media vuelta.
—Lo que no sabes es qué consecuencias ha traído todo eso —respondió deteniendo la partida de Gabriel.
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amor, tiempo y vida, traición cicatrices y triángulo amoroso
Editado: 16.11.2025