El primer hijo estaba sentado frente al espejo, en el tocador de la recámara de la mujer o mujeres con las que había yacido la noche anterior. Se encontraba totalmente desnudo, no es que él tuviera problema con ello. En ocasiones se fastidiaba de ser quien era y el peso que debía llevar en sus hombros; su padre había transferido a él todo aquello que su abuelo le había otorgado. Toda esa bondad inútil, todo lo que estorbaba a un ser oscuro.
Retorcidamente, disfrutaba lo mismo corrompiendo un alma que desgarrándola con sus propias manos. No tenía remordimiento, y menos mal, porque había hecho muchas cosas terribles. Sobre todo, el tener a esa mujer, ella había sido su paraíso y su infierno. En una distracción causada por su parte, dos de sus hermanos la cazaron y la hicieron entregar a su hijo a quien sabe quién.
De modo que se vio obligado a buscarla y buscar a su hijo; ella fue llevada a la muerte. Quiso detener su alma a su lado y las cosas no salieron bien, la perdió para siempre y su hijo terminó siendo un Espada. Podría ir por él y traerlo, simplemente forzarlo. Pero entonces no recuperaría lo único que le quedaba de ella, además estaba su nieta. Ella tenía el mismo rostro que su mujer, así que también la quería a su lado.
—¿Por qué no vuelves a la cama, Arturo?
Volvió a ver a la voluptuosa española sobre el hombro.
—Estoy agotado.
—¡Oh, vamos! Aprovechemos que mi amiga aún duerme.
—Entonces ven tú a buscar lo que quieres.
—¡Eres malo!
—No tienes ni idea.
Un par de horas después fue interrumpido por una serie de golpes en la puerta, una de las mujeres fue a abrir, encontrándose con un moreno descomunal de ojos increíblemente violetas.
—¿Vienes a unírtenos? —le preguntó lascivamente la mujer.
—No, vine a ver a Arturo.
La mujer molesta, abrazándose a sí misma para cubrir sus pechos, abrió la puerta. Su amiga estaba a horcajadas sobre “Arturo”.
—Si no vas a participar, ¿qué te trajo aquí, Malaquías? —le interrogó deteniendo los movimientos de la mujer.
—Encontramos dónde tenían a tu nieta.
Sin aviso, lanzó a la mujer de la cama y se puso de pie.
—¿Dijiste tenían?
—Ty y sus perros la internaron en un psiquiátrico, pero perdieron el control de ese hace un año o más. ¿Quieres que te diga quién tiene el control?
—El Alto Consejo.
—Sí, pusieron a un normal a dirigirlo, ella escapó hace seis meses.
—¿Seis meses? Y ¿apenas la localizaste? ¿No pudiste acudir a Cerbero?
—El perro ese no se aparta de tu padre… Movieron su rastro por varios países, pero fue hasta hace poco que su rastro no se movió. Supongo que tuvo que ver con la muerte de Alexander.
—¿Dónde está?
—Regresó a la casa familiar.
—Bien, me aseguraré que esté bien. Le encuentro un rasguño y te cortaré esas pelotas con mis garras. ¿Queda claro?
—Sí, mi señor.
Las mujeres estaban sentadas en la cama, expectantes de la conversación. El primer hijo comenzó a vestirse, lo más rápido que sus manos le permitían.
—¿Te vas?
—¿Pensaban que me quedaría para siempre?
—No, pero…
—¿Quieres que me encargue? —interrogó Malaquías.
—No, no lo valen.
Ambos hombres salieron del lugar dejando a las mujeres sumamente enfadadas y confundidas. Pero no es que eso le molestara en lo más mínimo. Subió a su Alfa Romeo Spider del año, en color gris perla. Malaquías se paró del lado del copiloto; de mala gana el primer hijo bajó la ventanilla.
—¿Qué?
—En la casa hay muchos Espada, viejos Espada… De los que estaban en los calabozos rojos.
—Tendré precaución.
Sin más, subió la ventanilla y puso el deportivo en marcha. Decidió primero ir a casa a quitarse la peste de las mujeres. Para llegar a su casa tenía que pasar por dos puertas de seguridad y un largo trecho de bosque. Justo frente a la casa había una fuente de mármol que él mismo talló, era una mujer acunando un bebé. Esa fue la forma de rendir tributo a su mujer e hijo perdidos.
Dentro de la casa había fotografías, pinturas, todos ellos de sus hijos, pero sobre todo de Joachim y Gabriel. Después de ducharse, se vistió como de costumbre con un traje Aldo Conti para esta ocasión, de color azul marino con finas líneas grises. Mientras peinaba su cabello pensaba en que algún día, de algún modo, recuperaría a su mujer. Él, a diferencia de sus hermanos, no quería el lugar de su padre.
Quizá de todos era el único que tenía el poder para derrocarlo, pero ese no era el problema; el problema era tener el poder de someter a toda la legión oscura: a cada ser anómalo, a cada demonio, a cada hijo. Esa clase de poder solo lo tenía su padre. De modo que prefería crecer en poder y seguir siendo su favorito; de ese modo, indirectamente, tenía más fuerza que los demás hermanos.
Gabriel salió de casa casi al mediodía; se acercaba la fecha de cumpleaños de Astrid y quería hacerle un regalo especial. Aunque lamentaba el hecho de que su hermana Maevel no estaría, ya habían estado separadas por más de diez años. Desde la intervención de Robert haciéndose pasar por Ángel, les había robado demasiado.
Le había gustado la idea de Yarot de retomar los entrenamientos, ahora que ella recordaba todo. En ocasiones eso le molestaba, que el Alto Consejo decidiera quitarle su memoria. Como si con ello le estuviera haciendo un favor, el tener amnesia no evitaba que los Tormenta Negra vinieran por ella.
Esa mañana había tenido una discusión muy fuerte con Ángel, él quería contactar al Alto Consejo y llegar a una especie de acuerdo para que restituyeran a su familia. El problema era que necesitaban la ayuda de Joachim, él era la cabeza de la familia y, al aún estar vivo, Gabriel no podía ocupar ese lugar.
Ni siquiera Graham como único heredero de Lysandra podía asumir el liderazgo de la familia; burocracia pura, Graham no era hijo “legítimo” de una pareja, era simplemente un bastardo. Pero en algo tenía razón, debían contactar al Alto Consejo, la duda era si debían decirle del diario de su madre y que este había sido escrito en uno marcado con las rúbricas del primer hijo.
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Editado: 16.11.2025