Ángel Gabriel

Cincuenta

Años 2000.

El ciclo al fin se había completado. Joachim había partido hacía dos años. Ella volvería; ese año comenzaría un ciclo de vida nuevo, libre, como debió ser desde siempre.

Ángel, como le había dicho a la familia, no abandonó la sede del Alto Consejo. Vivió, entrenó y estuvo siempre junto al Alto Consejero Gabriel. Cuando alguien preguntaba el motivo, este simplemente respondía: «Le debo mi vida. ¿Por qué no dedicarme a hacerlo un mejor Espada?».

Desde entonces no era raro ver a Ángel siguiendo los pasos del Alto Consejero Gabriel. Sin embargo, la esencia misma de Ángel era diferente; era como si algo dentro de él hubiera cambiado. Aunque nadie sabía exactamente qué.

En ese momento, se encontraban en la habitación de Ángel. Él estaba frente al espejo, terminando de limpiarse el rostro después de afeitarse.

—Ella lo va a notar. Siempre nota las cosas que cambian.
—Ella apenas regresó, tiene solo unos pocos años de vida. No te acercarás a Gabriel en este momento. Además, para cuando sea el momento, ella también habrá cambiado — le recordó el Alto Consejero Gabriel.

Ángel lo fulminó con la mirada, pero sabía que era mejor no verla hasta que estuviera lista. Ella lo recordaría, sabría todo lo que pasó y se preguntaría por qué se mantenía lejos, qué era lo que había cambiado. Incluso se preguntaría si él había vuelto con los Tormenta Negra. Sin embargo, su entrenamiento aún no terminaba; había demasiado que aprender, mucho en qué pensar.

En ese momento, recordó aquella primera noche después de lo que fuera que el Alto Consejero Gabriel le había hecho. Los ruidos comenzaron a intensificarse, empezando por las voces. Después de las voces, vinieron los pensamientos y, con los pensamientos, las emociones. No había nada que pudiera silenciarlos, nada que pudiera alejarlos de sus oídos o de su cabeza; era como si las voces y los sentimientos del mundo se perdieran dentro de él.

Lo segundo que ocurrió fue su velocidad: era diez veces más veloz que antes y diez veces más fuerte, más certero, más mortal. Los cambios fueron graduales, pero hubo algunos que fueron súbitamente brutales. No le salieron alas ni cuernos, así que supuso que la imagen de aquel Alto Consejero Gabriel con alas solo había sido parte de su imaginación; quizá era así como lo veía de alguna manera.

Con cada nueva habilidad, y con todo lo que cambiaba en su cuerpo, un halo de color azul cielo comenzaba a dibujarse alrededor de su iris. Al principio era tan sutil que parecía el reflejo de una luz, pero ahora era tan marcado e intenso que simplemente parecía que estaba usando lentes de contacto. Su visión se modificó de muchas maneras diferentes; al ver a una persona, podía ver todo: presente, pasado, futuro.

El Alto Consejero le explicó que esto era porque en cada uno de ellos, de los hermanos, se asentaba, reflejaba o aparecía un “don” distinto. Quizá él podía ver esas tres cosas de las personas porque había atravesado todas las épocas, porque había estado en ambos bandos o porque había hecho tanto cosas buenas como cosas malas y cosas terribles. La verdad era que ni siquiera el mismo Consejero sabía el porqué, lo que sí sabía es que Ángel ahora era uno de sus hermanos.

Presentarse a sus otros hermanos fue todo un caos. La mayoría ya sabía lo que había sucedido, y muchos no estuvieron de acuerdo con ello. Pero no les molestaba; incluso su hermano Rafael dijo que mientras más fueran en las filas, mejor sería la batalla. Su padre estaba molesto porque habían interferido en la vida de dos personas y las habían modificado de ese modo. Sin embargo, estaba agradecido de haberlo hecho, pues de no haber intervenido, quizá hubieran perdido a estos dos Espadas.

—Has vuelto a la casa de los Leclerc.
—El mes pasado... La ausencia de Joachim es fuerte dentro de la familia, aunque todos se alegran en que el ciclo se cumpliera una vez más.
—Creo que la maldición de mi hermano de habernos hecho regresar una y mil veces a lo largo de nuestra existencia ha sido la peor tortura para muchos de ustedes.
—Solo imagina perder a Arleth unos cientos de veces en poco tiempo… Aunque sabes que regresará, sabes que te recordará y volverá a amarte. El no tenerla a tu lado, el no verla despertar en las mañanas, no poder tocarla… esa ausencia, ese dolor no desaparece.
—Es una pena que no haya modo de modificarlo.
—Quizás si intentáramos modificarlo las cosas podrían ser peor.
—Bien, vamos, es hora de la reunión.

Ángel abrió la puerta del apartamento. El Alto Consejero salió y, al cerrarla, Ángel se quedó con la chapa en la mano.

—¡Ángel, por mi padre! Es la séptima este mes. ¿Cuándo aprenderás a controlarte?
—Yo no tengo la culpa de que pongan chapas de tan mala calidad en este lugar.
—¿O es que no puedes medir la fuerza con la que agarras la chapa? Eres un niño que aprende a hacer las cosas más simples.
—Solo diles a los Gatos que coloquen otra nueva — Ángel le lanzó la chapa al Alto Consejero Gabriel y comenzó a caminar con la presunción que le caracterizaba.

La sala del Alto Consejo era un lugar parecido a la habitación del Rey, con sus inmensos pilares, sus grandes ventanas y esas arañas que colgaban del techo, que hacían ver el lugar magnífico. En el centro, una gigantesca mesa en forma de herradura. En el centro de este lugar estaba Arleth, el Alto Consejero Gabriel y, por el momento, el Alto Consejero Miguel.

El único que no pertenecía al Alto Consejo era Ángel. El hecho de que estuviera allí molestaba a algunos, pero la mayoría se había acostumbrado a su presencia, sobre todo porque siempre se encontraba de pie detrás del asiento del Alto Consejero Gabriel, como si fuera su guardaespaldas o un perro entrenado.

—Bienvenidos sean a este nuevo día, a una sesión más del Alto Consejo — les saludó Arleth.
—Buen día, Alta Consejera Arleth.
—Como bien saben, un ciclo más ha concluido. Desde hace algunos años, los Tormenta Negra han dejado de acecharnos. Hoy conmemoramos un año más de la fundación del Clan de los Espada Rota, pero este año no habrá celebración, al menos no como la hemos hecho cada año… Necesitamos llorar a nuestros muertos.
—¿Qué sugiere que se haga este año, Alta Consejera Arleth?
—Haremos la celebración Vita Nova. Con ella conmemoraremos la vida de nuestros hermanos caídos y celebraremos también la vida de los que aún permanecemos en pie.




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