La vida del resto de la familia no volvió a ser la misma. ¿Cómo podría serlo? Después de perder de una forma extraña a su hermana, después de la muerte de Lysandra y Joachim, a quienes les habían tomado aprecio. El golpe más fuerte fue el que dio el alto consejo del Clan de los Espada Rota: decidió que la casa Leclerc sería desmantelada, sus miembros repartidos por el mundo, de modo que la siguiente generación no se volviera a encontrar.
Anthon y Maevel tomaron la decisión de casarse y formar una familia, lejos del caos y del alto consejo. Se mudaron a Italia, donde compraron una pequeña granja. Yarot terminó la universidad y daba clases de maestro en una secundaria privada. Astrid se retiró de todos, vivía en su casa como una ermitaña.
Joachim había desaparecido sin dejar rastro, antes de la decisión del alto consejo, ni siquiera ellos sabían dónde estaba. Había sido increíble la forma en que una de las familias más poderosas y más perseguidas por los Tormenta Negra había desaparecido de la noche a la mañana.
Ahora Ángel estaba libre, con él había doce Espadas más. Después de sacarlos de los calabozos habían logrado avanzar hasta un piso debajo de la que había sido su oficina. Algunos estaban enfermos, estaban débiles y cansados. Pero tenía un plan, el problema es que a muchos de ellos los habían dado por muertos hacía generaciones.
—Bien, debemos subir, quizá nos esperen arriba… Solo confíen en mí —pidió Ángel con cautela viendo al grupo.
—¿Por qué habríamos de confiar en ti? —interrogó un hombre joven, que por los años pasados en cautiverio y la alimentación se veía viejo.
Tenía razón en temer, quizá este era uno de los muchos Espada que él mismo puso aquí o que ayudó a torturar por diversión o por información.
—¿Quién asegura que nos sacarás de aquí? —interrogó un anciano con la voz ronca.
—Él es bueno, siempre lo ha sido. Pero con él… lo obligaron a dejar nuestro camino, lo obligaron a elegir —explicó una vieja sentada en el rincón sobre unas cajas, atrayendo la atención de todos, su comentario les hizo saber que ella lo conocía.
—¿Quién es usted? —interrogó Ángel acercándose a ella.
—Mi señor, ¿Qué ya no me recuerda? —dijo la anciana con un intento de sonrisa en el rostro.
Ángel exprimió su cerebro, no conocía a ninguna anciana, pero ella habló de una elección. Entonces, cuando la conoció, había sido joven, la habían encerrado aquí hace mucho tiempo. Quizá sería su cuarta o quinta vida.
—¿Carmen? —interrogó confuso hincándose frente a ella.
—Sí, mi señor, soy yo… Ya algo vieja y maltratada, pero yo —respondió Carmen con su voz algo cansada y una mueca que intentaba ser una sonrisa.
—¿Desde cuándo estás aquí? —interrogó Ángel con dulzura en su voz, tomando las manos de la anciana entre las suyas. Carmen esbozó una sonrisa.
—Es muy largo de contar —respondió ella casi en un susurro.
—Bueno, no voy a ningún lado por el momento —le dijo animándola para que continuara hablando.
Ella suspiró, ordenó uno a uno sus pensamientos. Había vivido en la oscuridad demasiado tiempo, solo tenía los recuerdos de sus días junto a la familia Leclerc.
—Cuando Gabriel y usted murieron, los enterramos juntos. Un día después vi a Lysandra platicando con el señor Paul. Ella le entregó algo… No estoy segura de qué o si fue algo sin importancia, así que decidí seguir al señor Paul y… Llegué a este lugar. Se presentó con alguien muy familiar para mí… alguien de mi pasado —explicó pensando en Ty—. Le dio la noticia y esta persona lo maldijo, le dijo que no sabía hacer su trabajo. Que de qué había servido el hechizo que le dio para Lysandra, si Gabriel había muerto y no podrían traer a Joachim de regreso. Que ese error le costaría caro. Lo mató en el lugar, y cuando traté de salir me descubrieron. Escuché muchas cosas, al final solo el mismo silencio que escuchamos todos.
—¿Quién era la persona que fue familiar? —interrogó Ángel con calma, ella pensó que ese detalle lo dejaría ir.
—La madre del mismísimo señor Ty —respondió Carmen guardando silencio—. Isabela —dijo unos minutos después.
De pronto muchas de las dudas que Ángel tenía se habían aclarado: el día de que el primer entrenamiento se dio cuenta de que ella era la que había intervenido, el acoso de Lysandra hacia él, el pacto que él y Gabriel habían hecho. Todo parecía haber sido coincidencia, sin embargo, ahora sabía que todo era parte del mismo plan. Isabel se había colado en las filas de la servidumbre de los Leclerc, no era una Tormenta Negra y no era una Espada, pero conocía de ambos, se ganó la confianza de todos y jodió la vida de todos.
—¿Dónde está ella? —interrogó Ángel unos minutos después.
—Muerta… La mató su propio hijo —respondió Carmen—. Bal le prometió a su hijo que no permitiría que ella regresara, ya no la necesitaban, de modo que su alma se perdería en el limbo. Esto fue hace casi veinte años.
—¿Qué más escuchaste, Carmen? —interrogó viéndola a los ojos.
—Mi señor, es algo tan terrible. Eso solo puedo decírselo a Joachim y… Gabriel, mi niña también debe saberlo —respondió Carmen llevándose una mano a la boca.
—Ya se los dirás —respondió Ángel con una sonrisa, sintió una nueva fuerza que despertaba en él—. Debo sacarlos de aquí —pensó y se levantó, caminando hasta Graham—. Si nos quedamos más tiempo, moriremos todos.
Graham entendió qué era lo que harían. Días después los estaban buscando. Afortunadamente Ángel conocía cada rincón de esa casa, y tenía muchos lugares que Ty nunca compartió.
—En cuanto regresemos por la oficina, tendremos que llegar hasta el recibidor. En la entrada los estaremos esperando en una camioneta, tendrán que hacerlo lo más rápido posible. No podemos permitirnos dejar a nadie atrás, los que se sientan mejor ayudarán a los ancianos —explicó Ángel casi en silencio. Todos asintieron con la cabeza—. Violet, tú te encargarás de aquella mujer, no debe pasarle nada —le ordenó señalando a Carmen.
—Como digas, Ángel —respondió con tranquilidad.
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amor, tiempo y vida, traición cicatrices y triángulo amoroso
Editado: 16.11.2025