Ángel Gabriel

Cuarenta y ocho

Un grupo de once personas corrió escaleras arriba a la oficina central, donde encontraron a los cuatro inconscientes. En la casa no había rastro alguno de Tormenta; este había sido el ataque más devastador de los Espada a sus enemigos. Pero sabían que ellos buscarían venganza; una batalla de proporciones épicas se acercaba. Salieron de la Casa Roja justo a tiempo, antes de que las huestes comenzaran a surgir, y lograron eludir la persecución sin éxito.

—¿Cómo llegó toda esta gente allí? —interrogó Violet, sorprendida, sentada en una de las camas de la habitación donde se encontraba el grupo, un hospital dentro de la sede del Clan de los Espada Rota. —Yo los llevé. Todo fue idea de Ángel... un plan b —le dijo Joachim, sentado junto a la cama de su hija.
—Tardaste demasiado —le reclamó Graham.
—Tenía que hacerlo en el momento justo. Antes, nos ganarían en número; después... nos ganarían en número.
—¡Joachim! —protestó Maevel ante la broma.
—Sí, lo sé, pero es la verdad. Solo me alegra que pronto iremos a casa y esta pesadilla...
—Está lejos de terminar —murmuró su hija.

Todos sabían que esa era la verdad. No solo estaba el hecho de que tenían los dos cristales de las almas de Ángel y Violet, sino el hecho de que ahora el Primer Hijo sabía dónde estaba su mujer. Ángel se lo había dicho de manera indirecta cuando la llamó "la consejera." Quizá planearía algún ataque a la sede, así como ellos terminaron con la Casa Roja.

—¿Cómo sabían que funcionaría? ¿Que recuperaríamos los cristales? —interrogó Violet lo que pareció un siglo después.
—Porque hace muchas vidas que nadie lo había intentado —respondió Joachim con una sonrisa—. Creo que los tomamos con la guardia baja.
—Creo que en realidad fue por la ayuda de Astarot.

Todos los pares de ojos dentro de la habitación se centraron en Gabriel, quien estaba como en trance, observando sus manos.

—¿A qué te refieres, Gabriel? —le interrogó Ángel, atrayendo su atención.
—No había Tormentas de élite, él mismo eliminó a su hermano, el Noveno Hijo. Las huestes de los Tormenta no llegaron hasta que salimos. Si nos atacaron, nos hirieron, pero nunca fue nada que no pudiéramos superar... y en esa habitación... él eliminó a los ocho. Por más que me guste pensar en que tuvimos suerte, creo que él nos mantuvo con vida.
—¿Crees que su propósito es recuperar a Zareth?
—Sí, Maevel. Todo lo hace con esa intención... creo que destruiría a ambos Clanes si con ello vuelve a tenerla a su lado.

Tres semanas después, estaban en la misma Van que los trajo a la sede, solo que esta vez se dirigían a casa. Detrás de ellos, otro vehículo donde viajaban las gemelas y el Alto Consejero Gabriel. Esta era la primera ocasión en que Zareth salía del complejo de la sede en muchos años. Pero quería estar con su familia, conocerlos, recuperar de alguna manera el tiempo perdido.

Los primeros días fueron extraños, ver al Alto Consejero divagar por la casa, ayudando en las tareas de la misma o simplemente sentado en algún lugar leyendo un libro. Sin contar la presencia de las altas consejeras, era como tener a la "realeza" en una choza. Pero ellos se veían felices y satisfechos de estar allí.

Esa noche estaban en el comedor, al que tuvieron que añadirle como tres mesas y un montón de sillas para que todos los que habitaban la casa se sentaran. Era la primera cena de toda la familia. La primera vez en años que la casa Leclerc se reunía, aun cuando faltaran varios de sus miembros.

—Tengo algo que decir —dijo Graham, atrayendo la atención de todos—. Esto quizás es una noticia que algunos no logren entender, sin embargo, no me importa... Violet y yo nos iremos juntos a su apartamento —concluyó con una sonrisa y un tono rojo en sus mejillas, tomando la mano de Violet.

Para sorpresa de Graham, todos celebraron ese hecho. Esa noche habría más de un motivo para celebrar.

—Mi reino por tus pensamientos.
—¿Entregaría a tanta gente solo por saber qué pienso, Alto Consejero?
—Quizá. —¿Qué diría su padre de ello?
—Diría que salvé un alma que vale, mi querida Gabriel.

Gabriel había salido de la casa y estaba en el jardín trasero, sentada bajo la sombra de un viejo manzano.

—No puedo dejar de pensar en él, es como si todo lo que hizo solo me confundió... es...
—Es su especialidad, mi hermano sabe cómo envolver a las personas y hacerles creer que él les está ayudando, no solo haciéndolo por sí mismo.
—¿Algún día superaré esto?
—Algún día, pero creo que solo es que no estás acostumbrada a su presencia. Tú nunca has sido una humana normal, has muerto y vuelto a la vida siendo tú misma. Has peleado contra la oscuridad, por aquellas personas que no saben que las rodea. Hasta ahora te has encontrado con la oscuridad hecha persona y esta es envolvente y abrumadora.
—Ni yo lo habría descrito mejor. Tengo una duda.
—¿Cuál?
—¿Qué le vio Zareth? ¿Cómo la enamoró?
—No lo sé, lo que creo es que ella vio la bondad en él.
—O está loca...
—Sí, esa es otra opción.

Ambos rieron por un rato a expensas de Zareth.

—Lo que se avecina será malo ¿Verdad?
—Sí, tenemos que resguardar los cristales de las almas.
—¿Ellos atacarán ese día?
—Es probable, dejaremos la sede casi abandonada para cubrirles las espaldas.
—¿Puedo hacerte otra pregunta?
—Claro.
—¿Por qué Arleth?

El Alto Consejero Gabriel se sonrojó visiblemente.

—Porque es astuta, es inteligente, me hace reír y me hace sentir completo.
—¿Conocías a Ángel?
—Qué cambio tan drástico... Sí.
—¿Lo protegías?
—Sí. —¿Por qué?
—¿Por qué no? Era un chico metiéndose en la boca del lobo, sin saberlo. Como te dije, alguien que no sabía que la oscuridad lo rodeaba.
—Gracias.
—Lo haría mil veces por ti o cualquiera de ellos.

El Alto Consejero Gabriel la dejó sola nuevamente. Un par de minutos después, Ángel se acercó a ella.




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