Gabriel condujo en silencio, tomó el camino más largo que conocía para regresar a un lugar al que no estaba segura si quería volver. Después de que el coche diera vuelta en la esquina, comenzó a pensar que quizá había cometido un error al alejarse de su familia. Pero ya había salido de allí, no había vuelta atrás.
Estacionó el coche en el estacionamiento subterráneo, bajó del auto con tranquilidad y se dirigió al ascensor que le llevaría al piso de su apartamento. La sensación de opresión comenzó como un zumbido en su pecho, esta le decía: “Corre”. Con calma entró y presionó el botón número tres. Aguardó unos minutos hasta que las puertas abrieron nuevamente. Sin pensar mucho en lo sucedido, entró a su apartamento y encendió la luz.
—¡Por Dios! —Sofocó su grito con sus manos.
—¿Dónde demonios estabas? —interrogó Robert, sentado en el sofá, colocando un vaso con whisky en la mesa de centro.
—En… En casa de mis hermanas.
El temor se levantó en ella como algo viscoso, tangible, asfixiante.
—¿Se puede saber qué demonios estabas haciendo allí? —interrogó él con furia, en un grito.
Gabriel dio un par de pasos atrás, levantando las manos tratando de protegerse.
—Por favor, Ángel, son mis hermanas y hace tiempo que no las veía, no puedes alejarme de ellas —respondió Gabriel en un susurro, temblando de miedo.
Él se puso de pie, acercándose a ella.
—¿No lo entiendes? Si sigues cerca de ellos te alejarán de mí… Date cuenta de lo mucho que hemos peleado por estar juntos, vas a arruinarlo todo.
—Pero… Pero también las amo —reprochó ella en un susurro.
—Entonces, ¿vas a permitir que nos separen?
«¿Lo quería lejos? ¿Podría seguir viviendo de ese modo? Pero sobre todo… ¿Quería perderlo?»
—No, nunca Ángel, eres lo que más amo —respondió ella, colocando sus manos en el pecho de él.
Él tomó las manos de Gabriel y comenzó a apretarlas.
—¿Entonces por qué permites que nos separen?
—Yo… Yo no… No lo he permitido. —Ella estaba sumamente asustada y con lágrimas en los ojos, por el dolor que él le estaba provocando en sus manos.
—¿Entonces por qué fuiste a verlas? —interrogó él entre dientes, tomándola por los brazos y sacudiéndola con violencia.
—Para… Me lastimas…
Gabriel estaba aterrada, presentía lo que estaba por suceder.
—¿Qué crees que no lo es? Tú me obligas a lastimarte, eres una estúpida —le gruñó con una sonrisa malévola en el rostro, aventándola al sillón.
Gabriel lo observaba con lágrimas en los ojos. En los meses que había pasado al lado de él después de esa extraña noche en la Casa Roja, él jamás volvió a ser sutil con ella. Eso le hacía pensar que lo único que quería de ella era hacerla caer y que lo estaba logrando.
—¿Qué te he hecho para que pase esto? —se atrevió a preguntar unos minutos después, acomodándose en el sillón, sin volver a verlo.
Su voz se escuchaba rota, se sentía vacía. Él caminó parsimoniosamente hasta colocarse a espaldas de ella, donde no pudiera ver su rostro.
—¿Te parece poco dejarme esperando por tu familia? —interrogó entre dientes, clavando su mirada en la nuca de Gabriel.
—Lo lamento.
—¿Crees que con lamentarlo basta? —le interrogó al oído. Ella se estremeció, pero no se apartó.
—No… Te prometo que esto no se repetirá otra vez… Haré solo lo que tú digas —respondió Gabriel con la voz queda, viendo al piso sin atreverse a mirarlo a los ojos.
Robert esbozó una sonrisa macabra.
—Pero por favor, ya no estés molesto conmigo.
Había lágrimas en los ojos de ella, pero no era por las constantes peleas con él. Era porque deseaba volver a su vida anterior. Aquella donde él no existía, donde lo único que le preocupaba eran sus estudios, sus hermanas y Graham. Robert suspiró y se sentó a un lado de ella, rodeándola con su brazo.
—Está bien, te perdono —respondió él con presunción en su voz, como si estuviera haciéndole un favor.
—«¿Cómo es posible que llegáramos hasta esto? ¿Por qué tengo que disculparme porque fui a ver a mi familia?» —pensó Gabriel, clavando la vista en el televisor—. «Ahora sí estoy atrapada y sin salida» —pensó, sintiendo una lágrima que rodaba por su mejilla.
—Bien, mi niña, veamos un poco de televisión —dijo Robert en un tono amable, rodeándola con sus brazos, como si nada hubiese pasado. Tomó el control de la TV, que estaba a un lado de él, y la encendió. Puso un programa infantil y se quedó viéndolo. Gabriel solo tenía la vista clavada en la tele sin ver lo que en ella había.
Deseando que hubiera una forma de volver atrás, una manera de arrancarse lo que sentía por él y poder alejarse.
Lysandra caminaba por las calles sin rumbo. Se había dado cuenta de que ella misma había sido la causante del sufrimiento de las personas que amaba, y de su propio sufrimiento. Joachim, su esposo, de quien se había enamorado perdidamente en su juventud, con quien había compartido un corto noviazgo antes de casarse y tener a su única hija, Gabriel.
Su hija había llevado hasta ella a su segundo amor, Ángel, por quien sentía un amor prohibido y ahora un odio infinito, y de quien había tenido a su segundo hijo… Graham, de quien nunca se alejó. El Alto Consejo del Clan había decidido que Graham no sería reconocido como su hijo, esto desaparecería del conocimiento general para la siguiente vida, después de la muerte de Gabriel y Ángel. Por lo tanto, para poder evitar que el Clan oscuro tuviese la manera de llegar a Gabriel, el hijo bastardo de Lysandra sería el guardián de esta. Sin prever que la fuerza de la sangre que los unía haría que Graham se enamoraría de Gabriel.
Se dio cuenta de que, por seguir un camino que no debía, perdió a su familia, a sus hijos y a su esposo, quien había aceptado una penitencia que no le pertenecía. Caminando sin rumbo fijo, llegó hasta el edificio de Gabriel. La última vez que la había visto había sido cuando la dejaron en el orfanato al año de haber nacido. Cuatro años después, los padres de Maevel y Astrid fueron asesinados, así que ella y Joachim se encargaron de entregarlas al mismo orfanato.
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Editado: 16.11.2025