Se sentía como muerto en vida, sabía que en algún punto en el futuro él mismo moriría, solo para volver y estar junto a su esposa. Pero ese tiempo aún no era hoy, había cometido tantos errores, pero el primero de ellos era no haberse perdonado por lo que pasó. Perdonar a su esposa y no a su hija, y ahora las había perdido a ambas. Lo último que supo era que su hija acabaría sus días en ese psiquiátrico.
Él era la cabeza de la familia y había permitido que les quitaran a su corazón y a su alma, quizá era momento de rendirse… de entregarse a su padre. Después de todo, solo quedaba él. Levantó el tarro de cristal, y tragó el líquido amarillo de su sexta o décima cerveza. Quizá era la cerveza un millón, hacía meses que había perdido la cuenta. Obviamente no le importaban las protestas de su hígado. Que se joda el muy cabrón.
—Deberías ir a casa —le sugirió Estela, la cantinera del lugar en turno.
—Nadie me espera, estoy más acompañado aquí solo.
—No estás solo —le dijo un hombre recargándose en la barra a su lado.
Joachim volvió su mirada a verlo.
—¿No deberías estar haciéndola de tapete lameculos para el puto Consejo?
—El Alto Consejo me envió a buscarte después de la muerte de Lysandra, he recorrido casi el mundo entero.
—Pues no he salido de este jodido paso, jódete Dimitru.
—Deja de ser un cobarde, Joachim, no solo tú la perdiste.
Joachim trató de golpear a su amigo, pero falló miserablemente y terminó de bruces en el suelo. Dimitru lo levantó y lo sentó de nuevo recargando su cabeza en la barra, dejándolo allí.
—Ojalá existieran más personas como tú —le dijo Estela admirando la paciencia con la que trataba al borracho de su amigo.
—Existimos, pero la gente prefiere a los bastardos que les tratan mal.
—Sí, algunas personas somos un tanto estúpidas.
—En ti está dejar de serlo —le respondió Dimitru tomando a Joachim por el brazo para cargarlo como un costal—. Decide bien, Estela, hazlo con la cabeza porque el corazón es medio ciego… bien, amigo, es hora de corregir tu camino.
Salió del bar dejando a una pensativa cantinera, y se dirigió a su todoterreno. Puso a su amigo en el suelo, este se despertó y trató de pelear de nuevo, pero con una llave de judo lo sometió con facilidad y lo sentó en el asiento del copiloto. Subió al asiento del piloto y puso el auto en marcha, había encontrado a su amigo y por suerte antes que los Tormenta.
—No puedo ir a casa… ella… —Tranquilo, amigo, iremos a mi departamento. Mañana le salvarás el culo a tu familia… ellos te necesitan, el Alto Consejo no está muy contento.
El amanecer, el sol y el ruido del despertador, fueron como el apocalipsis en su cabeza. Tenía meses, quizá años de no despertar de ese modo, siempre estaba lo suficiente borracho para no sentir. Pero ese día podía sentirlo todo, absolutamente todo. Se dio cuenta que en el buró de noche había un par de aspirinas y un vaso de agua, los tomó sin preguntar.
Se dio una ducha y salió a la sala, el departamento de Dimitru era pequeño. Era una pena que no viviera con su familia, pero hacía apenas unos años que se había separado de ellos. Su novia no quería comprometerse, aunado a que ella no pertenecía a un Clan.
—Buen día, cielo ¿Cómo amaneciste?
—Idiota.
—¿Aún te duele tu cabeza, corazón?
—Sí… ¿Quieres apagar esa voz de la amada esposa?
—No, cariño, tengo que ponerte al tanto.
—¿De qué hablas, Dim?
—¿Dim? ¡Qué sorpresa! En siglos no me llamas así… en fin. Hace tres días tu hija Gabriel, y la panda de mocosos que adoptaste, Graham, Yarot, Meredit, etc. fueron citados a la sede del Clan.
—¿Gabriel? Ella está…
—Escapó del hospital hace más de un año, y no solo eso. Ángel, no sé cómo, regresó con Graham, de no sé dónde y un puñado de Espadas y personas que creíamos perdidos.
—¿Qué?
—¡Exacto! Tu casa es un caos, nadie entiende lo que ocurre, la cabeza de la casa perdida y… los Altos Consejeros Gabriel y Arleth, los citaron el sábado, hoy es lunes. No hay pista de ellos, y no hay resolución aún sobre tu casa.
—¡Mierda!
—Sí, mucha y toda sobre tu familia, así que desayuna porque tienes que ir a salvar sus traseros.
Dimitru le dio exactamente la información que tenía, que era poca, puesto que él se la pasó buscándolo y hubo muchos detalles que no supo. Para cuando salieron del departamento de Dimitru, Joachim ya se sentía más humano. Tenía mil dudas acerca de los acontecimientos que habían envuelto a su familia, pero sobre todo una.
—Ella, mi hija, no mató a su mamá.
—No, fue Robert.
—¿Cómo lo sabes con tanta certeza?
—Tuve que infiltrar a Reckon en el hospital, que resultó estar bajo control de los Tormenta. Él hizo limpieza comenzando por el director, después de ello conseguir los recuerdos de tu hija fue pan comido para Reck.
—¿Quitaste la restricción del Consejo sobre ella?
—Obvio sí, y dejé que ella despertara. Pero el resto de lo que pasó, de lo poco que sé, lo hizo ella sola.
Joachim tenía mucho que pensar, había obedecido al Alto Consejo ciegamente en relación con él y a su hija. ¿Por qué? Su madre lo había abandonado, y hasta ahora sabía él por qué. Pero ahora tenía la sospecha que las decisiones que el Alto Consejo estaba tomando, lo hacían influenciados por alguien más.
Entendía las buenas intenciones de “esta persona” pero, no iba a justificarlas, cuando le habían causado daños a cada miembro de su familia. Dimitru condujo su todoterreno por un par de horas, en completo silencio. Tenía que dejar que su amigo se despejara, que volviera a ser él.
Ellos se habían conocido siglos atrás, Joachim le había salvado de un par de Tormentas. Pero, en ese entonces él desconocía la existencia de los Clanes y de todo ese mundo. Sin embargo, le juró lealtad y amistad, y desde entonces no se habían separado. Dimitru llevó el auto al estacionamiento subterráneo, ambos se apearon y se dirigieron al elevador.
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Editado: 16.11.2025