Ángel Gabriel

Veintinueve

—«No mires atrás» —recordó Gabriel. Llegó hasta el enorme portón que daba entrada al jardín de la casa. Este se encontraba cerrado, los gritos ya no se escuchaban más. Intentó abrir el portón, pero no lo consiguió.
—¡Déjenme salir! —pedía con la voz ahogada—. ¡Déjenme ir! —pidió una y otra vez.

Se dejó caer al lado de la puerta, sobre sus rodillas. De pronto, una figura se paró cerca de ella.

—No pensé que fueras tan cobarde —le dijo una voz que para ella era familiar. Levantó poco la vista, y del susto se puso de pie lo más rápido que pudo.
—¡Ángel! —susurró Gabriel y corrió a abrazarlo. Él la tomó de las muñecas, evitando que lo abrazara.
—No es momento para arrumacos —le regañó Robert, soltando las manos de Gabriel. Ella estaba sorprendida, con el sentimiento de asombro reflejado en el rostro.

Robert se acercó al portón, tomó la manija con fuerza, y este se abrió.

—«¿Por qué no lo sentí?» —se interrogaba Gabriel en su mente. Robert regresó por ella y la tomó con violencia del brazo.
—Vamos —le ordenó y la jaloneó.

Ella solo se dejó llevar, como si fuera una muñeca. Salieron hasta la banqueta. Robert observaba de un lado a otro. Gabriel seguía sintiéndose confusa.

—Allí están —dijo Joachim, señalándolos.

Anthon puso el auto en marcha, deteniéndose ante ellos.

—Suban —pidió Joachim. Robert abrió la puerta e hizo que Gabriel subiera, subió tras ella. Anthon puso el auto en marcha lo más rápido posible.
—¿Alguien los sigue? —interrogó Anthon, viendo a la pareja por el retrovisor.
—No —respondió Robert de manera cortante.
—¿Estás bien, hija? —quiso saber Joachim.
—Sí, bien —respondió Gabriel.

Estaba confusa, le daba mil vueltas al asunto, al porqué no había sentido la presencia de Ángel, como en todos esos meses, cada día. Siguieron el viaje en silencio. Anthon los llevó hasta la nueva casa de Joachim, en donde se encontraban Maevel y Astrid. Les había molestado que solo las llamaran para cuidar a un borracho, cuando su hermana estaba en peligro.

Las mujeres no hacían otra cosa que observar a Yarot, quién caminaba de un lado a otro de la habitación. En ese momento la puerta se abrió y entró Gabriel, Anthon, Robert, a quien todos veían como Ángel. Al final entró Joachim, cerrando la puerta tras de sí. Maevel y Astrid corrieron a abrazar a Gabriel.

—¿Estás bien? —interrogó Maevel, tratando de tranquilizarse.
—Sí, bien —respondió otra vez Gabriel.

Robert se quitó la gabardina y la colocó en el perchero que estaba en la entrada.

—¡Por Dios! ¡Está herido… Déjenme traer el botiquín! —le dijo Astrid, atrayendo la atención de todos hacia Robert.
—No, estoy bien, solo son rasguños —respondió Robert con mucha seriedad.

Él no permitiría que ellos le tocaran.

—Vamos, Ángel, deja que te ayude —pidió Joachim en tono amable.

—No —respondió tajantemente Robert.
—Está bien, pero no te sulfures —respondió Astrid, observándolo con curiosidad.

Se dio cuenta de que tenía que ser precavido, o todo su plan se arruinaría.

—Disculpen, fue una pelea muy desgastante —se disculpó Robert, fingiendo interés e inocencia.
—¿Sabes que ahora estás entre familia? —le interrogó Yarot—. Aquí estás seguro.
—Lo sé —respondió Robert con una sonrisa fingida—. «Esto será más fácil de lo que pensé» —pensó.

Se acercó al sillón que estaba a un lado de la barra, donde estaba sentada Gabriel. Ella estaba inusualmente callada, lo que el resto no parecía notar.

—Maevel, ¿por qué no preparamos algo de comer? —sugirió Anthon. Esta asintió y en silencio los dos se fueron a la cocina.
—Yarot, ayúdame a llevar a este ebrio a la recámara —pidió Joachim, acercándose a Graham.
—Les abriré la puerta —sugirió Astrid.

Joachim tomó a Graham de los hombros y Yarot de los pies. En perfecta coordinación y con cuidado, lo levantaron del sillón. Lo llevaron a la recámara, dejando solos a Gabriel y a Robert. Ella ni siquiera se percató de esto.

—¿Por qué no vienes a sentarte a mi lado, Gabriel? —interrogó Robert, volviéndose a verla.
—Estoy bien aquí.
—Ven a sentarte.
—No, Ángel, estoy bien aquí —respondió con temor en su voz.
—No es una petición, es una orden —reprochó él entre dientes, golpeando con el puño el sillón. Gabriel dio un pequeño salto y lo observó con cuidado—. ¡Ahora!

Gabriel se levantó lentamente de donde estaba y caminó hasta él con temor, no entendía por qué actuaba así de nuevo, y esperaba que solo fuera una broma.

—«¿Qué le ocurre? ¿Por qué vuelve a tratarme así?» —pensó ella con los ojos clavados en el suelo.

Sin duda algo había pasado en la Casa Roja, algo le habían hecho.

—Ángel está muy raro —le decía Anthon a Maevel en la cocina.
—Lo sé, esa frialdad no es normal en él —respondió Maevel—. ¿Tú sabes qué pasó en la Casa Roja?
—No, ni Ángel ni Gabriel hablaron de ello en el camino. Eso me preocupa en realidad, Maevel, demasiado. Es como si hubiera ocurrido algo que no me permite ver más allá del presente… No puedo ver un segundo atrás ni uno adelante, y de alguna manera le temo —explicó Anthon con cautela. Ella lo observaba en silencio.
—Anthon… No sé si es el momento para decir esto. Pero no lo soporto más… Tienes que saberlo —le dijo Maevel, rompiendo el incómodo silencio que había entre ellos, sus ojos se llenaron de lágrimas—: Robert pertenece al Clan de Ángel.

Ella guardó silencio, esperando la ira de él por haberlo ocultado, por haberse comportado como ellos.

—Lo sabía, siempre lo supe —respondió Anthon con una amable sonrisa.
—Es por ello que decidí terminar con nuestra relación —continuó Maevel, sin escuchar a Anthon.
—Lo sé.
—Sé que mucho de lo que te dije fue porque estaba molesta. No quería darme cuenta de que estaba en un error y… luego me sentía tan bien haciéndote sentir mal y al final del día me odiaba por ello. Robert solo me alentaba para seguir haciéndote daño. Tu comportamiento me hacía pensar que el que estaba en un error eras tú… No quería aceptar que estaba equivocada, que soy quien soy y lo que soy, y que nada puedo hacer para cambiarlo —explicaba Maevel con desesperación, tratando de que él entendiera—. Yo no quería perderte, pero estaba haciendo todo para lograrlo —concluyó con lágrimas en los ojos.
—Lo sé.




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