Ángel Gabriel

Cuarenta y cuatro

Ángel Benedict estaba en la cocina con Carmen, ambos se habían levantado antes que todos. Ese sería el día decisivo, era sábado. En un par de horas enviarían un transporte a recogerlos. Si bien no sabían si recibirían a Ángel y a Violet, estaban dispuestos a arriesgarse. Había muchos atenuantes para que les recibieran o de que les ayudaran en esta cruzada. Pero de lo que sí estaban seguros era de que si no lo intentaban de una o de otra forma estarían perdidos.

—¿Por qué aún quieres servirnos a nosotros? —interrogó Ángel con ternura viendo a la mujer.
—Quiero asegurarme de que no van a salir lastimados, de que permanecerán juntos antes de que me llamen a descansar —explicó la anciana—. Además, si no lo hago, morirían de hambre o algo así… ya es tiempo de que tengan un final diferente y quiero verlo —concluyó con la voz ahogada.
—Carmen, las cosas fueron y son cómo debieron ser… y temo que serán como deban —corrigió Ángel acercándose a ella para abrazarla.
—Ahora que sabemos por qué persiguen a los Leclerc, me pregunto ¿cuál es tu historia?

Carmen se limpió las lágrimas de los ojos con un pañuelo, dejando a un muy pensativo Ángel.

—No lo sé, siempre viví en una granja vecina a la casa de la familia de Paul. Él era el niño rico con futuro, yo… mi padre murió de tifoidea, mi madre… ella me abandonó en la granja. Paul y su familia me acogieron, crecí como uno de ellos. Conocí de cerca a los miembros del Clan, pero nunca pensé ser un Espada hasta que la conocí a ella.
—¿Crees que Paul planeó todo por anticipado?
—No, sé que él era de corazón noble. Era una persona digna de llamar amigo, de llamar hermano. Creo que el hecho de perder a Gabriel lo corrompió.
—Nunca me pareció que ese hombre estuviera enamorado de mi niña.
—Lo estaba, deberías haber visto cómo se iluminaban sus ojos cuando hablaba de ella.

Ángel guardó silencio, recordando el momento en que Paul se enteró de que sería él quien desposaría a Gabriel, de que era él quien le había robado el corazón de ella. Vio en los ojos de su amigo cómo se desgarraba su corazón, cómo su alma se iba perdiendo y también supo que nada podría hacer por él.

—¿Qué habrá sido del señor Paul?
—No lo sé bien, después de nuestra ruptura no le volví a ver. De hecho, nunca le he vuelto a ver, es difícil saber si ha regresado.
—De haberlo hecho ¿qué crees que busque?
—Poder —respondió Ángel confuso tratando de entender lo que pudo haberle ocurrido a Paul.

Cocinaron un rato en silencio esperando a los demás miembros de la casa.

—Estaba pensando en algo, quizá para que puedas recuperar… el poder se requiere fuerza y apoyo, aún para los del otro lado. En tu caso y el de la señorita Violet, se requiere que la familia completa regresara.
—Podrías tener razón —respondió, pensando un poco las cosas.
—Lo bueno es que ya dejarás atrás todo aquello —le recordó Carmen dándole una palmadita en el hombro.
—Sí, Carmen, haré todo porque así sea.

Prepararon el desayuno suficiente para todos los miembros de la casa, incluso los espadas que rescataron y que pretendían formar parte de la casa Leclerc llegado su momento.

—¿No piensas ir a tu departamento, mi niño? —interrogó Carmen colocando los platos en la mesa.
—No lo había pensado, aún tengo cosas importantes allí… quizá en unos días más… quizá ya no los necesite.
—¿No necesitarás qué? —le interrogó Gabriel entrando al comedor.
—Mis viejas pertenencias.
—¿Crees que esos vejestorios sigan allí?
—Mujer, ¿cómo osas llamar a mis pertenencias vejestorios?

Ángel se acercó para besar a Gabriel, ambos reían, para Carmen fue como volver siglos atrás. Todo era distinto, pero para ella ese momento fue como si el tiempo no hubiera avanzado.

—Dejen de derramar miel sobre la deliciosa comida que preparó Carmen —se burló Maevel acercándose al comedor.
—También es mi comida, por lo que puedo derramar lo que sea en ella.
—¡Yuck! Qué desagradable, Ángel.
—Ok, yo ayudé a prepararla.
—Entonces no la coman, podría estar envenenada —opinó Violet tomando asiento.
—¡Niños, niños! Dejen de pelear.

Después de la dulce reprimenda de Carmen, todo el mundo rio, se sentaron a la mesa como lo que eran, una familia.

Estaba el grupo de los ocho sentados aún en el comedor, eran los últimos que quedaban, pero ya no comían, ni bebían, simplemente estaban allí sentados. Esperando, el reloj parecía no avanzar. Pero la verdad era que estaban preocupados, estaban temerosos de lo que estaban por hacer. Incluso en el momento en que llegaran podrían ser culpados de traición y ejecutados, sin derecho a defenderse.

Todos sabían esto, todos temían que ese fuera su futuro. El timbre de la casa sacó a todos de sus extraños pensamientos, Yarot y Anthon se pusieron de pie. Ellos serían los que hablarían con los enviados del Clan, primero.

—Buen día, nos enviaron a recoger a la familia Leclerc —les saludó una mujer que más que tener apariencia del Clan parecía vendedora de cosméticos.

Al ver a los jóvenes ataviados en los viejos uniformes del Clan Espada Rota, la mujer volvió la vista a su compañero, él también se había percatado de esto.

—Buen día, necesitamos que hablen con la hija de nuestro líder —les respondió Yarot.
—De acuerdo.

Ambos siguieron a los hermanos a través del jardín y a la casa, los guiaron a la biblioteca donde se encontraban solo los Espada.

—Bienvenidos sean a la morada Leclerc —saludó Gabriel poniéndose de pie detrás del escritorio.
—Gracias por recibirnos, señorita Leclerc, nos enviaron a recogerlos y llevarlos a la sede del Clan.
—Perfecto, pero tenemos un problema.
—¿Cuál problema? —interrogó el hombre, quien no había hablado hasta ahora.
—Con nosotros viajarán dos Tormenta exiliados, ellos quieren abogar por su alma ante el Alto Consejo.

La pareja pareció meditar la implicación de llevar a la sede del Consejo a dos Tormenta.




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