Ángel Gabriel

Cuarenta y seis

Un par de días después, el grupo era "huésped" del Alto Consejo, alojados en las mismas instalaciones de la sede con el propósito de reorganizarse y proyectar acciones para recuperar el alma de Ángel y Violet. Recuperar el alma de un Espada o un Tormenta nunca era tarea fácil; no era algo tan simple como proponerse perder diez kilos en una mañana.

Esto implicaba mucho más: infiltrarse en territorio enemigo sin ser descubierto, robar un cristal y llevarlo a su destino. Pero la tarea era mucho más fácil de decir que de planear, e incluso más fácil de planear que de lograr. Muchos altos consejeros estaban molestos por lo que estaba ocurriendo; algunos incluso criticaban el atrevimiento del Alto Consejero Gabriel al cambiarlos de lugar.

Sin embargo, esto se debía a que ellos desconocían la verdadera procedencia de Gabriel, o preferían ignorarla para no darle el poder que le correspondía por derecho propio.

—¿Estás diciéndome que Astarot se presentó como si nada? —Sí, simplemente entró y se sentó junto a mí. —Él... pudo habérsela llevado. Simplemente tomarla y llevársela —reprochó Zareth, sorprendida.

Estaban reunidos en una pequeña biblioteca: el Consejero Gabriel, las gemelas, Ángel, Gabriel (la nieta) y Joachim.

—Solo me contó su historia, me habló de mi familia. Y... me entregó esto —Gabriel extrajo la joya antigua que el Primer Hijo le había dado. —¿Qué es eso? —interrogó Joachim. —Es una llave y un mapa que nos indica con exactitud la red de túneles que llevan a... a la sala de las almas —explicó Ángel. —¿Qué pretende? —interrogó Zareth, sin dirigirse a nadie en particular—. ¿Cuál es su juego?

Nadie parecía tener la respuesta.

—Creo que pretende recuperarte a través de nosotros. No sé cómo, pero estoy seguro de que ese es su plan —le respondió Joachim. —No... yo. Él no... —Puede que sí, y lo hará. Para él, sigues siendo su todo. La forma en la que habla de ti... si fuera una persona normal, diría que se le iluminan los ojos cuando piensa en ti —le corrigió Gabriel (la nieta).

Se quedaron en silencio por un largo tiempo, pero no podían permitirse el lujo de la inacción.

—Quizá esta sea una trampa —opinó minutos después el Alto Consejero Gabriel. —Quizá —estuvieron de acuerdo Gabriel y Ángel. —Pero, ¿qué otra opción tenemos? —No muchas, en realidad. —¿Confiarás en la información dada por él? —Temo que sí, Arleth. En esta ocasión, confiaré en los sentimientos de mi hermano por tu hermana. —El plan no será simple —sentenció Joachim—. Pero si es ejecutado milimétricamente, podremos lograrlo. —Sobre todo, rogándole a mi padre que esto no nos joda a niveles superiores —concluyó el Alto Consejero Gabriel.

Después de la reunión, Zareth les pidió a Gabriel, Joachim y al Alto Consejero Gabriel que se quedaran en la biblioteca.

—Él no puede saber que estoy con vida —les informó Zareth una vez que la puerta se cerró. —No lo sabrá —le prometió Joachim—. Seguirás tan muerta como lo has estado todos estos siglos. —Eso no es justo. —No, madre, no lo es. Pero mi padre nunca dejará de buscarte, nunca dejará de cazarnos. Para él, representamos poder; para ellos no hay más.

Dicho esto, se retiraron. Ángel y Gabriel estaban en su habitación, sin muchas ganas de cenar.

—Mañana será la última reunión con el Alto Consejo. Temo que, si deciden no ayudar, el Primer Hijo nos tendrá en sus garras. —Por esa razón debemos tener un plan alternativo. —Pero eso sería traicionar... —¿Ellos no los traicionaron a ustedes? —la interrumpió él, algo serio. —No lo sé. —¿Confías en mí? —Sí. —Entonces tendremos dos opciones. —Bien, como tú creas conveniente.

El plan era muy sencillo al principio: el grupo designado tendría que infiltrarse en la Casa Roja en parejas. Había un método para entrar como un Tormenta Negra sin ser detectados, pero el efecto duraría poco tiempo. Una vez dentro, Ángel y Gabriel (la nieta) tendrían que llegar hasta las puertas del Salón de las Almas. Para ese momento, Violet y Graham ya habrían conseguido las llaves de la primera entrada.

Yarot y Astrid se encargarían de desactivar la mayor cantidad de trampas posibles. Antón y Maevel serían el equipo de vigilancia y se encargarían de la huida una vez logrado su objetivo. El pasillo principal de la gran red del Salón de las Almas no era un problema; el problema era localizar los cristales correctos. Una vez hecho esto, solo aquellos con la línea de descendencia de los nueve hijos podrían tomarlos.

Es decir, Gabriel (la nieta), por tener "sangre real," podría tomarlos. Hasta aquí, habían cumplido la parte fácil. Sin embargo, en el momento en que salieran de esa zona con los cristales, se activaría la alarma especial conectada a todos y cada uno de esos cristales. Se suponía que ningún cristal debía salir de allí, y solo Ty conocía la clave para sacarlo sin que eso ocurriera.

Una vez que regresaran a la primera entrada, debían librar los obstáculos o a los Tormenta para poder alcanzar la planta baja. Solo llegar al recibidor sería una tarea casi titánica, y ellos solo serían ocho. Si bien irían armados hasta los dientes y contarían con el apoyo de los Espada Rota, una vez fuera. Dentro de la Casa, serían superados al menos tres a uno. Si lograban salir de la casa, el siguiente problema sería el jardín; para ello llevaban granadas y explosivos. Solo esperaban no tener sutileza, pues habría más en riesgo.

Esa mañana se levantaron de madrugada, con los nervios a flor de piel. Pero si esto resultaba, podrían librarse por un tiempo del Clan de los Tormenta Negra. El tiempo de espera en la sede del Alto Consejo les había servido para descansar, aunque no había sido suficiente. Aun así, estaban confiados en que lo lograrían. Usaron uniformes de los Tormenta que alguna vez habían sido capturados y ejecutados dentro de la sede.

De las armas que llevaban, solo la espada no pertenecía a los Tormenta; estas espadas eran otorgadas de manera personal, de modo que intentar controlar la de alguien más era un desastre. Se reunieron en el recibidor. Si todo salía bien, podrían recuperar sus vidas, aunque no los años perdidos.




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