Ángel Gabriel

Treinta y siete

Una semana después llevaron a Gabriel a casa. Por primera vez, estaban todos reunidos en el apartamento de ella. Todos se sentían tranquilos, se podría decir que las cosas lentamente estaban tomando su cauce, pero Gabriel estaba intranquila. No sabía en qué momento Ángel haría acto de aparición y lo que pasaría si los encontraba.

Pero ella estaba segura de que lo había matado, pese a esta certeza estaba demasiado preocupada, no sabía qué pasaría cuando Ángel se presentara allí si es que no había acabado con él. Se encontraba sentada en la sala, con un vaso de agua en las manos, envuelta en una frazada y la mirada perdida.

Pensaba en todos los acontecimientos de su vida, en esas pesadillas, en los secretos de su abuela, en la forma en que sus padres llegaron a ella, en cómo Ángel había cambiado una vez que decidió seguirlo. Se dio cuenta de que su vida siempre estuvo al borde de la locura, que siempre fue como vivir con un pie en la realidad y el otro en el abismo.

Pero sentía que algo o alguien la estaba empujando, sentía que su vida tenía menos sentido ahora. Si estaba loca, ¿por qué no le pasaron estas cosas cuando vivía con sus hermanas? O era simplemente que alguien trataba de que diera ese paso hacia el precipicio; quizá eso era, alguien estaba empujándola.

Joachim, Lysandra y Anthon estaban hablando en la cocina; estaban allí desde que trajeron a Gabriel.

—En el hospital nos sugirieron la posibilidad de internarla —recordó Lysandra—. Pero dudo que esto tenga que ver con que tenga problemas mentales.
—Ella no está bien, está muy alterada, Joachim, y… creo que tiene muchas alucinaciones —Había preocupación en la voz de Anthon.
—También yo creo que debemos internarla en un hospital psiquiátrico —opinó Joachim con un nudo en la garganta—. Al menos así tendrá una oportunidad.
—¡No, si lo hacemos, ellos habrán ganado una vez más! —reprochó Lysandra furiosa en un grito ahogado—. No se han puesto a pensar que esto lo podrían estar causando ellos, después de todo Ángel aún es un Tormenta.
—Eso lo sabemos, Lysandra, pero si no actuamos y la ayudamos, terminará haciéndonos daño o haciéndose daño a sí misma —le explicó Anthon en tono conciliador—. Además, Ángel siempre ha demostrado de qué lado está.
—Debe haber otra forma —Ella se negaba a creer que su hija estaba dañada mentalmente, estaba segura de que era algo más.

Salió de la cocina sintiéndose furiosa. Vio a Gabriel sentada en la sala con Yarot, Maevel y Astrid, quienes estaban platicando muy animadamente. De pronto, Gabriel se quedó observando hacia la puerta de su habitación. Por el rostro, Lysandra pudo adivinar que estaba teniendo otra alucinación. Se volvió a ver la puerta y no había nada. Gabriel se puso muy alterada, definitivamente estaba viendo algo.

—¡Estás muerto! —gritaba ella, atrayendo la atención de todos.
—Gabriel, cálmate —le pidió Maevel, poniéndose de pie con ella y tomándola del brazo, pero su hermana ya no entendía de razones.

Secretamente, sus hermanas siempre pensaron que llegaría este día, en que ella perdería la razón y nada podrían hacer para ayudarla. Y todo lo que había pasado en ese tiempo fue lo que terminó de empujarla por el borde. Ellas la amaban, por esa razón nunca habían pensado en la posibilidad de que todo lo que había pasado desde aquellos sueños en su infancia, los moretones y golpes inexplicables, fueran causados por su mente inestable.

—Vete, Ángel, tú estás muerto —gritó, aventando la mano de Maevel y comenzando a caminar hasta la puerta de su habitación—. ¡Estás muerto!
—¿No ves que estoy aquí? —le respondió la alucinación de Ángel.
—Yo… Yo… te maté —Murmuraba con la confusión en su rostro. Gabriel se llevó una mano al pecho y con la otra señalaba hacia la puerta.

Lysandra se asomó por la puerta de la cocina, con la duda en su cabeza.

—Joachim, tienes que salir —le informó a su esposo.

Anthon y Joachim salieron tras ella. Gabriel estaba aún peor; todos estaban helados observándola. Cansada de esperar y con la certeza de que algo andaba jodidamente mal, cerró sus ojos para calmar sus latidos. Evocó todo el poder de su ascendencia; si los Tormenta Negra estaban haciendo algo contra ella, entonces un Espada Rota sería capaz de verlo.

En ese momento se escuchó el timbre, eso regresó a Gabriel a la realidad. Se quedó allí de pie preguntándose cómo es que había llegado hasta allí. Se volvió hacia la puerta, su respiración era agitada, y entre la mirada de todos comenzó a avanzar.

—Gabriel, espera —le pidió Maevel, colocándose frente a ella. Esta impelente la esquivó y siguió su curso. Tal parecía que para ella no habría nadie en su habitación. Abrió la puerta y su corazón dejó de latir.
—¡Hola, amor! —le saludó Robert desde el otro lado del umbral, con una cínica sonrisa en el rostro.
—¿Qué intentas, Ángel? ¿Volverme loca?

En un estado demente regresó a la sala, sentándose en el sillón con la cabeza entre sus manos. Robert entró a la casa, cerrando la puerta tras de sí.

—¿Por qué demonios están todos aquí?
—Visitando a la enferma —le respondió Anthon con severidad, comenzando a tener sus propias dudas.
—Ya veo, una reunión familiar, pero… ¿dónde está Graham? —interrogó Robert con sarcasmo—. Oh, vaya, si aquí está la mamá y el papá… Qué sorpresa.

En su rostro había una macabra sonrisa.

—Tú no debes estar aquí —sentenció Joachim, molesto por su actitud, se paró frente a él.
—¿No? Este es mi lugar, siempre. Donde esté ella, porque Gabriel me pertenece —le respondió Robert entre dientes.

Lysandra abrió los ojos y se topó con el velo oscuro que los Tormenta llamaban “Velum Insanire”. De haber sido una Espada menos experimentada, se habría alterado y no sabría qué hacer. Mentalmente, evocó la imagen de su espada y con el movimiento grácil de un esgrimista rasgó el velo. Entonces vio la escena con claridad: Gabriel estaba rodeada por hilos que parecían garras.




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