Ángel Gabriel

Cincuenta y uno

época actual.

Era la primera vez que ella regresaba a la ciudad en siete años. Los Altos Consejeros Gabriel y Arleth tomaron la decisión de llevársela a otro lugar donde ya recibió el entrenamiento necesario. Aún le faltaba mucho por aprender, pero sin duda podría hacerlo en casa. Sus hermanas la visitaban frecuentemente; ellas la ponían al corriente de todo, excepto de una cosa.

Nadie lo mencionaba a él; era como si la tierra se lo hubiera tragado.

El Alto Consejero Gabriel estaba sentado con ella en la mesa del comedor. Su tía Arleth estaba en la cocina. Él no quería escuchar la respuesta que ya le daría, a lo que el Consejero tenía que decirle.

—Tengo que decirte algo, Gabriel.
—¿Qué ocurre, tío?
—Ya no perteneces a los Espada Rota.
—Vamos, tío, deja de bromear con eso.
—No es una broma, Gabriel. Es una decisión que tomó el Alto Consejo.
—¿Por qué razón?
—Porque yo se lo exigí.
—¿Me estás tomando el pelo?
—No.
—Explícame.
—Esto tiene relación con todo lo que ha hecho el Consejo por ti, las cosas que han hecho mal, las cosas que han hecho bien. Siempre mostraste habilidades que eran dignas de las élites, sin embargo, nunca te dejaron pertenecer a uno de estos grupos. Así que después de los últimos acontecimientos decidí que era momento de que pertenecieras a un grupo de élite, pero…
—¿Pero?
—Este grupo de élite está sobre los Espadas. Si fuéramos una raza extraña, diría que esta élite es la justicia de nuestra raza.
—¿Me estás diciendo que dejaré a mi familia para pertenecer a un grupo de élite que ni siquiera he escuchado mencionar?

El Alto Consejero Gabriel la observaba con detenimiento. Quizá para la niña era una conversación extraña, pero tarde o temprano tendría que decirle que ella ya no pertenecía más a los Espada Rota. Y este era el mejor momento para tratar de hacerla entender, tratar de que aceptara que su vida y su destino habían cambiado una vez más.

—En efecto, el grupo de élite al que pertenecerás solo es conocido por los Altos Consejeros.
—¿Es como el servicio secreto?
—Sí, hija, es parecido al servicio secreto.
—¿Mi familia no sabe?
—Ellos serán informados a su debido tiempo.
—Ya no entrenaré con ellas, ¿verdad?
—No. A partir de ahora entrenarás con otros Altos Consejeros, como el Alto Consejero Miguel o el Alto Consejero Rafael.
—El Alto Consejero Miguel me da miedo.
—Sí, él puede hacer que las personas se pongan de rodillas con solo observarlas, pero daría la vida por ti antes de hacerte daño.
—Entiendo, es por eso por lo que mi tía está escondida en la cocina, porque no quiere saber si acepto o no.
—Algo así.
—Bien, tú ya tomaste la decisión por mí. Sé que lo haces por mi bien y sé que lo último que hice en el Lago de las Lágrimas es lo que te llevó a tomar esta decisión. Así que solo quiero pedirte una última cosa, y tienes que jurarme con tu vida que lo harás.
—Dime.
—Júrame que pase lo que pase siempre vas a proteger a mi familia.
—Con mi vida.

Así de fácil la pequeña Gabriel había aceptado un cambio más, una decisión más que se había tomado por su bien. Sin embargo, entendía las razones del Alto Consejero para haber hecho esto. Ella nunca se sintió que pertenecía. Sin importar si recordaba o no, siempre se sintió extraña, fuera de lugar. Tenía habilidades que los otros no tenían, podía realizar procesos que los otros no podían, y eso en cualquiera de sus vidas era frustrante. Así que tal vez este cambio sería bueno y el definitivo.

En una ocasión lo vio, en casa de sus tíos, donde la llevaron. Era su cumpleaños trece. Uno de los miembros del Clan se presentó, Miguel. Este iba acompañado de varias personas. Entre todos ellos estaba Ángel, pero se veía distinto, no parecía ser aquel hombre que una vez conoció. Ella estaba en el último piso de la enorme casa, sentada junto a la ventana, cuando lo vio. Bajó corriendo lo más rápido que pudo. Para cuando llegó a la planta baja, él y un grupo pequeño se retiraba; a su lado caminaban dos Espada Rota. Ella llegó a la puerta. Él la vio por lo que a ella le pareció un par de segundos y, al final, simplemente desvió la mirada a sus compañeros y se retiró con ellos. Como si no la hubiera conocido o querido reconocer. Fue distante, y eso le dolió.

Se pasó su cumpleaños y los siguientes años preguntándose qué había pasado, hasta el año pasado cuando escuchó una conversación del Alto Consejero Gabriel. En ella hablaba de las habilidades de Ángel y de ella misma, mencionaba algo de unos hermanos y que el alejarse había sido decisión de él y de nadie más. No tenía un porqué y no quiso preguntarle a nadie, así que dejó de preguntarse, dejó de esperar.

El auto en donde viajaba tomó otra dirección. Ella sabía que la casa en donde había crecido, los lugares que recordaba, habían desaparecido, sus cosas, los muebles. Pero entendía por qué sus hermanas lo habían hecho, ella quizá habría hecho lo mismo. Sabía que en poco tiempo el ciclo de sus padres estaría completo y volvería a verlos, la familia una vez más estaría junta… Quizá no todos sus miembros.

Llegaron a una casa estilo Tudor, en colores oscuros. El hermoso jardín rodeado de plantas y árboles contrastaban con lo sombrío de la casa, dándole un toque extraño. En la puerta estaban Graham y Violet que tenía una prominente panza de embarazo. Maevel y Antón, Astrid y Yarot. El verlos allí reunidos fue un sentimiento agridulce.

Entre sonrisas, lágrimas y abrazos fueron recibidos en su nuevo hogar. Le causó algo de gracia ver a sus hermanas emocionadas organizando el desastre que sería la fiesta de cumpleaños, incluso el comentario desatinado de Graham:

—Necesitas un nuevo novio para hacer que a cierto neandertal que no debo mencionar, le entre algo de cordura en la cabezota.

Pero ella no lo creía así. Si sabiéndola sola no la llamó, envió mensaje o carta, no la procuró en tantos años, sabiendo que estaba con alguien, dudaba que le importaría algo. Era tan doloroso volver a pensar en él, que prefirió dejar de hacerlo. Se sintió algo cansada y se retiró a su habitación.




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