Ángel Benedict estaba en un lugar completamente oscuro, húmedo y muy pequeño, donde apenas podía ponerse de pie. Se encontraba muy golpeado; le curaban las heridas sólo lo suficiente para que con el frío le dolieran y para que no pudiera descansar en ningún momento. Después de todo, no lo querían muerto, y por su traición tenía que pagar. Los primeros días de encierro pensaba en gritar, pero jamás lo hizo, pues sabía que estaba demasiado bajo en el subsuelo.
Además del hecho de que ellos estaban en la Casa Roja, jamás lo habían ayudado, ni en el pasado, ni en el presente… ¿Por qué lo harían ahora que lo consideraban un traidor? Cada día ideaba un plan de fuga que él sabía no llevaría a cabo; no era por falta de fuerza o porque no quisiera estar libre, era que conocía perfectamente el lugar donde estaba, y sabía qué tan seguro era.
Él mismo había encerrado a muchos de sus enemigos en sus calabozos, simplemente para que desaparecieran de la faz del mundo y sufrieran una vida de agonía.
—Gabriel, aguanta, voy por ti —pensaba—. Espero no tardar —se decía una y otra vez.
Sabía que si lograba salir de ese maldito lugar tendría el apoyo de Gabriel, Joachim, incluso de Graham y del Clan de la Espada Rota.
—Somos familia —se decía para convencerse de que no estaba solo—. Además, me lo deben.
Sabía que le costaría trabajo recuperar la confianza de cada uno de ellos, pero tenía que hacerlo. Más que nada, quería ser libre. Se sentó recargado en la pared, sintiendo cómo el frío de esta calaba hasta sus huesos. No sabía bien en qué dirección estaba la puerta. De pronto, se escucharon golpes y unos reflejos de luz frente a él que penetraban por debajo de la orilla de la puerta, lastimándole un poco sus ojos.
—¿Ángel, estás ahí? —decía una voz en tono de burla—. Tienes visitas.
Las risas ante el tonto comentario no se hicieron esperar.
—¡Ángel!
El grito de Violet lo puso en alerta, le pareció que alguien le había dado un golpe.
—¡Déjala ir! Ella no es…
¿No era qué? Siempre lo había apoyado y había estado a su lado a cada paso. Seguramente estaba aquí por culpa suya.
—Oh, pero espera… No está sola, Angelito, hay alguien más con nosotros.
El silencio momentáneo se hizo un tanto eterno.
—¡Suéltame! —gritó Graham como si fuera un gruñido.
—Graham —pensó Ángel, dejando caer su cabeza hacia la pared. Se sentía impotente en aquella situación.
Por más que quisiera, nada podía hacer por ellos, y desgraciadamente por nadie más.
—Bueno, Angelito, yo no puedo quedarme a hacerte compañía. Pero ellos dos se quedarán en mi lugar, porque ya sé que estas mazmorras son muy solitarias y yo no quiero que estés solito.
El sarcasmo de Ty era menos humillante que las estúpidas risas de los que habían estado incluso bajo las órdenes del mismísimo Ángel.
—¡Déjalos ir!
En un arrebato de furia, Ángel se lanzó a la puerta.
—¡Ouch, ouch! Eso debió doler —se burló Ty—. Pero te guste o no, ellos son sus compañeros y se pudrirán aquí contigo, por mil vidas.
—¡Déjalos ir!
Nadie le respondió a su grito, no hubo más burlas. Aguardó un momento y escuchó las otras dos puertas cerrarse. Graham estaba gritando y Violet lloraba desconsoladamente.
—Debo hacer algo —pensó Ángel.
Poco a poco las luces desaparecieron.
—Ya se fueron —se consoló a sí mismo en un susurro—. Graham, Violet —les gritó Ángel, pero ninguno de los dos escuchó—. Graham, Violet —gritó con más fuerza, atrayendo la atención de los dos—. Estamos atrapados. Los gritos y lamentos no nos sirven para nada, sólo es su manera de castigarnos. Ahora sabemos lo que perdimos y que jamás recuperaremos.
Ante sus crueles palabras, Graham dejó de gritar y Violet de llorar. Volvió a reinar el silencio absoluto. Si las cosas eran como siempre, en algún punto en el tiempo vendrían a torturarlos. Quizá traerían a alguien que los conocía y los torturarían hasta la muerte frente a ellos. No sabía en realidad cómo es que los retendrían una eternidad, pero sabía que había presos desde hacía más de doscientos años, y eso era lo que más le aterraba.
Los días pasaban de una manera extraña para todos. En ocasiones podían observar cómo las demás personas caminaban por las calles, sin imaginarse la tormenta que caería sobre ellos si el Clan de los Tormenta Negra lograba su objetivo. De haber estado alerta, se habrían dado cuenta de que tanta lucha no valió la pena. Aun cuando trataban de hacer su vida normal, no podían olvidar el hecho de que su familia estaba separada.
Joachim, tratando de lograr que el Consejo del Clan de la Espada Rota levantara el castigo impuesto a Lysandra, castigo que él había asumido como propio. En los últimos años se había cuestionado si había hecho lo correcto o no; también pensaba que el hecho de haber apoyado a su esposa había sido una forma de castigar a su hija por haber metido a Ángel en sus vidas. Dentro de sus últimas dudas y pensamientos, la única cosa que tenía en claro era que Lysandra había traicionado la confianza de su familia.
Lysandra había decidido reunirse con Yarot, Anthon, Maevel y Astrid en la casa que había compartido por muchos años con Joachim. Tenía que encontrar la manera de corregir sus errores, aun cuando de esto ya habían pasado muchos años. No esperaba la confianza y no esperaba el perdón, pero tenía que intentarlo. Yarot fue el encargado de hacer las presentaciones pertinentes entre quienes no conocían a Lysandra.
—Sé que no está bien, tal vez su voz mienta, pero sus ojos dicen la verdad, y algo malo le está pasando —explicó Lysandra, sentada en el viejo sofá azul. Por alguna razón, se sentía sumamente en calma.
Anthon estaba recargado en la pared frente a Lysandra. Yarot estaba sentado junto a Astrid en el sofá individual en la sala, observando con cautela a Lysandra, que aún lucía como la recordaba.
—No debiste haber ido a verla, esto traerá graves consecuencias —le reprochó Anthon en tono conciliador.
—Quizá tengas razón, pero creo que fue lo mejor. Ella, al igual que ustedes y sobre todo Graham, deben saber la verdad… Ya es tiempo de que se sepa todo —respondió Lysandra, cruzando las manos sobre su pecho.
—¿Qué verdad? —interrogó Astrid, viendo a los ojos con temor a la respuesta que Lysandra fuera a darles.
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Editado: 16.11.2025