Ella tomó el vestido y lo colocó en la cama, en el resto de los cajones encontró ropa interior, y todo lo que necesitaba para arreglarse para esa noche. Estaba nerviosa, pero por alguna extraña razón ya no tenía miedo. Sabía que Ángel la protegería de cualquiera que quisiera hacerle daño, y quizá en algún momento ayudarle a recuperar su memoria.
Ángel subió a una de las habitaciones de huéspedes, del clóset sacó un traje negro y dos gabardinas. Él fue más rápido en cambiarse que Gabriel, estaba abotonándose la camisa negra cuando se paró frente a él espejo. Un pequeño brillo llamó su atención, se llevó la mano al cuello y sintió el guardapelo.
—Podrá ser la oportunidad de salir de esto —pensó levantando la vista para verse a los ojos—. Deja de decir estupideces —se reprendió dándole la espalda al espejo.
Terminó de arreglarse, tomó las gabardinas y salió de la habitación, bajó al recibidor en donde esperaría a Gabriel. Ella ya estaba lista, se alisó el vestido con las manos viéndose al espejo. Acomodó un mechón de su cabello, respiró profundo y salió de la habitación. Caminó por el pasillo acomodándose los guantes que le cubrían hasta el codo, se paró al pie de la escalera y comenzó a bajar lentamente. Ángel estaba de espaldas a la escalera, cuando le faltaban un par de escalones él se volvió para verla. Podía verse la sorpresa en su rostro, Gabriel estaba un poco apenada, por un segundo él sintió que era el año 1516.
—Así debió haber sido siempre.
—Creo que, si estamos juntos, así será el resto de nuestra vida —respondió ella con una tierna sonrisa deteniéndose en el último escalón.
—Lo sé, mi señora.
Ángel se acercó a ella, le extendió la mano y ella la tomó. Él besó tiernamente la mano de la joven ayudándola a bajar ese último escalón. Del perchero que estaba en la entrada tomó la gabardina que había dispuesto para ella, con calma se paró detrás de ella y la cubrió con ella, abrazándola.
—Gracias.
—Soy yo quien debe agradecerte —murmuró al oído de la joven, rozando el cuello de ella con sus labios. Gabriel suspiró tratando de contener su emoción—. Debemos partir.
—Así es.
Ángel la soltó poco a poco, la tomó de la mano y comenzó a caminar a la salida, ella iba un poco detrás de él. Tomó su gabardina con la mano libre, abrió la puerta y le cedió el paso a ella, cerró la puerta tras de sí. Subieron al auto, la noche era fría, el cielo estaba despejado, se podía apreciar hasta la más lejana estrella. Ángel condujo en dirección al norte, directo a la entrada a su mundo.
—Por favor, Astrid, no es tan grave lo que pasó… Ok, sí lo es, pero debes tratar de entenderme —le decía Yarot tomándola del brazo en las escaleras de la “casa de la fraternidad”.
—Suéltame, Yarot, no puedo creer que no confiaras en mí, que no confiaran en nosotras… Pudimos evitar tanto… Pudimos… —murmuró Astrid comenzando a recordar un poco.
—¿Por qué no puedes perdonarme? Jamás dije que no confiara en ti, es solo que no me estaba permitido, ustedes tenían que recordarlo… Solas.
—Eso ya no importa, él la tiene. Si eso era lo que pretendían evitar, han perdido —le dijo Astrid entre dientes.
—¿Por qué dices eso?
—Ellos están juntos y créeme que esta vez nadie los separará, él nunca le mintió, él no le ocultó quién era… No la forzó a quedarse en la oscuridad.
—Quizá eso sea verdad, pero él no ha dejado de pelear, sabe que ella lo puede ayudar a liberarse —reprochó muy serio dando un paso atrás—. Jamás creí que te rendirías antes de pelear —concluyó con desilusión soltando el brazo de Astrid.
Ella lo observó sorprendida sin saber qué responder. Yarot dio media vuelta y se marchó, Astrid trató de detenerlo, pero se arrepintió de hacerlo, el resto de la fiesta solo estuvo pensando en las palabras de Yarot.
—¿Estás bien? —interrogó Steven acercándose a ella, que estaba sentada en las escaleras de la parte trasera de la enorme casa.
—En realidad, no.
—¿Qué sucede?
—Es solo que alguien se decepcionó de mí —respondió con tristeza en su voz. Steven la abrazó, ella también lo abrazó.
—Quien haya sido quizá lo hizo porque algo no le quedó muy claro, tú no eres alguien que decepcione.
—Espero que haya sido así.
—¿Por qué no le das otra oportunidad? —interrogó Steven viéndola a los ojos.
—No sé, no soy de las que cree en eso —respondió Astrid un tanto titubeante—. Pero no hablemos de él.
Su sonrisa fue triste, pero es que eran tantas cosas que aún no entendía, que no alcanzaba a entender cómo es que “le tenían prohibido” no decirle nada. Pero, sobre todo, cómo era que había acatado esa orden sin protestar, entonces… ¿Dónde quedaba el amor que decía sentir por ella?
—Esa parte de la historia me agrada más —dijo Steven con una tierna sonrisa en sus labios—. Voy a aprovechar que quizá estés algo alcoholizada o que lo necesites. Pero, me gustas y me interesas mucho.
—Creo que es muy pronto…
—Nunca será momento oportuno, si tú no nos das la oportunidad.
Astrid meditó las palabras de Steven, sin imaginar lo que sucedería después.
—Creo que tienes razón.
—Lo sé —le sonrió él dándole un beso en los labios.
Ella correspondió el beso, no sentía, ni sentiría lo mismo que sentía cada vez con Yarot. Pero nadie sería él, por lo tanto, nunca sería igual.
—¿Podrías llevarnos a casa? —interrogó Astrid mientras él la abrazaba.
—Desde luego —respondió Steven con amabilidad—. Pero, tu hermana Gabriel no está.
—Seguramente esté con Ángel —dijo Astrid quitada de la pena.
—Perfecto —pensó Steven esbozando una sonrisa, tomando de la mano a Astrid.
Ella se acercó más a él y lo besó. Unos minutos después entraron a la casa a buscar a Maevel y Robert. Cuando Yarot y Antón vieron que las jóvenes se marchaban con ellos decidieron que era momento de regresar a casa, en el automóvil de Steven se dirigían al sur, el de ellos al este.
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Editado: 16.11.2025